15 oct 2010 | By: Laura Falcó Lara

La mansión

Apenas tuvo oportunidad de conocerle en vida. Cuando el era todavía muy pequeño el tío Max se fue a vivir a Londres y ya no regresó. Por Navidades, una enorme cesta repleta de todo tipo de alimentos y golosinas les recordaba que tenían familia la otro lado del charco. Ese, era el único contacto que tenían. Alex recodaba que en alguna ocasión su madre había tratado de viajar a Londres para ver a su hermano pero, cada vez que lo había intentado, el tío Max le ponía alguna excusa para que no fuese. Huraño y alejado de la civilización, Max se había recluido en aquella enorme mansión en la costa de Brighton de la cual no volvió a salir. Cuando tras dos años de no tener noticias de su hermano, Margaret decidió dar la voz de alarma, nadie fue capaz de dar cuenta del paradero de Max. Max había despedido a todo el personal tiempo atrás y después, había desaparecido de la faz de tierra sin dejar ni rastro. Hicieron falta dos largos años para que las autoridades le diesen oficialmente por desaparecido y Margaret pudiese heredar sus propiedades, en especial la mansión de Arundale.


Lo cierto es que Arundale era a todas luces impresionante. Sus ennegrecidos muros, sus vetustos torreones y sus enormes y descuidados jardines hacían de aquella mansión un lugar algo fantasmagórico. Pensativo, Alex se paró frente a la entrada tratando de comprender cuál sería el interés de Max por tan inmensa propiedad. Claus, el encargado de custodiar la finca durante todos aquellos años, abrió la puerta principal e invitó a Alex a pasar a su interior.

-Su tío era un hombre extraño. Dijo mascullando en un tono apenas perceptible.
-Eso tengo entendido.
-Pero en esta casa fue muy feliz.
-Supongo, de hecho nunca volvió a América. Contestó Alex
-Es una lástima que ahora esté vacía. Dijo el hombre mientras abría los ventanales.

La luz entró por las ventanas como si de cuchillos se tratase.

-La casa está repleta de objetos de gran valor. Su tío adoraba las antigüedades. Apuntó Claus.

Alex miró atentamente a su alrededor. Aquella estancia parecía un mausoleo. En las paredes colgaban enormes tapices de época que daban una cálida nota de color a aquellos grisáceos y fríos muros de piedra. Entonces, en el umbral de la puerta de entrada apareció Helen, la antigua ama de llaves.

-He venido en cuanto he podido. Siento el retraso. Dijo la mujer sofocada.
-No se preocupe, Claus me ha atendido muy bien.
-¿Claus? Preguntó la mujer atónita ante aquella respuesta.
-Sí. Dijo Alex buscando al viejo encargado con la mirada.
-Ya, ya veo. Contestó Helen tratando de esquivar la mirada de Alex.
-Pero, si estaba... aquí mismo. Yo...

Alex miró por toda la habitación sin dar crédito a lo que le estaba pasando.

-Supongo que la puerta estaría abierta. Contestó Helen tratando de obviar aquella conversación.
-No exactamente. Contestó Alex contrariado por aquella absurda situación.
-Tengo que regresar a la ciudad antes de las cinco de la tarde así que, le enseñaré la casa y dónde están los cuadros de mando y me iré.

Helen enseño a Alex el resto de la mansión.

-Al principio es fácil perderse, pero ya verá como con el tiempo uno se acostumbra.
-No sé yo. Respondió Alex impresionado por el tamaño de aquel castillo.
-¿Piensa mudarse a Arundale? Preguntó Helen al ver dos maletas junto a la entrada.
-Quizás durante una temporada, hasta que ponga en orden todos los papeles y pertenencias del tío Max.
-No se quede mucho tiempo.
-¿Cómo?
-Estar tan lejos de la civilización no es bueno, señor.

Helen le entregó todas las llaves a Alex y tras unos últimos consejos, se fue.

-Sólo un par de cosas.
-¿Sí?
-Las casas tan viejas a veces pueden jugar malas pasadas.
-¿A qué se refiere?
-Es fácil ver cosas que no existen. No deje que esas cosas le afecten.
-¿Cosas como Claus?

Helen miró al suelo tratando de evitar dar una respuesta.

-¿Y la segunda cosa?
-No cambie las cosas de sitio, ni las deje fuera de su lugar, a Arundale no le gustan los cambios y tiene una forma peculiar de demostrarlo.
-¿Cómo?
-Esta casa es distinta; digamos que tiene alma.
-¿Alma?

Helen salió de la mansión sin dar más explicaciones.

Aquella vieja mansión estaba empezando a ponerle los pelos de punta. Era tal la certeza que Alex tenía de haber visto a Claus, que antes de acomodarse decidió dar una vuelta por toda la finca en busca del viejo mayordomo pero no halló ni rastro de él.

La noche empezaba a caer sobre la costa de Brighton y tras encender la chimenea, Alex se preparó un sandwich y se sentó placidamente en el orejero de la biblioteca, mientras disfrutaba de la vista exterior a través de los enormes ventanales. El mar estaba embravecido y el viento soplaba furioso haciendo ondear las copas de los árboles. Luego, ansioso por conocer algo más sobre su difunto tío, Alex empezó a repasar los libros de los estantes. Los temas eran diversos y la biblioteca de proporciones dantescas sin embargo, hubo un libro que llamó poderosamente su atención. Aquel libro roído y descolorido parecía guardar en sus tripas la historia de la vieja mansión. Alex tomó el ejemplar y se sentó nuevamente en el sofá. La finca era sumamente antigua. En el libro se podían observar fotografías en blanco y negro del siglo pasado. Condes, duques y nobles de todas las épocas habían habitado entre sus paredes. De pronto, una de aquellas fotografías dejó a Alex completamente paralizado. En el epígrafe de la foto se podía leer: Fotografía del duque de Bristol acompañado por todo el servicio (1842.) Al lado, del duque Alex reconoció la cara del viejo Claus.

-Esto no posible... Exclamó para sus adentros.

Aquella foto tenía 168 años y en ella Claus estaba exactamente igual que el día anterior. Aquello ya no podía ser fruto de su imaginación. Algo extraño ocurría entre aquellas paredes, algo que a juzgar por las palabras del misterioso Claus y las reacciones de Helen era de sobras conocido por aquellos que habían habitado entre aquellos fríos muros.

-Mañana hablaré con Helen. Pensó Alex mientras dejaba el libro sobre el escritorio.

Tras aquella gélida noche, Alex agradeció el calor del sol de la mañana sobre su cama. Un delicioso aroma a mufins despertó su apetito y su curiosidad. Tras ponerse la bata y las zapatillas, Alex bajó hasta la cocina. Allí, como si nada hubiese cambiado, una cocinera y su ayudante preparaban un apetitoso desayuno.

-Buenos días señor. Dijo la mujer haciendo un amago de reverencia.
-¿Qué hacen ustedes aquí? Preguntó Alex sorprendido por aquella intromisión.
-Claus nos comentó que la casa iba a ser nuevamente habitada.
-Pero no tenía intención de contar con el servicio. Apuntó Alex atónito ante aquellas libertades.
-Llevar esta casa uno sólo es una temeridad. Contestó Claus desde el marco de la puerta del salón.
-Buenos días Claus. Contestó Alex. Ayer se fue usted muy deprisa y sin despedirse.
-Lo siento. Helen nunca fue fruto de mi devoción.
-¿De su devoción?

Claus cambió hábilmente de tema.

-Creo que al menos nos necesitará a los tres si piensa pasar aquí una temporada.
-Es posible. Respondió Alex.
-El desayuno está servido. Dijo la joven ayudante.
-Gracias... ¿Cuáles son sus nombres? Preguntó Alex mirando a ambas mujeres.
-Meredith y Hanna. Contestó Claus sin dar pie a que ellas dijesen nada.
-Gracias.

Tras el desayuno Alex regresó a la biblioteca en busca del libro de la noche anterior.

-Claus, ¿ha visto un libro que dejé ayer sobre el escritorio?
-¿Qué libro? Contestó Claus en un tono que a Alex le sonó altamente sospechoso.

Alex recordó entonces la frase de Helen “No cambie las cosas de sitio, ni las deje fuera de su lugar, a Arundale no le gustan los cambios y tiene una forma peculiar de demostrarlo.” Sabía que tenía que hablar nuevamente con ella, por sus comentarios Helen ocultaba seguramente mucha información.

Tras una larga conversación telefónica Alex comprendió que Helen no deseaba reunirse en Arundale. Aquella mansión despertaba en ella un miedo incomprensible. Por ese motivo, Alex la citó en la ciudad.

-¿Cree en Dios? Preguntó la mujer ante la sorpresa de Alex.
-Bueno, supongo que no demasiado. Pero eso ¿qué tiene que ver con Arundale?
-Mucho, créame que mucho.

Por si Alex no estaba todavía bastante sugestionado, la última frase de ella tras despedirse, le dejó completamente intrigado.

-Espero y deseo que pueda venir.

¿Porqué no iba a poder ir? Aquella despedida cayó como una losa sobre Alex, dejándole casi toda la noche en vela. ¿Qué extraño misterio ocultaba aquella casa?, ¿Qué, o quién era Claus?, ¿Porqué tenía Helen tanto miedo?

A la mañana siguiente, Alex se levantó temprano y tratando de no llamar la atención, se vistió a toda prisa y se dirigió hacía su coche.

-Ha madrugado mucho hoy. Dijo Claus desde la cocina.
-No esperaba que nadie estuviese despierto. Exclamó Alex sobresaltado por aquel inesperado encuentro.
-No suelo dormir demasiado. Contestó Claus.
-Voy a la ciudad, volveré para la hora de comer.
-¿A la ciudad? Si necesita algo puedo ir a por ello.
-No hace falta, pero gracias de todas formas.
-Las carreteras de esta zona son bastante malas y si no se conocen es fácil tener algún percance.
-Tranquilo, ya pasé por ellas cuando vine.

Aquella insistencia en que no se fuera empezó a parecerle muy sospechosa. Sin dar lugar a más conversación Alex se dirigió hacia el garaje.

-¿Qué... ? ¡Dios! Exclamó una vez en el garaje.

Las cuatro ruedas estaban sospechosamente pinchadas. Aquello no podía ser casualidad. Alguien no quería que saliese de Arundale. Alex trató de tranquilizarse y de buscar una solución. Miró a su alrededor buscando una solución para poder salir de ahí cuando oyó la voz de Claus acercándose a la cochera. Asustado, Alex subió al auto y lo puso en marcha. Aún y con los neumáticos destrozados el coche podría llevarle fuera del recinto, pensó. Sin embargo, cerca de la mansión, no había lugar a donde ir.

-No puede conducir así. Dijo Claus desde la puerta del garaje. Si no le corre prisa puedo hacer que nos traigan neumáticos de repuesto para el final de la semana próxima.

Nervioso, Alex descendió del vehículo tratando de aparentar una normalidad inexistente. Tenía que hablar con Helen como fuese, aunque para ello tuviera que desplazarse ella hasta Arundale.

-Está bien, Claus. Pida esos dichosos neumáticos, por favor. Dijo intentando reprimir su estado anímico.

Subió a su habitación y descolgó el teléfono para llamar a Helen.

-Tal y como se temía no voy a poder ir. Dijo Alex esperando su ayuda.
-No van a permitir que salga, le necesitan para vivir.
-¿Cómo?
-Claus no es de este mundo, ni él, ni el resto del servicio.
-Tenemos que hablar, ha de venir.
-No puedo, han vuelto, es demasiado tarde.
-¿Quién es Claus?
-¡Claus no es de este mundo, está muerto y enterrado, igual que todos los demás!
-Eso no es posible. Contestó Alex desconcertado ante tal afirmación.
-Viven de su energía, de la de su tío, de la energía de todos y cada uno de los dueños de Arundale. Arundale está maldito y mata y pervierte a todo aquello que vive en su interior.
-Pero entonces, ¿porqué no la retienen a usted?
-Porque ellos eligen a sus víctimas, no quieren a cualquiera y a mi no me eligieron ellos, me eligió su tío Max.
-No lo entiendo. Contestó Alex tratando de buscar la lógica de todo aquello.
-Claus y el resto de servicio vivieron en Arundale hace mucho tiempo. En aquella época, los ritos satánicos y los sacrificios eran algo bastante habitual en esta parte del país. Cuentan que el propietario de Arundale, un conde aficionado a las artes oscuras, celebró en su interior una misa negra y ofreció el alma de su servicio a cambio de favores y riquezas.
-¡Vaya historia!
-Son almas en pena, almas condenadas que buscan venganza y que para seguir en este mundo necesitan de la luz y la energía de los demás. En el fondo, buscan condenar a aquellos que les condenaron a ellos, a sus señores. Yo tan sólo soy parte del servicio. Supongo que además, mis profundas creencias religiosas me ayudaron a sobrevivir.
-¿Y qué fue de Max?

De pronto, hubo un extraño ruido y la conexión telefónica se interrumpió súbitamente.

Alex sintió que alguien le observaba detrás de la puerta.

-Claus,... ¿es usted? Preguntó temiendo la respuesta .
-Sí señor, soy yo. Ahora que ya sabe la verdad, todo será más fácil, ¿no cree?
-¿Dónde está Max?
-En el jardín trasero. Digamos que no llevaba muy bien la soledad y decidió acabar con todo antes de lo previsto. Fue una auténtica pena.
-¿Qué?
-Espero que con usted sea todo más fácil. Podemos ser muy felices aquí.
-¿Felices?

En ese momento un grupo de más de quince personas entró en la habitación.

-Ya no puede irse, ya forma parte de Arundale. Añadió Claus.
-Estaremos encantados de servirle por toda la eternidad. Dijeron el resto casi al unísono.

Nadie volvió a saber nada más de Alex Rutzmont, salvo por aquella hermosa cesta que enviaba puntualmente a su madre cada Navidad.

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