4 nov 2009 | By: Laura Falcó Lara

Pacto

Hacia apenas una semana desde la muerte de Carla. Aquel cáncer se la había llevado casi sin darle tiempo a despedirse. ¡Cuanto la echaba de menos! Observarla por las mañanas, dormida con sus rubios cabellos tendidos sobre la almohada y aquella dulce expresión de su rostro que invitaba a querer besarla a todas horas. Aquellas largas conversaciones después de cenar, tumbados en el sofá frente a la tele. Aquella sonrisa tierna y picara que conseguía incluso hacerle olvidar todos los problemas. Carla ya no iba a volver. Ya no volvería a besar sus labios, sus rosadas mejillas. Con el tiempo, se olvidaría incluso del aroma de su piel y del tacto de su delicado y hermoso cuerpo. Se sentía tan perdido sin ella. Sentado en el brazo del sofá que tantas noches les vio compartir su amor, Adrián miraba al cielo, con ojos abatidos, a través de la ventana del salón. Recordaba cada segundo previo a su muerte y en su mente, aquellas imágenes, aquellas palabras, retumbaban una y otra vez como una condena. ¿Por qué a ella? Suspiraba con los ojos empañados por las lágrimas. Era todavía tan joven y les quedaban tantas cosas por vivir. Cuando supo que aquello no tenía solución y que Carla no iba a volver a casa, Adrián se apresuró a pedirle la mano. Sabía que uno de los sueños de Carla era casarse de blanco y no cejó hasta hacerlo realidad; aunque fuese entre los muros de un hospital. Adrián hizo venir a una peluquera, a una maquilladora y le compró el mejor traje que su bolsillo podía pagar. Todo por verla feliz. Aquel día, Carla estaba realmente preciosa. Tan sólo cuatro días después, ella se fue para siempre.

Mientras Adrián seguía ensimismado en sus pensamiento llamaron a la puerta. Cabizbajo, Carlos se incorporó y fue a abrir. Tras la puerta, un hombre alto y moreno ataviado con un elegante smoking negro y una cartera a juego, le observaba atentamente. Con voz fuerte y ronca y una mirada profunda y penetrante el hombre dijo:

-Es duro perder a quien se quiere ¿no?

Sorprendido, Adrián frunció el ceño y con tono irritado y lleno de desconfianza preguntó:

-¿Quién es usted?, ¿qué coño quiere?
-Sólo ayudarle. Contestó aquel extraño sin perder la calma.
-¿Ayudarme? Preguntó Adrián desconcertado.
-Verá, en este mundo todo tiene un precio; incluso la vida.
-No le entiendo.
-¿Puedo pasar?
-No es un buen momento. Respondió Adrián tratando de sacarse a aquel desconocido de encima.
-¿Y si pudiese devolverle a Carla?

Adrián dio un paso atrás. Un mezcla entre esperanza, temor y nerviosismos recorrió sus entrañas.

-¿De qué conoce usted a Carla?, ¡No estoy de humor para bromas! Exclamó enfurecido.
-¿Tengo pinta de estar bromeando? Preguntó aquel individuo con solemnidad.

Tras un segundo de reflexión Adrián le dejó pasar no sin un cierto recelo.

-Las cosas son más sencillas de lo que parecen señor Gómez.
-Explíquese.
-Verá. ¿Qué estaría dispuesto a dar por recuperar a Carla?
-Eso es imposible. Contestó Adrián tratando de no perder la compostura.
-Afortunadamente no lo es. Eso sí, tiene un precio, un precio alto.
-¿De qué está usted hablando?
-¡Que mal educado que soy! No me he presentado apropiadamente. Poseo muchos nombres.. Lucifer, Belzebú, Metatrón, Luzbel...pero mis amigos me llaman Satán.

Adrián sobresaltado retrocedió alejándose de aquel hombre.

-Tranquilo...aún no me he comido a nadie, prefiero condenarlos, es más limpio. Contestó aquel ser en tono irónico.
-¿Qué quiere de mi?
-Pregunta incorrecta. La pregunta correcta es ¿Qué daría por recuperar a Carla?

Angustiado y desconcertado por la situación Adrián contestó:

-Por tenerla aunque tan sólo fuese un año más, creo que daría mi vida e incluso mi alma.
-Trato hecho. Contestó aquel hombre esgrimiendo en su mano derecha un extraño documento donde constaba su firma. Los contratos orales también tienen validez. Añadió despareciendo como por arte de magia.

Adrián no entendía nada de lo que acaba de ocurrir. Miró por toda su casa buscando a aquel hombre, pero ni rastro. Por unos instantes, creyó haberlo soñado todo; aquello no podía ser real. Aturdido se acercó a la cocina a por un vaso de agua. En ese instante sonó nuevamente el timbre de la puerta.

-¡Como sea otra vez ese pirado lo echo a hostias! Exclamó mientras caminaba enfurecido hacia la puerta.

Tras la puerta, el hermoso rostro de Carla le observaba con dulzura.

-No, no...no puede ser cierto. Exclamó aturdido por la situación. ¡Estás muerta!
-¿Muerta? ¿Adrián, te encuentras bien?
-Pero...el hospital, el cáncer...
-Seguro que te quedaste dormido en el sofá mientras iba a por el pan y has tenido una pesadilla.

Carla entró como si nada hubiese ocurrido en la casa, ante la estupefacción de Adrián. Mientras la seguía hasta la cocina, sobre la mesa del salón pudo ver una copia del famoso contrato; pero allí no había nadie.

-¡El hombre y el pacto eran reales! Exclamó horrorizado para sus adentros.

Escondió aquel papel a toda prisa. Aquella noche Adrián no pudo pegar ojo.


Pasaron tan sólo unos días y Carla le propuso a Adrián cumplir otro de sus sueños; ser madre. Adrián, temeroso ante la posibilidad de que Carla desapareciera nuevamente de su vida antes de un año, no se sintió con fuerzas para negarle nada. A los nueve meses nació Adela, una hermosa niña rubia de ojos claros. Adrián era el hombre más feliz sobre la faz de la tierra. Pero el tiempo corría y, sin darse cuenta, pasaron algo más de once meses desde el regreso de Carla y Adrián había casi olvidado su pacto. Pero aquella tarde, desgraciadamente, volvería a ser consciente de que su sueño estaba a punto de terminar. Carla había vuelto a desarrollar el cáncer, aunque el único consciente de la repetición, era él. No pasó mucho tiempo hasta que hubo que volver a ingresarla.

-¡Tiene que haber un modo de acabar con esto! Exclamó. Sabía que la vida de ambos pendía de un hilo, y el destino de su alma también.

Pese a que nunca fue especialmente devoto, a la mañana siguiente Adrián se acercó a la parroquia del barrio para hablar con un capellán.

-¿Y dice usted que ella volvió a la vida? Preguntó el párroco desconcertado por aquella consulta tan atípica.
-Le lo juro por mi vida que lo que le cuento es cierto.
-Aunque la iglesia acepta la posibilidad de que se pueda pactar con el diablo en el fondo, no es más que una leyenda. En casi cincuenta años de profesión jamás he oído un caso, ni aquí, ni en el extranjero.
-Ya, pero.. y si fuese cierto. ¿Cómo podría romperse?
-Teóricamente es muy difícil a menos que ese pacto haya sido firmado bajo presión, o con mentiras. Otra posibilidad, aunque casi inaudita, es conseguir engañar a Satanás.
-¿Engañar? ¿Cómo se podría engañar a Satanás?
-Por ejemplo, haciéndole incumplir su parte del trato. Contestó el párroco.

Aquella frase se imprimió en su mente a fuego. ¿Cuál era la parte del trato que afectaba a Satán? Tras darle unas cuantas vueltas en su cabeza lo tuvo claro. Según el contrato Carla debía vivir un año más, ni un día menos, ni un día más. Eso significaba que, o bien simulaba la muerte de Carla antes de lo previsto, o bien conseguía que Carla aguantase una horas más. Indudablemente, era mejor intentar la primera de la dos opciones, para probar la segunda siempre tendría tiempo. Además, aunque pudiera aguantar a Carla con vida, posiblemente fuera de modo artificial y, aunque no tenía la certeza de que iba a ocurrir con Carla una vez roto el pacto, prefería jugársela mientras ella estuviera viva.

Adrián regresó al hospital no sin antes acercarse a casa de sus padres, para ver a su hija. Adela se parecía cada día más a su madre. La miró y tratando de contener las lágrimas, la abrazó con todas sus fuerzas. Quizás sería una de las últimas veces que la viera, pensó mientras salía de allí. Ahora, le tocaba lo peor. Explicarle todo a Carla.

-Pero, imagínate que te creo..¿Cómo vas a fingir mi muerte? ¿Crees que es estúpido?
-He pensado en todo y la única forma que se me ocurre es que un médico te induzca durante unos minutos una muerte clínica, para resucitarte después.
-¿Muerte clínica?, ¿Y si no pueden resucitarme luego?
-Piénsalo Carla. ¿Cuánto tiempo más vas a vivir? Preguntó roto de dolor.

Carla bajo la mirada incapaz de contestar a esa pregunta.

-Sé que lo que te pido no es sencillo, pero es la única posibilidad de que ambos, o al menos yo siga con vida. ¿Acaso quieres que Adela crezca sola?

Sin mediar palabra y con los ojos llenos de lágrimas Carla contorneó la cabeza confirmando que no.


-Todavía no entiendo porque me he dejado convencer. Exclamó el doctor mirando a Adrián.
-Quizás porque el párroco de San Ginés es muy convincente y porque en el fondo, quiere ayudarnos.
-Supongo que sí. Perdí a Julia, mi mujer, hace cinco años, cuando estaba embarazada de siete meses. Si alguien en aquel momento me hubiese propuesto algo semejante, no hubiese dudado en aceptarlo.

El doctor miró fijamente a Carla a los ojos y le preguntó:

-¿Es consciente del riesgo que asume no?
-Lo soy. Proceda por favor.
-Le dolerá un poco. Dijo colocando el desfibrilador sobre su pecho desnudo.
-Recuerde, pase lo que pase, cuando estemos en el límite del tiempo, hágala volver. Apuntó Adrián agarrando la mano de su esposa.

Carla entró en parada cardio respiratoria.

-¿Y ahora qué? Preguntó el doctor.
-Ahora me toca actuar a mí.

Entonces, Adrián empezó a chillar de forma descontrolada tratando de atraer a Satanás.

-¡Maldito hijo de puta! ¿Dónde coño estás? ¡Has incumplido tu parte del trato! ¡Faltaban diez días para la fecha!

De pronto la puerta de la habitación se abrió y el mismo hombre de la vez anterior apareció ante ellos.

-¡No es posible!, ¡Yo no incumplo mis tratos! Exclamó claramente contrariado.

Sacando humo por los orificios nasales, se acercó hasta la cama donde yacía el cuerpo de Carla.

-¿Quieres jugármela verdad? Dijo aquel ser con sus pupilas inyectadas en sangre.
-Piensa lo que quieras pero Carla está muerta y faltan diez días para la fecha pactada. Contestó Adrián.

Resoplando y con un aspecto cada vez más cercano a una bestia infernal, el hombre desapareció y tras de sí, hecho añicos en el suelo, estaba aquel maldito contrato.

-¡Rápido reanima a Carla!

No sin un cierto esfuerzo, el doctor consiguió devolverla a la vida; a ella y desgraciadamente a su cáncer terminal. Al romper el contrato, el cáncer no había desaparecido y, como un año atrás, Adrián volvería a verla morir. Sin embargo, entre aquella despedida y la de ahora existían varias diferencias. Esta vez habían tenido un año entero para despedirse y además, Adrián ya no iba a estar solo. Carla le había hecho el mejor regalo que nadie le podía hacer y ese regalo se llamaba Adela.

Cuenta la leyenda que cada hora en el mundo hay alguien que vende su alma a diablo. A veces, lo hacen por poder, otras fama, o por dinero, algunos por salud y las menos, por amor. ¿Por qué venderías tú la tuya?

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7 comentarios:

José Moya dijo...

Una curiosa solución, ¿no? En los cuentos tradicionales, el pícaro consigue que el diablo cumpla su parte del contrato sin pagarle...

Anónimo dijo...

Bueeeeena historia..♥

Elein

Laura Falcó Lara dijo...

Bueno José,de hecho es así. El consigue un año más de vida de Carla (no olvidemos que fue lo que pidió) y al final ni muere, ni condena su alma.

Anónimo dijo...

Laura, Qué pasó cn tu chat?

Elein

Laura Falcó Lara dijo...

Pues que como no se puede bannear, hubo un impresantable que empezó a poner barbaridades y decidí anularlo

Anónimo dijo...

Que pena por lo del chat, lamentablemente uno no puede evitar a ese tipo de gente.

Anónimo dijo...

quiero venderle mi alma al diablo

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