30 jul 2009 | By: Laura Falcó Lara

Regresión

No recuerdo cuando empezó aquella pesadilla. Creo recordar que fue aquella mañana gris de octubre, cuando nos mudamos a Winchester, que algo extraño despertó en él. Al principio pensé que no eran más que fantasías, que extraños recuerdos sacados de alguna pesadilla pero, poco a poco, aquello fue volviéndose más real.

Adrián era un hombre tranquilo, cariñoso y sobre todo alegre. Fue precisamente esa última cualidad la que me encandiló al poco tiempo de conocerle. Siempre parecía estar de buen humor, incluso cuando la situación no era propicia. Nos casamos a los dos años de relación y Patricia nació un año más tarde. Éramos una familia feliz, lo teníamos todo. Cuando el año pasado ascendieron a Adrián surgió la posibilidad de mudarnos a Winchester, para poder estar más cerca del trabajo. La casa era preciosa y bastante más grande que la que teníamos, así que nos costó poco tomar la decisión. Pero pasó algo, algo con lo que no contábamos, algo que lo cambió todo para siempre. Primero empezaron las pesadillas. Adrián hablaba y chillaba en sueños. Se despertaba envuelto en sudor, aunque rara vez podía recordar lo que había soñado. Otra cosa que desde un principio me llamó la atención, fue lo familiar que era para él aquella casa y aquella ciudad. Era como si hubiese vivido siempre allí. Conocía perfectamente cada rincón de la casa y lo mismo le ocurría con la ciudad. De hecho, para su propia sorpresa, Adrián se dio cuenta que sabía el nombre de algunas personas del lugar; personas a las que jamás había conocido.

Fueron pasando los meses y la situación, lejos de mejorar empeoró notablemente. Ahora las pesadillas ya no se limitaban al estado de sueño. Incluso estando despierto Adrián tenía visiones sobrecogedoras que no podía explicar. En una de esas ocasiones le sorprendí chillando y llorando de rodillas en el sótano. Sólo hacía que repetir una y otra vez:

- ¡Dios, cuanta sangre! ¿Qué has hecho, qué has hecho?

Aquella vez me costó mucho hacerle volver en sí. Cuando recuperó la normalidad sólo recordaba una imagen. Según me contó, en su visión las paredes rezumaban sangre y un penetrante olor a putrefacción lo embriagaba todo.
Adrián no podía seguir así, aquello estaba acabando con nosotros. Esa misma tarde fuimos al centro a visitar a un psicólogo. Tras varias sesiones el Doctor Nolan decidió que dada la extrañeza de aquel caso, era aconsejable probar con la hipnosis regresiva. A veces, tras esas regresiones la gente era capaz de encontrar en su interior la explicación a lo que estaba ocurriendo.


- Mire fijamente a este reloj y cuente conmigo hacia atrás. Treinta, veintinueve, veintiocho, veintisiete...

Adrián estaba bajo los efectos de la hipnosis.

- Ahora vamos a retroceder lentamente en el tiempo. Primero recordarás tu infancia y después iremos aún más atrás.

Tras recordar su quinto cumpleaños, su nacimiento e incluso el vientre de su madre, Adrián penetró en algo desconocido, algo que quizás hubiese preferido no saber.

- ¿Quién eres?
- Mi nombre es Mike Delaware.
- ¿En qué año naciste Mike?
- En 1902
- ¿Y en qué año falleciste?
- En 1973
- Dime, ¿quién eres, dónde vives?
- Vivo en Inglaterra, en Winchester, en la calle St. Michael´s número diez.
- ¡Dios mío! Exclamó su mujer. Allí es donde vivimos ahora.

El doctor Nolan hizo un gesto de desaprobación.

- Silencio por favor. Dijo mirando a Emma

A continuación siguió con su interrogatorio.

- ¿A qué te dedicas Mike?
- Trabajo en el sótano de casa: soy carpintero.
- Mike. Cuéntanos qué pasó en ese sótano.

Un silencio sepulcral se instaló en la sala.

- Mike, ¿Porqué hay sangre en la paredes?
- No voy a contarte nada...¡Jódase cabrón!

Emma miró al doctor en busca de respuestas.

- Mike. Nadie te va a hacer daño, puedes confiar en mí.
- Lo que el ojo no ve, no existe, el corazón no lo siente.
- ¿Cómo?
- A veces hay un rascar un poco más allá de lo real, para hallar respuestas doctor.
- ¿A qué te refieres?
- Adiós doctor, un placer hablar con usted.

Adrián volvió en sí pero esta vez, a diferencia de las anteriores, recordaba perfectamente la conversación.

- ¿Quién se supone que es Mike doctor? Preguntó francamente alterado.
- Mike eres tú, sólo que en otra vida, en una que no puedes recordar. ¿Crees en la reencarnación?

Mike se encogió de hombros. Jamás se había planteado esa cuestión.

- ¿Entonces..yo vivía aquí?
- Eso parece.
- Si eso es cierto, alguien tiene que acordarse de mí.
- Teniendo en cuenta tu fecha de nacimiento estamos hablando de personas que tengan ahora al menos 46 años o más y que hayan vivido siempre aquí.
- Cierto.

Aquella tarde, Mike y Emma recorrieron los locales del centro en busca de respuestas.

- ¿Mike Delaware? Mmmm...no me suena
- ¿Cómo dice? ¿Mike qué?
- Nunca he oído ese nombre

Tras varias respuestas negativas, por fin sonó la flauta. Fue en el Soccer´s Bar. James, su propietario, llevaba toda la vida en Winchester y a sus sesenta y ocho años, era difícil que alguien le hubiese pasado desapercibido.

- Mike Delaware...un hombre extraño.
- ¿Qué recuerda de él? Preguntó Emma
- Yo debía tener unos treinta y pocos cuando el falleció. Era un hombre huraño, solitario. No creo que nadie llegase a conocerle bien.
- ¿Recuerda algo más? Insistió Adrián.
- Recuerdo que trabajaba en su propia casa. Era ebanista y bastante bueno. por lo que he podido oír. Tan sólo recuerdo haberle visto un par de veces en el bar acompañado de la única chica que se le conoció. ¿Cómo se llamaba...? Mmmm...¡ah sí!, Amanda Labtec.
- ¿Sabe si su familia aún vive aquí?
- Es posible. Creo que su hermano Greg regresó con su mujer y los niños a la ciudad años después de la tragedia.
- ¿Tragedia?
- Sí, Amanda desapareció a la edad de veintiocho años. Nunca más volvieron a saber de ella. Algunos culparon a Mike, pero nunca pudieron demostrar nada. Su hermano estaba muy unido a ella. De hecho, todos pensábamos que no iba a ser capaz de superar su pérdida.
- Gracias por la información. Nos ha sido de gran ayuda. Le anotaré mi teléfono y si recuerda algo más...
- Sí, seguro. Y ¿Por cierto? ¿A qué viene ese interés?
- Bueno, es que como vivimos en la que era su casa...Contestó Emma con gran seguridad.
- Bonita casa, muy bonita.
- Sí que lo es. Bonita y grande.

Salieron del local y Emma vio cierto miedo y nerviosismo en los ojos de Adrián.

- ¿Qué ocurre amor?
- ¿Porqué siento tanta tristeza cuando oigo su nombre?
- ¿Qué nombre?
- El de Amanda.

Emma miró a Adrián con temor.

- ¿Recuerdas algo?
- No lo sé. Es todo tan difuso, tan borroso.

Regresaron a casa casi al anochecer. Sentados en el sofá del salón ninguno de los dos podía sacar aquello de su cabeza.

- ¿Qué quisiste decir con “Lo que el ojo no ve, no existe, el corazón no lo siente”?,
¿ Y con “A veces hay un rascar un poco más allá de lo real, para hallar respuestas”?
-¡Ojalá lo supiese!

Emma se quedó pensativa durante unos minutos y entonces como poseída, bajó corriendo al sótano de la casa. Adrián la siguió.

- ¿Qué haces? Preguntó él.
- ¿En qué pared viste la sangre?
- ¿Qué?
- ¿Qué en que pared creíste ver sangre?
- En esta. Dijo Adrián señalando la pared lateral del sótano.

Emma miró a su alrededor y sin dar explicaciones agarró el martillo que Adrián tenía entre las herramientas. Sin dar tiempo a que Adrián reaccionase, Emma empezó a golpear la pared con fuerza.

- ¿Estás loca?
- La casa es perfectamente simétrica, pero el sótano no. Esta pared está más cerca de la escalera que la que tiene en frente ¿lo ves? Exclamó Emma golpeando con furia.
- ¿Qué?
- Creo que esta pared es falsa.

Adrián tomó el hacha de encima la mesa y ayudó a su mujer. Golpeó con todas sus fuerzas y tras el cuarto golpe se abrió un gran boquete en la pared. Ambos se miraron y no sin un cierto temor, se acercaron al muro. Allí, ocultos entre los dos muros, se escondían los restos de un ser humano, posiblemente los de Amanda Labtec.

- ¿Cómo sabías...?
- Até cabos. Tus frases aquí abajo, las que dijiste en el psicólogo, la desaparición de esa chica...
- ¿Y ahora qué? ¿Y si la maté yo?
- No lo creo.
- ¿Cómo puedes estar tan segura?
- Si la hubieses matado tu, al romper el muro tus recuerdos hubiesen sido muy fuertes. Mírate, estas tranquilo. Esa no es la reacción de un culpable.
- ¿Y entonces?
- Tu debiste ver al asesino y seguramente creaste este doble muro para encubrirle. ¡Piensa!
- Lo siento Emma, pero no recuerdo nada.

A la mañana siguiente, ambos fueron a hacer una visita al hijo mayor de Greg. Esa era la última pista que les quedaba. Cuando Craig Labtec abrió la puerta, la expresión en el rostro de Adrián, cambió por completo.

- ¡Dios, eres igual que tu padre!
- ¿Conocía usted a papá?
- Sí, y mucho.

Emma miró a Adrián completamente contrariada.

- Creo que venir aquí no ha sido una buena idea. Siento haberte molestado.
- ¿Qué? Preguntó Emma sin entender qué estaba pasando.

Adrián cogió a Emma del brazo y se alejó de ahí sin dar ninguna explicación.

- ¿Puedes contarme qué está pasando?
- Ahora recuerdo todo. Mike no amaba a Amanda, era ella la que deseaba estar con Mike. Para Mike ella era tan solo una amiga. De quien Mike estaba realmente enamorado era de Greg. De hecho, llevaban tiempo viéndose a escondidas.
- ¿Cómo?
- Aquella tarde estaban los dos en el sótano cuando Amanda se presentó en casa de Mike. Amanda pretendía chantajear a su hermano y en plena discusión el perdió los estribos y...
- ¡Fue Greg¡
- Sí, fue Greg. Mike se limitó a encubrirle. Le quería.
- ¡Jesús!
- ¿Y ahora qué?
- Pues tenemos un bonito jardín al que no le vendría mal un poco de abono. ¿No crees?

Al llegar a casa esperaron que anocheciera y se pusieron manos a la obra. Después, bajaron nuevamente al sotano y acabaron de recogerlo todo. Entonces, Adrián cogió a Emma por la cintura y mirándola a los ojos contestó:

- Por fin ha acabo esta pesadilla.
- Sí, por fin mi amor.

Mientras Emma subía las escaleras Adrián miró tras de si a la pared abierta y con un tono irónico y frío dijo en voz baja:

- Nadie deja a Mike Delaware, ¿lo oyes zorra?, nadie.

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