8 may 2009 | By: Laura Falcó Lara

El vuelo

Algo extraño ocurrió durante aquel vuelo, algo que ninguno de los que viajábamos en él podemos explicar. Aparentemente, todo era normal. El despegue, el trayecto, los pasajeros, la tripulación... nada hacía sospechar aquel final.

Embarcamos sobre las ocho de la tarde. Puestos a elegir, yo siempre prefiero viajar de noche en los vuelos transoceánicos. El avión iba casi al completo, incluso en gran class, apenas quedaban asientos libres. Como solía hacer siempre en este tipo de trayectos, esperé a que la tripulación cerrase las puertas y el avión despegase para acomodarme y coger el primer sueño. Había tomado algo de comer justo antes de subir al avión, así que no iba a probar bocado de la cena. Afortunadamente, siempre he tenido la capacidad de dormir de un tirón a pesar de los ruidos; por eso no me desperté hasta que la situación se tornó crítica.

Habrían pasado cerca de ocho horas, cuando me desperté debido al enorme ruido que había en el avión. La gente parecía estar ciertamente inquieta y alterada aunque a priori, no parecía haber motivo aparente para ello. Me incorporé y me acerqué a una azafata.

- Perdón. ¿Qué es lo que está ocurriendo?¿Por qué está la gente tan alterada?
- ¿No se ha enterado? Preguntó la azafata con incredulidad.
- Pues no, estaba durmiendo.
- Verá, nadie sabe exactamente lo que está pasando. El comandante ha emitido hace un rato un comunicado al pasaje y bueno... usted mismo puede ver el mal estar general.
- ¿Y qué es lo que ha dicho?
- Pues que algo inexplicable a ocurrido ahí abajo. Es como si mientras estábamos aquí arriba toda la realidad que conocemos se hubiese desvanecido.
- ¿Cómo?
- Los aeropuertos no responden, nadie contesta a nuestras comunicaciones. Los rádares detectan tierra donde antes había agua y viceversa. La cartografía que conocemos parece haberse volatilizado.
- Pero eso no es posible... fallarán los rádares, digo yo.
- De momento que el comandante ha informado al pasaje, es porque no hay margen de duda. ¿Cree usted que sino se arriesgaría a sembrar el pánico?
- Imagino que no.

Me senté de nuevo en mi asiento tratando de imaginar que podía haber sucedido. Por las horas que llevábamos de vuelo debíamos estar, teóricamente, sobrevolando la costa de Cuba. ¿Qué es lo que podía haber pasado ahí abajo? Entonces, el comandante volvió a dirigirse al pasaje.

- Hola a todos de nuevo. Tras valorar distintas posibilidades, tanto el copiloto como yo, creemos que deberíamos tratar de tomar tierra. En estos momentos, tenemos combustible para un máximo de una hora y media de vuelo y agotarlo sería un suicidio. Es preferible aterrizar. La tripulación les explicará a continuación todo lo necesario para un aterrizaje de emergencia.

La gente empezó a ponerse histérica. ¿Dónde íbamos a aterrizar? Sin cartografía válida, sin controladores aéreos, sin pistas de aterrizaje...
Las azafatas trataron de tranquilizar al pasaje mientras que, una de ellas daba, por el micrófono, las indicaciones oportunas de qué debíamos hacer cuando fuéramos a tomar tierra.

El avión fue perdiendo altura y al poco rato ya pude ver, a través de la ventanilla el paisaje exterior. Aquello que mis ojos estaban observando no tenía similitud con ninguna costa por mi conocida. Era un paisaje abrupto, inhóspito, virgen y sin rastro aparente de civilización. De pronto, mientras el avión estaba iniciando las maniobras para el aterrizaje, varios de nosotros pudimos ver, a lo lejos, un animal enorme, primitivo, algo parecido a lo que debieron ser los dinosaurios. Desde ese momento, los gritos de terror y angustia ya no cesaron. ¿Qué eran aquellas criaturas? ¿Dónde se supone que estábamos?. Las preguntas se agolpaban en nuestras mentes y las respuestas brillaban por su ausencia.

El impacto fue tremendo. El avión rebotó en dos o tres ocasiones contra el suelo y finalmente, la cola del avión se partió de cuajo y la nave se prendió en llamas. La gente trataba de salir de allí de cualquier forma y muchos, demasiados, perdieron la vida tratando de escapar y siendo aplastados por otros pasajeros. Aquellas imágenes quedaron presas a fuego en mis retinas por siempre. Nadie es consciente de lo que el hombre es capaz de hacer por salvar la vida; nadie. Cuando la muerte acecha, la humanidad desaparece y aflora lo más primitivo de nuestro ser, aflora el animal que todos llevamos dentro.

Los siguientes días fueron espantosos. Muchos deseamos haber muerto en el choque. El miedo y la angustia cedieron su lugar al canibalismo y a la indiferencia. Los sentimientos ya no tenían lugar en aquel rincón del mundo. Pasados los primeros quince días uno de los pasajeros se auto proclamó jefe de la tribu. Según él, debíamos movernos en busca de recursos o cuanto menos, en busca de otros seres humanos. Por fin alguien ponía algo de cordura, pensé. Pero lo peor estaba por llegar. Estuvimos más de diez días de trayecto. Afortunadamente, llevamos con nosotros todo tipo de provisiones. Nunca imaginé que acabaría llamando provisión a restos del cuerpo de otro ser humano. Al undécimo día, volvimos a ver a lo lejos a una de aquellas bestias enormes. Dios quisiera que no llegáramos a verlas de cerca. Si eso llegaba a suceder no sé cuantos de nosotros hubiésemos sobrevivido. Al anochecer, creímos divisar en la lejanía unas luces. ¿Acaso habíamos logrado dar con algo parecido a la civilización? Aquella posibilidad nos abrió un mundo de esperanzas.

A la mañana siguiente, nos dirigimos hacía el lugar donde vimos las luces. El trayecto se hizo duro, el sol caía con gran dureza y el agua empezaba a brillar por su ausencia. Las horas se hicieron interminables. Por fin, ya casi de noche, vimos nuevamente encenderse las luces de la noche anterior; esta vez estábamos muy cerca. Nos acercamos a lo que parecía ser un poblado, no sin mucha prudencia. Nadie sabía con qué nos íbamos a encontrar. Poco a poco fuimos adentrándonos en lo que parecía un núcleo de casas primitivas pero seguramente construidas por manos humanas. Entonces, de entre dos de aquellas chabolas, un hombre mayor, ataviado con pieles de animales, salió a nuestro paso.

- ¿Who´s there? Exclamó el anciano

Asustados nos detuvimos sin mediar palabra. Luego, tras comprobar que aquel hombre no era una amenaza, me dirigí a el.

- Hola. Verá, nuestro avión sufrió un terrible accidente. ¿Podría decirnos dónde estamos? Pregunté tratando de hacerme entender.
- Ya veo. Contestó el anciano con un claro acento anglosajón.
- ¿Perdón?
- A vuelto a pasar.
- ¿Qué es lo que ha vuelto a pasar?
- ¿Where... de dónde a dónde volaban? Preguntó con cierta dificultad
- De España a Cuba. ¿Por? ¿Qué es esto?
- Yes, that´s it! Exclamó aquel hombre con el rostro apenado.
- ¿Qué... ocurre? Pregunté temiendo oír su respuesta.
- I´m sorry but...bienvenidos al Triángulo de las Bermudas.

1 comentarios:

PakoPerkelee dijo...

Umm... bueno desde la parte donde decia que parecia que la realidad se habia desvanecido me imagine que se trataba del Trigangulo de las Bermudas, aun asi me encanto la historia (: siempre he tenido curiosidad por ese lugar

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