15 nov 2009 | By: Laura Falcó Lara

Pesadillas

Otra noche más, Alicia se levantó sobresaltada de la cama al oír los gritos desesperados de Bruno. Hacía ya meses que Bruno sufría intensas y horribles pesadillas y su madre, no sabía que más podía hacer por tranquilizarle. Asustado por los supuestos monstruos que dormían bajo la cama y dentro de su armario, Bruno era incapaz de dormir una sola noche entera. La hora de irse a la cama se había convertido, a sus seis años, en un auténtico calvario tanto para el, como para sus padres. Aquella noche, no iba a ser diferente a las demás y Alicia, medio dormida, avanzó por el pasillo hasta la habitación de su hijo.
-Amor, amor…despierta, tan sólo es un pesadilla. Dijo Alicia sentada en la cama acariciando a su pequeño.

Entre gritos y completamente sudado, Bruno abrió los ojos y miró a su alrededor.

-¡Estaban ahí mamá, como cada noche! Exclamó el pequeño con sus ojos humedecidos por las lágrimas.
-Bruno, aquí no hay nadie salvo tú y yo.
-Cuando tu llegas desaparecen, pero te prometo que están ahí.
-Está bien, voy a mirar todos lados, para que veas que no están.

Mientras Alicia miraba de arriba abajo toda la habitación, Bruno esperaba sentado en su cama.

-Mamá.
-Dime.
-¿Se me pueden llevar?
-¡Que tontería es esa!
-Es que hoy me han dicho que van a llevarme con ellos.
Por un momento, Alicia se inquietó pero después, recuperando la cordura contestó:

-Eso es del todo imposible.

Luego, como todas las noches, Alicia arropó a Bruno y dejó la pequeña luz del pasillo encendida. Desde que aquellas pesadillas habían aparecido, su hijo no soportaba dormir a oscuras. Luego, regresó a su cama y trató de conciliar nuevamente el sueño. Sin embargo, las últimas palabras de su hijo no dejaban de dar vueltas en su mente. ¿Y si había algo que ella no podía ver?

A la mañana siguiente, harta de psicólogos y de soluciones estériles, Alicia decidió consultar a otro tipo de experto; al propietario de la librería esotérica de la población.
-Los monstruos, los ogros y demás imaginería fantástica no existe, pero existen otras cosas que no podemos explicar.
-¿Cómo qué? Preguntó Alicia intrigada.
-Algunas veces, hay entes descarnados que a ojos de los niños se manifiestan con formas por ellos reconocibles. Quizás, lo que su hijo ve no sean monstruos, sino almas descarnadas en busca de luz.
-¿Luz?
-Sí luz, energía vital. Algo que los niños emiten en exceso y de lo que ellos adolecen.
-¿Pueden esas almas llevárselo?
-No es lo más habitual pero existe algún precedente. Recuerdo hace años en Italia el caso de Amanda Cruse, una adolescente que tras realizar una ouija con sus amigas desapareció de la faz de la tierra.
-Pero una cosa es que desapareciera y otra que fuera fruto de “entes”.
-Sí, por supuesto, salvo porque a la semana empezó a comunicarse con su familia a través del ordenador.
-¿Cómo?
-Como lo oye. Fue el primer caso de mails enviados desde otra dimensión.
-¿Y no podía enviarlos ella misma desde otro país?
-No. Se registraron los mail para identificar la IP desde la que fueron enviados y no hubo forma de hallar ninguna. Era como si los mails se hubiesen autogenerado en el propio ordenador. Pero, por si quedaba alguna duda, la chica dio a su familia datos de gente que estaba con ella, para que verificasen que estaban muertos, incluso datos que sólo la familia del difunto podía saber.
-¿Y qué ocurrió con la chica?
-Un día dejó de comunicarse y nunca se volvió a saber de ella.
-¡Dios!
-Fue horrible
-¿Cómo puedo saber si algo así ocurre en mi casa?
-Es difícil.

Debían ser las cinco de la mañana cuando un chillido agudo la despertó. Alicia se incorporó nuevamente y, sin dudarlo, se fue hasta la habitación de Bruno. Sin embargo, nada la había preparado para lo que vio al entrar a la habitación. Todos los objetos de aquel cuarto parecían haber cobrado vida propia. Las luces, los objetos y hasta los muebles habían iniciado una especie de danza macabra cuyos hilos debía mover algún ente invisible, al menos, a sus ojos. ¿Dónde estaba Bruno? Se preguntó aterrada ante aquel dantesco espectáculo. Miró por toda la habitación mientras, en pleno ataque de histeria, llamaba a su marido. Entonces, en algún lugar fuera de la habitación, oyó la débil voz de su hijo que la llamaba. Nerviosa, Alicia se asomó a la ventana para descubrir que Bruno estaba en los brazos de un ser extraño, un ser que, agarrado al tronco de la encina del jardín, mantenía a su hijo suspendido en el aire, mientras el pequeño, aterrorizado, aleteaba sus brazos tratando de escapar. De pronto, el ser desapareció como por arte de magia y Bruno con él. Alicia y Juanjo buscaron durante toda la noche a su hijo; primero solos y luego con la ayuda de la policía. Bruno no apareció.
-¿Y dice usted que ese ser era de color marrón y que media unos 70 u 80centímetros a lo sumo? Preguntó el propietario de la librería esotérica.
-Sí era un ser enjuto y horrible. Exclamó Alicia.
-Y luego desapareció….
-Efectivamente.
-Si no fuese porque no existen juraría que me habla de un duende.
-¿Cómo dice?, ¿Un qué…?

Jaime tomó del estante superior un libro grande y polvoriento. Luego lo abrió y le mostró a Alicia una ilustración de un duende.

-¿Fue esto lo que usted vio?
-¡Dios! Sí, ese es el engendro del que le hablaba.
-Esto se sale de lo corriente y de lo razonable. Dijo el hombre no dando vueltas de un lado a otro de la trastienda. ¡Los duendes no existen!
-Yo no sé si existen o no, pero lo que yo vi, se parece mucho a eso.

Rascándose la cabeza en señal de desconcierto, Jaime leyó atentamente en voz alta lo que aquel viejo Bestiario decía acerca de aquellos seres.

“Su altura puede ser desde 25 cm hasta metro y medio y medio aproximadamente, pero la mayoría miden entre 30 y 70 cm. Su aspecto es bajito y rechoncho, sus piernas son cortas y arqueadas (casi idénticas a un palo), los brazos son largos al igual que sus manos y sus dedos alargados y finos. El color de su piel es marrón, su nariz es larga y delgada, de orejas puntiagudas, sus ojos grandes y negros. Son extremadamente desconfiados y pueden vivir indistintamente en cualquier lugar que ellos elijan, aunque son muy selectos con el sitio en donde van a crear su hogar. Suelen vivir debajo de una zarza, de un roble, en una cueva ó en las ruinas de cualquier fortaleza ya abandonada. No les gusta tener contacto con los humanos, se enfurecen y pueden llegar a ser peligrosos. No toleran una invasión de los humanos en su terreno y menos cerca de sus hogares, que es donde se encuentran sus familias; a no ser que ellos lo permitan por alguna circunstancia en especial. Si se sienten amenazados puede ser muy agresivos.”

-Pero si como dice el libro odian a los humanos, ¿Para qué iban a llevarse a mi hijo?
-Cómo rehén. Afirmó una voz detrás de la puerta que daba a la librería.
Ambos se asomaron para ver de quien era aquella voz. Tras la puerta, un chico joven de aspecto algo siniestro les miraba con cara de circunstancias.

-Perdón por la intromisión pero no pude evitar oírles y si de algo sé y mucho, es sobre esos seres. Dijo Pedro.
-¿Por qué dices que como rehén? Preguntó Jaime.
-Muy fácil. Ellos odian a los hombres. La única razón para raptar a un niño, es negociar o reclamar algo.
-¡Dios santo! Exclamó Alicia.
-¿Reclamar qué? Preguntó Jaime
-Dígame, ¿dónde vive usted?
-Pues en una casa aislada en la ladera derecha del Saladar de Agramón.
-¡Aja!
-¿Aja?
-¿Es una casa nueva?
-Sí, compramos el terreno hace dos años y la mandamos construir.
-Todo cuadra…
-No entiendo.
-Vive usted en mitad de la naturaleza y a bien seguro que su casa invadió un espacio que antaño perteneció a los duendes.
-¿Cómo dices?
-Si su casa está en los lindes o en medio de un terreno que les pertenece, tenga claro que no pararán hasta que se vayan. ¿Quiere recuperar a su hijo?
-¡Pues claro! ¿Qué pregunta es esa?
-Pues destruya la casa.
-Pero, ¿Qué majadería…?
-Lo que dice el muchacho tiene su lógica, pero debe haber otra solución. Apuntó Jaime.
-Habría que negociar y como ellos no es fácil…
-Ayúdanos por favor. Suplicó Alicia.
-Está bien. Llévame a donde todo esto empezó.
-Yo también os acompaño. Dijo Jaime cogiendo las llaves de la tienda.

Una vez en la casa y tras explicarle a Juanjo todo lo sabían sobre aquel ser, Pedro les contó algunas cosas más sobre los duendes.

-Veréis, hay un par de cosas que nos pueden ayudar. Adoran comer, beber y las joyas u objetos preciosos. Esa puede ser una forma de atraerlos hasta aquí. Por otro lado, poseen diversos dones mágicos, como el de ser invisibles, pero esos dones desaparecen frente a algo tan insignificante como un trébol de cuatro hojas.
-No puedo creer que estemos hablando en serio. Exclamó Juanjo mirándolos a todos con asombro e indignación. Tu hijo desaparece y tú te dedicas a hablar de duendes y hadas.
-Yo sé lo que vi y te aseguro que no era de este mundo. Contestó Alicia dolida por aquella afirmación. Y además, yo al menos hago algo. ¿Qué has hecho tú desde que Bruno desapareció?

Sin cruzar más palabras, Juanjo cogió las llaves del coche y se marchó enfurecido.

-¿Y ahora qué? Preguntó Alicia tratando de olvidar lo sucedido.
-Bien. Primero deberíamos comprar tréboles de cuatro hojas.
-Conozco un centro de jardinería que los vende en macetas. Añadió Jaime.
-Perfecto. Una vez los tengamos, llenaremos la entrada de la casa de ricos manjares, licores y vino y rodearemos la zona con los tréboles. Sólo nos quedará esperar.
-¿Y luego? Preguntó Alicia.
-Deberemos atrapar al menos a uno. Es la única forma en que podemos negociar.

Pasaron cerca de tres horas y todo seguía en calma. Todos se empezaban a impacientar.
Sin embargo, cuando estaban a punto de darse por vencidos, algo imperceptible al ojo humano sacudió ligeramente las ramas de los arbustos que rodeaban la finca.

-¡Atentos! Susurró Pedro.

Tal y como Pedro sospechaba, tan pronto como aquello sobrepasó el umbral donde habían colocado los tréboles, un extraño y enjuto ser se hizo visible ante sus ojos. Sin dudarlo, y ante los ojos atónitos de Alicia, Pedro y Jaime se lanzaron a por él. Pese a tratar de defenderse, aquel horrible y pequeño monstruo no pudo escapar.

-¡Soltadme, soltadme! Exclamó aquella criatura.
-¡Cuando vosotros soltéis a Bruno! Contestó Alicia saliendo del trance en el que se había quedado inmersa.
-La culpa es vuestra, vosotros destrozasteis nuestro hogar. ¿Quién os mandaba venir? Dijo aquel ser enfurecido.
-¿Y si llegaseis a un acuerdo? Preguntó Pedro.
-¿Acuerdo? Preguntó sorprendido el duende.
-¿A cambio de qué devolveríais a Bruno? Interrumpió Alicia.
-Uummmm…de que abandonéis la casa. Contestó con voz seca y tajante.
-Eso no es negociar. Apuntó Alicia acercándose a aquella alimaña. ¿Y si os asegurase comida y bebida a diario? ¿Podríamos convivir en paz?

El duende miró con recelo a Alicia.

-Eso no es suficiente. Además ¡Quiero mi encina!... ¡mi encina!
-¿Tu encina? Preguntó Jaime.
-Sí, ese viejo árbol es mi hogar. Cuando ellos llegaron nos tuvimos que mudar.

Los tres miraron perplejos aquel árbol.

-Tuyo es. Contestó Alicia sin dudarlo.

Esa misma tarde, Bruno, que no recordaba nada de lo ocurrido, volvió a casa y Alicia cumplió lo prometido. Esa misma noche, Alicia contó lo ocurrido a Juanjo y este, aunque escéptico, viendo a su hijo de vuelta en casa, decidió ayudar a Alicia a vallar la vieja encina de modo que quedase fuera del terreno. Desde entonces, cada noche Alicia dejaba al lado de la verja una bandeja llena de comida y de vino que, a la mañana siguiente, aparecía completamente vacía. Nunca más volvieron a ver a los duendes, sin embargo, desde entonces, el jardín luce un hermoso y espeso césped a base de tréboles.

4 comentarios:

Christene Alternative Solitude Sausage dijo...

=0 Laura me ha encantadooo!! Qué talento tienes!! Sigue escribiendo!!
My blog es http://parvadasdemedianoche.blogspot.com por si te quieres pasar :)
xx!

Fernando Sommantico dijo...

hola laura , me gusto mucho este relato ,te felicito!

Laura Falcó Lara dijo...

Gracias a los dos por vuestros comentarios. Algo que empezó con un hobby al final va a acabar tomando forma y haciéndome que me plantee escribir de verdad ;-)

Unknown dijo...

a mi también me ha gustado!!!

Un besoooo grande!!

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