Estaba cansado, harto de ver sus medias en la pica baño, saturado de aguantar aquellos culebrones de la tele, hastiado de las amigas que Susana solía llevar a casa. Noche tras noche, Alfonso soñaba con el día en que por fin sería libre, el día en que ya no tendría que verla más. Sin embargo, el divorcio no era una alternativa. Si se divorciaba, la casa sería para ella, al igual que la mitad de su ínfimo y miserable sueldo.
-¡Maldita vaga de mierda! Exclamaba desesperado ante el espejo del baño.
¡Casate con una chica guapa y limpia, que gorda y sucia ya se volverá! Solía decirle su padre. ¡Cuanta razón tenía el viejo! Susana no era sino una caricatura de lo que una vez fue su mujer. No es que fuera un bellezón, ni que tuviese una cintura de avispa, pero cuando la conoció era una chica bastante bonita y lucía un cuerpo bien moldeado. Veinte años después, Susana se había convertido en una ballena peluda. ¿Por qué no se había cuidado en todo este tiempo?, ¿Acaso no lo había hecho él? Alfonso se sentía engañado, defraudado. Por la noches, ya en la cama, su fuerte y entrecortada respiración apenas le dejaba conciliar el sueño. Por la mañana, su sola presencia le desesperaba. ¿Cómo había llegado a ese punto?, ¿Cómo se podía odiar tanto a alguien a quien se había amado?
En su cabeza no paraban de pasar fotogramas de películas de su admirado Alfred Hitchcock. Se imaginaba a si mismo perpetrando todos aquellos crímenes de cine. Bien fuese tras la cortina de la ducha de Psicosis, planificando un asesinato como Extraños en un tren, o trasportando el vaso de leche envenenada como Cary Grant en Sospecha, Alfonso soñaba despierto con deshacerse de su mujer.
Era especialmente temprano cuando salió de la oficina. Los martes Alfonso era el responsable de cerrar el negocio pero aquel día su jefe, Mark Sterling, le relevó. Según le dijo tenía trabajo pendiente así que, por una vez en diez años, pudo salir a la calle todavía con sol. Siempre solía tomar el autobús pero, aquella tarde soleada invitaba al paseo; así que decidió caminar hasta casa. Como cada martes, Susana estaría a bien seguro preparándole la cena. Empezaba tan temprano a cocinar que, para cuando el llegaba la cena estaba ya medio fría. Recordó entonces el entusiasmo con el que al principio regresaba a casa. Los primeros años de casados deseaba tanto que fuera la hora del cierre para volver a ver a su mujer, que la tarde se le hacía interminable. También recordó las suculentas y elaboradas cenas con las que su esposa solía deleitarle y los picardías que llevaba puestos. Con aquellos atuendos subía el ánimo hasta a un ciego. ¿Dónde había ido a parar todo aquello?, ¿Qué fue lo que les pasó? La verdad es que apenas recordaba cuando o porque dejó de querer a Susana. Seguramente fuese un cúmulo de cosas las que les llevaron a abandonarse mutuamente de aquella forma. ¿Y si todavía fuese posible recuperar aquel amor? Quizás, si ella empezase a cuidarse y fuese algo más cariñosa...Quizás, si el tuviese más paciencia y fuese algo más atento. Cabizbajo, Alfonso trató de conciliar aquellos pensamientos con su corazón. No sería tarea fácil pero veinte años de matrimonio bien valían el esfuerzo, pensó. Sin dudarlo, lleno de un inaudito y renovado entusiasmo Alfonso paró frente al puesto de flores de Frank. Sería bonito sorprender a Susana con algún detalle, hacía tanto que no le regalaba nada. Ese podía ser un buen inicio, una bonita forma de tratar de recuperar su afecto. Ilusionado, se dirigió hacía casa.
Rebuscó en la cartera y luego en todos los bolsillos de la chaqueta y del pantalón. Extrañado, Alfonso trató de recordar qué había hecho con la llave; siempre la llevaba encima. Quizás se le había caído antes de salir de casa, o en la oficina, junto al perchero de la entrada. Ya solventaría ese problema más tarde, pensó. Empuñando el ramo de rosas, como si de un trofeo se tratara, Alfonso tocó el timbre. Pasaron los segundos pero nadie parecía contestar. Extrañado, se acercó nuevamente a la puerta y lo volvió a tocar. Nuevamente, nadie le abrió.
-Quizás a salido un momento. Dijo en voz baja.
Entonces recordó que Susana siempre dejaba la puerta del jardín entornada. De hecho, era él el que cada noche la cerraba, antes de ir a la cama. Sin pensarlo dos veces, Alfonso se encaramó a la valla y se coló en el jardín. Era perfecto, pensó. Ahora tenía la posibilidad de sorprenderla. Pondría música de fondo y encendería unas velas para crear un ambiente romántico. Decidido, empujó la puerta acristalada del salón y entró en su casa.
-¡Dios santo! ¿Qué?...Exclamó Alfonso mientras borbotones de sangre brotaban de su cuello.
Susana le miraba impasible mientras el, tumbado en el suelo, luchaba por no desangrarse.
-Lo siento amor pero, ya no lo podía soportar más. Contestó ella con voz fría e imperturbable.
-Pero ¿por qué?, vas a ir a prisión.
-No querido, a prisión no. Yo estaba placidamente en mi casa y una hora antes de que mi marido llegase a casa oí un ruido en el jardín. Vi una sombra acercándose a la ventana y tomé las tijeras del secreter. ¿Cómo iba a saber que eras tú? A eso se le llama accidente, u homicidio involuntario.
-¿Cómo sabías que yo...?
-¿Qué ibas a llegar antes? Muy fácil, hace más de un año que me acuesto con Mark. Ah y por cierto, me encantó la película que tomé prestada de tu colección.
-¿Película?
-Sí, una de ese director que tanto te gusta a ti. Crimen perfecto creo que se llama. ¿Te suena familiar? Dijo con ironía sabíendo que su crimen era idéntico al de la cinta. Luego, levantó el auricular del teléfono dispuesta a llamar a la policía para avisar del terrible y trágico suceso.
1 comentarios:
Era de Preveer, tristemente "Se les acabó el AMOR", genial, a más de uno que conozco le ha pasado igual, lo único que no han acabado con ese trágico final, simplemente "Agobiados en Vida", por culpa de una Separación. Terrible Tema De Rabiosa Actualidad .-
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