La anestesia empezaba a hacer su efecto. Lo que le extrañó fue que una epidural le produjese también una inesperada sensación de sueño. Recordaba con claridad el parto de su hijo mayor y, en ningún momento perdió la conciencia. Por alguna inexplicable razón el proceso estaba siendo distinto.
-Perdone pero ¿es normal que me esté quedando como dormida? Preguntó a la Helena a la enfermera.
-Bueno, a veces las anestesias... ya se sabe.
Pese a que aquella respuesta no terminó de convencerle Helena se relajó.
Pasaron algunos minutos y, medio sedada, Helena pudo oír como ya la llevaban al paritorio.
-¿Está dormida? Preguntó una voz masculina
-Sí, prácticamente. Contestó la voz de la enfermera.
-¿Han llegado los otros padres?
-Sí, esperan fuera, en la sala contigua.
¿Otros padres? Aquello le sonó muy extraño a Helena pero, su capacidad para reaccionar o emitir palabras ya era nula. Tan sólo era capaz de oír aquellas voces como en la lejanía. Mientras, el parto seguía su curso natural, aunque sin que ella pudiese colaborar en nada. Al igual que sus otros sentidos, la noción del tiempo se esfumó para Helena y tras una espera indeterminada oyó el tan esperado llanto de su bebé. Esperó atentamente a que los médicos depositaran sobre ella a su hijo, pero a cambio, una voz grave y seca sentenció la situación:
-¡Sacadle ya de aquí y llevadlo al quirófano contiguo! Los padres están esperando.
¿Sala contigua?, ¿Padres?, ¿Qué estaba ocurriendo?, ¿Dónde estaba su niño? La impotencia hizo presa en ella y tan sólo un par de lágrimas se escurrieron sutilmente por sus mejillas.
Cuando abrió los ojos lo primero que vio fue a su marido mirándola expectante. En su rostro, la tristeza era patente.
-¿Dónde está? Preguntó Helena conteniendo el temor que la embargaba.
-Verás cariño, hubo un problema. Contestó su marido agarrando su mano con dulzura.
-¿Qué problema?
-Juan nació muerto.
Tras unos breves segundos de reflexión, Helena se incorporó y mirando a Carlos entre lágrimas y con la voz entrecortada dijo:
-Mi niño nació vivo, yo lo oí llorar.
-¿Cómo?
-Ellos se lo dieron a otra pareja, estoy casi segura. Pensaban que estaba completamente dormida, pero lo oí todo.
Carlos no entendía nada. Si eso era cierto, ¿de quién era el cuerpecito inerte que le enseño el doctor? Seguro que aquella reacción de Helena era fruto de la anestesia. El doctor ya le había advertido de que el efecto de la anestesia había sido muy fuerte y que a veces, eso podía provocar alucinaciones.
-Helena, creo que deberías tranquilizarte. El doctor me comentó que a veces la anestesia produce alucinaciones y...
-¿Alucinaciones? Desde el primer momento que entré al paritorio supe que algo raro ocurría.
-Pero lo que cuentas es increíble.
-Mi bebé está vivo y seguramente todavía estará en este hospital.
-Pero... ¿qué... Contestó Carlos completamente descolocado por la situación.
Sacando fuerzas de flaqueza, Helena se levantó de la cama y poniéndose el batín por encima salió de la habitación.
-¿Dónde crees que vas? Preguntó su marido preocupado por lo que estaba ocurriendo
-A buscar a mi hijo.
Como una auténtica posesa, Helena empezó a recorrer toda la planta materno infantil tratando de oír el llanto de su hijo. Fue en ese momento cuando, al otro lado del pasillo, identificó la voz del hombre que estaba con ella en el paritorio.
-Es él. Afirmó mirando a su marido. Ese es el hombre que dio a Juan en adopción.
Carlos miró al frente y ante sus ojos pudo ver al doctor que le trajo el cuerpo de su difunto hijo. Pero, ¿Cómo podía Helena reconocer su voz si estaba bajo los efectos de la anestesia?
-¡Él fue quien dijo en voz alta y clara que sacasen ya al niño de la sala y que los padres estaban fuera! Exclamó Helena dirigiéndose hacía él.
-¡Espera! Dijo Carlos agarrándola del brazo. Te creo, pero hablar con él sería un error.
-¿Cómo?
-Vamos a la habitación y te cuento.
Una vez en la habitación Carlos le explicó a Helena cuál era su visión de la jugada.
-Indudablemente, si tu no hubieses oído nada, no podrías reconocer su voz. Por ese motivo, sé que me dices la verdad, que no son alucinaciones.
-Efectivamente.
-Pero, si esto es así, el no debe sospechar que conocemos la verdad de lo ocurrido.
-¿Por?
-Porque si teme ser descubierto, nuestro hijo y sus futuros padres desaparecerán de aquí en un abrir y cerrar de ojos.
-Dios mío, no había pensado en ello pero... ¿Qué vamos a hacer?
-Hay que conseguir que nadie pueda abandonar el hospital. Necesitamos tiempo.
-¿Pero cómo vas a lograr eso?
-¿Tu amigo Javier sigue siendo redactor del diario El Pueblo?
-Sí, ¿por?
-Porque vas a llamarle y le vas a asegurar que el hospital está tratando de ocultar una epidemia de fiebre amarilla y que deberían aislarlo y ponerlo en cuarentena.
-¿Crees que eso funcionará?
-Al menos nos dará un margen de 48 horas.
-¿y después?
-Tendremos que revisar uno a uno los expedientes de los recién nacidos. Sólo así podremos aislar a aquellos niños barones, cuyo grupo sanguíneo coincida con el nuestro y que hayan nacido el mismo día que Juan.
La noticia de la epidemia no tardó en surtir efecto. Las autoridades sanitarias, a falta de comprobar tan alarmante noticia, decidieron aislar el centro durante al menos 48 horas, mientras se realizaban las pruebas oportunas. Mientras, Carlos y Helena preparaban su plan.
-Sobre las tres del mediodía realizan un cambio de personal médico y, durante un cuarto de hora, se suele quedar tan sólo una enfermera en el box. El despacho principal suele estar vacío a esa hora
-No te preocupes, a aquello de las tres avisaré a la enfermera con cualquier excusa y trataré por todos los medios que el médico que entre de guardia venga también.
-Recuerda darme una perdida cuando veas que va a salir de la habitación.
Aunque la mañana se hizo muy larga, llegó la hora y Carlos salió de la habitación. Helena esperó cinco minutos y luego apretó el botón de aviso. Carlos esperó con prudencia a que la enfermera abandonara el box, tomó las llaves del despacho del doctor y entró sigilosamente. Abrió con rapidez los archivos y revisó una a una todas las fichas de los recién nacidos. Sin embargo, lo que Carlos iba a encontrar no tenía nada que ver con lo que el esperaba.
Allí estaba la ficha de Juan. Carlos la leyó por curiosidad, rápidamente.
Juan Serra González
Fecha de nacimiento. 12:10 del 21 de septiembre de 2009.
Grupo sanguíneo: 0 RH: +
Motivo del fallecimiento: sufrimiento fetal con resultado de asfixia.
A continuación, siguió revisando todas las demás. Tan sólo dos de los niños de aquel hospital habían nacido el mismo día que Juan, pero ninguno poseía su grupo sanguíneo.
Suspiró hondo y trató de pensar en alternativas.
-Si no ha sido una adopción, ¿qué otra cosa puede haber pasado con el niño?
Sabía que no tenía tiempo, en cualquier momento Helena le iba a hacer una llamada perdida y tendría que salir de allí con las manos vacías. Entonces, trató de ponerse en la piel del doctor.
-Si yo tuviese algo que ocultar, un documento que nadie puede ver ¿dónde lo guardaría?
Miró atentamente el despacho y tras la mesa vio un pequeño armario cerrado con llave. Abrió uno por uno todos los cajones de la mesa tratando de hallar la llave.
-Ojalá que este cabrón no se la haya llevado encima.
Cuando ya estaba a punto de darse por vencido, vio sobre la mesa una pequeña cajita de porcelana que llamó su atención. Allí estaba la llave. Sin dudarlo abrió el armario y repasó atentamente cada dossier que había dentro. Eran carpetas con información de trasplantes pero, en todas ellas había algo extraño. Los donantes eran siempre casualmente de ese mismo hospital y el nombre del receptor permanecía en el anonimato. Entonces, como poseso por una intuición que de ser cierta superaba con creces lo grotesco y lo macabro, Carlos empezó a revisar las fechas de las operaciones. Al final, en el último dossier constaba un transplante de corazón a un niño de menos de un año. El trasplante había sido retrasado del día anterior a ese mismo día por un problema con el receptor. Según el informe, la operación debía estar a punto de empezar en el quirófano número cuatro. ¿Y si ese fuera el fin real de la desaparición de su hijo? Angustiado y sabiendo que de ser así iniciaba una carrera contrarreloj Carlos tomó los documentos y salió corriendo por el pasillo dejando el despacho abierto de par en par.
Llegó a la zona de quirófano exhausto. Sabía que tenía que ser rápido porque si alguien detectaba su presencia allí, no iba a poder entrar. Abrió la doble puerta abatible y sin pensarlo dos veces buscó el quirófano número cuatro. Avanzó unos pasos y enseguida topó de frente con él. Por un instante la duda regresó a su mente. ¿Y si era todo una alucinación?, ¿Y si se estaba equivocando?, ¿Y si se había dejado llevar por las ganas de creer a Helena? Estaba a punto de volverse atrás, cuando un llanto típico de un recién nacido le hizo darse cuenta de que estaba en lo cierto. Carlos atravesó la puerta de aquel quirófano dispuesto a llevarse a su hijo.
Hacía cinco meses desde que Juan había vuelto a nacer. La investigación policial estaba siendo larga y tediosa. El número de trasplantes ilegales era tal, que se hacía difícil encontrar a las familias afectadas por aquella barbarie. El número de niños recién nacidos que habían sido sacrificados ascendía a más de cuarenta en los últimos veinticinco años. El primer trasplante ilegal que el doctor realizó, fue de riñón y fue para salvar la vida de su propia hija . Luego, la codicia y varias familias adineradas dispuestas a pagar lo que fuese por la salud de los suyos, obró el resto.
4 comentarios:
me encanto tu relatoo!! laura eres la mejor de todass!!!! soy tu fan numero 1!!!!
esto ha sido ... ¡todo un descubrimiento! No tenía ni idea de que escribías, y de repente me encuntro con un sembrado de relatos aquí en tu blog... ¡Fantástico!
Bueno, para mi esto es hobby...me alegro que te gusten Mado
Pues Alucinante, pero tristemente otro Tema de Rabiosa Actualidad, los Trasplantes de Órganos provenientes de las Máfias Mundiales que operan en nuestro entorno, una actividad con mucho "Lucro" que sin duda "Nunca" acabarán de Erradicar.-
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