Un día, en una de las pocas visitas que aún tenía, algo inaudito ocurrió. Su hermana Claudia pasó a verla con su sobrina Helena. En principio, se trataba de una visita agradable y deseada. Helena siempre le alegraba las tardes con sus risas y sus historias. Aquel día algo rompió la paz.
- Raquel, mejor no te acerques tanto a Helena.
- ¿Y eso?
- Verás, nos han dicho en el cole que tiene piojos.
Raquel miró a Helena como si de una leprosa se tratara.
- Pero, ¿Cómo demonios se te ocurre traerla aquí?
- ¿Perdón?
- ¡Iros ahora mismo, vais a infectarme la casa!
- ¡Estás loca!, ¿lo sabes no?, ¡loca de atar!
Claudia y Helena abandonaron la casa tan pronto como pudieron. Mientras, Raquel empezó a rascarse la cabeza.
- ¡Piojos, piojos….que asco!… ¡Dios que no los haya cogido!
Se fue al baño y empezó a remover y a mirar su pelo mechón por mechón. Aunque aparentemente allí no había nada, la duda le generaba la peor de las ansiedades. Sin pensarlo dos veces Raquel bajó a la calle dispuesta a solucionar aquel contratiempo. Lo mejor iba a ser raparse al cero, pensó. Así que entró en la barbería de la esquina y, sin ningún tipo de reparo, dejó que el barbero hiciese su trabajo.
Cada día que pasaba Raquel iba a peor. Casi no salía de casa y empezó a tener problemas con los vecinos. Con el del enfrente porque sacaba la basura al rellano y aparecían hormigas. Con el del bajo porque tenía un camaleón y para alimentarlo traía bolsas repletas de insectos. Con el del ático porque daba de comer a las palomas y las migas atraían a toda suerte de bichos. Llegó un punto que la convivencia se hizo insostenible. Los hijos de algunos vecinos le dejaban insectos muertos en su puerta, a modo de burla. Muchos vecinos le retiraron la palabra y otros tantos se empecinaban en encontrar fórmulas legales para echarla de su propia casa.
Una tarde, en una de las juntas de vecinos se tomó una determinación. Declararon a Raquel persona “non grata” e idearon un plan para echarla o al menos para amargarle la existencia. Ahora Raquel iba a saber lo que eran los bichos.
A la tarde siguiente, cada vecino volvió a casa con una bolsa rellena de insectos, insectos destinados para Raquel. Una vez tuvieron todas las bolsas subieron al segundo tercera es decir, al piso que estaba justo encima del de ella. Entonces Justo, el propietario, abrió la rejilla de respiración del baño y todos los vecinos fueron arrojando los insectos por el agujero. Como el día antes el vecino del bajo había colocado con cemento una plataforma sobre su respiradero, era imposible que los bichos no se colaran en casa de Raquel. A las pocas horas, todos fueron testigos de los resultados. Se empezaron a oír gritos, alaridos y golpes durante varias horas. Al final, cerca de las diez de noche, dejaron de oírla. Parecía como si ya hubiese conseguido acabar con todos aquellos repulsivos insectos.
Pasó cerca de una semana y los vecinos empezaron a preguntarse qué habría sido de Raquel. Nadie había vuelto a verla desde aquel día y, aunque salía muy poco, era raro que no hubiera ido ni tan siquiera a hacer la compra, como cada lunes. Lo cierto es que los vecinos empezaron a sentirse algo culpables por aquella broma. ¿Y si a raíz de aquello aún se había agravado más el estado paranoico de aquella mujer? Pasaron dos días más y seguían sin saber nada de Raquel. María, la vecina del cuatro, algo preocupada decidió llevarle un trozo de tarta de queso casera, en señal de paz. Pero nadie contestaba a la puerta y era muy extraño porque Jacinta, la portera, juraba no haberla visto salir en días.
- ¿Y si le ha pasado algo? Dijo María
- ¿Cree que debemos llamar a los bomberos? Pregunto Jacinta
- Voy a hablar con el presidente y si acaso que sea el quien decida.
No pasaron ni dos horas cuando llegaron los bomberos y tiraron la puerta abajo. La casa estaba en silencio, no se oía ni un alma. Fueron avanzando lentamente por la casa mirando habitación tras habitación hasta llegar al dormitorio. Allí estaba, tumbada en la cama y aparentemente dormida.
- ¡Señora! ¿se encuentra bien?
La mujer parecía no inmutarse. Uno de los bomberos se inclinó sobre ella y trató de que despertara. De pronto, tras el movimiento, Raquel abrió su boca y empezaron a brotar por ella y por sus oídos todo tipo de insectos. Arañas, cucarachas, gusanos recorrían su rostro y se deslizaban hasta la cama. Un olor pestilente impregnó toda la habitación. Raquel había sido devorada por sus peores enemigos; los insectos.
- Raquel, mejor no te acerques tanto a Helena.
- ¿Y eso?
- Verás, nos han dicho en el cole que tiene piojos.
Raquel miró a Helena como si de una leprosa se tratara.
- Pero, ¿Cómo demonios se te ocurre traerla aquí?
- ¿Perdón?
- ¡Iros ahora mismo, vais a infectarme la casa!
- ¡Estás loca!, ¿lo sabes no?, ¡loca de atar!
Claudia y Helena abandonaron la casa tan pronto como pudieron. Mientras, Raquel empezó a rascarse la cabeza.
- ¡Piojos, piojos….que asco!… ¡Dios que no los haya cogido!
Se fue al baño y empezó a remover y a mirar su pelo mechón por mechón. Aunque aparentemente allí no había nada, la duda le generaba la peor de las ansiedades. Sin pensarlo dos veces Raquel bajó a la calle dispuesta a solucionar aquel contratiempo. Lo mejor iba a ser raparse al cero, pensó. Así que entró en la barbería de la esquina y, sin ningún tipo de reparo, dejó que el barbero hiciese su trabajo.
Cada día que pasaba Raquel iba a peor. Casi no salía de casa y empezó a tener problemas con los vecinos. Con el del enfrente porque sacaba la basura al rellano y aparecían hormigas. Con el del bajo porque tenía un camaleón y para alimentarlo traía bolsas repletas de insectos. Con el del ático porque daba de comer a las palomas y las migas atraían a toda suerte de bichos. Llegó un punto que la convivencia se hizo insostenible. Los hijos de algunos vecinos le dejaban insectos muertos en su puerta, a modo de burla. Muchos vecinos le retiraron la palabra y otros tantos se empecinaban en encontrar fórmulas legales para echarla de su propia casa.
Una tarde, en una de las juntas de vecinos se tomó una determinación. Declararon a Raquel persona “non grata” e idearon un plan para echarla o al menos para amargarle la existencia. Ahora Raquel iba a saber lo que eran los bichos.
A la tarde siguiente, cada vecino volvió a casa con una bolsa rellena de insectos, insectos destinados para Raquel. Una vez tuvieron todas las bolsas subieron al segundo tercera es decir, al piso que estaba justo encima del de ella. Entonces Justo, el propietario, abrió la rejilla de respiración del baño y todos los vecinos fueron arrojando los insectos por el agujero. Como el día antes el vecino del bajo había colocado con cemento una plataforma sobre su respiradero, era imposible que los bichos no se colaran en casa de Raquel. A las pocas horas, todos fueron testigos de los resultados. Se empezaron a oír gritos, alaridos y golpes durante varias horas. Al final, cerca de las diez de noche, dejaron de oírla. Parecía como si ya hubiese conseguido acabar con todos aquellos repulsivos insectos.
Pasó cerca de una semana y los vecinos empezaron a preguntarse qué habría sido de Raquel. Nadie había vuelto a verla desde aquel día y, aunque salía muy poco, era raro que no hubiera ido ni tan siquiera a hacer la compra, como cada lunes. Lo cierto es que los vecinos empezaron a sentirse algo culpables por aquella broma. ¿Y si a raíz de aquello aún se había agravado más el estado paranoico de aquella mujer? Pasaron dos días más y seguían sin saber nada de Raquel. María, la vecina del cuatro, algo preocupada decidió llevarle un trozo de tarta de queso casera, en señal de paz. Pero nadie contestaba a la puerta y era muy extraño porque Jacinta, la portera, juraba no haberla visto salir en días.
- ¿Y si le ha pasado algo? Dijo María
- ¿Cree que debemos llamar a los bomberos? Pregunto Jacinta
- Voy a hablar con el presidente y si acaso que sea el quien decida.
No pasaron ni dos horas cuando llegaron los bomberos y tiraron la puerta abajo. La casa estaba en silencio, no se oía ni un alma. Fueron avanzando lentamente por la casa mirando habitación tras habitación hasta llegar al dormitorio. Allí estaba, tumbada en la cama y aparentemente dormida.
- ¡Señora! ¿se encuentra bien?
La mujer parecía no inmutarse. Uno de los bomberos se inclinó sobre ella y trató de que despertara. De pronto, tras el movimiento, Raquel abrió su boca y empezaron a brotar por ella y por sus oídos todo tipo de insectos. Arañas, cucarachas, gusanos recorrían su rostro y se deslizaban hasta la cama. Un olor pestilente impregnó toda la habitación. Raquel había sido devorada por sus peores enemigos; los insectos.
3 comentarios:
aii...a mi tampoco me gustan los bichos pero no tanto como a raquel...solo que me dan un poco de miedo...espro que no tendre un final como ella...impresionante la historia..FELICIDADES!!
la verdad me dio un poco de asco...pero me sorprendio porque yo desde pequeña siempre he creido que los insectos son capaces de hacer eso...y en seguida me vino a la cabeza la imagen que tengo desde pegueña en la cabeza, la de una persona con un monton de insectos en el cuerpo...
bueno pero dejando de lado las explicaciones, muy bueno tu relato, la verdad me divirtio muchisimo. sigue asi
Buenísimo relato... pero nunca en la vida me gustaría haber sido el BOMBERO que se encontró con tan desagradable CADAVER.... Eso debe IMPRESIONAR de por VIDA, y tristemente, es una história que podría pasar en la Vida Real...
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