Sentía el pecho cargado, oprimido, convulso; le costaba respirar. Era como si el aire estuviese enrarecido. De vez en cuando, aquella maldita tos volvía a hacer acto de presencia. Quizás había vuelto a resfriarse, como le ocurrió el mes anterior, pensó. Se sentía cansada, agotada, exhausta. Hasta su mente parecía haber ralentizado el paso. Era como si tras tantos meses de arduo trabajo su cuerpo hubiese dicho basta. Necesitaba descansar, quizás tomarse unos días de relax en la playa. Sabía que no podía seguir con aquel ritmo o pagaría las consecuencias. En la última revisión, el médico jefe del hospital ya le dictaminó stress. Sufría de taticárdias e insomnio, algo típico del trabajador que abusa de los horarios. Su madre, preocupada por su salud, no cesaba de llamarla a todas horas con estúpidas excusas.
Trató de relajarse, más que nunca necesitaba dormir. Tumbada sobre su cama intentó inútilmente conciliar el sueño. Sin embargo, su cama se le antojaba incómoda, algo más dura y estrecha. Era probable que de tanto tiempo sin usarla se hubiese quedado rígida, acartonada. Se giró sobre si misma en un par de ocasiones y tras no lograr coger la posición deseada, abrió lentamente los ojos. La ausencia completa de luz le pareció extraña. No recodaba haber bajado las persianas completamente. Suspiró y se dispuso a intentarlo una vez más. Tenía que dormir, se iba a poner mala como no lo hiciera. Jamás había sido una buena enferma pero esta vez, estaba rozando el límite de lo temerario. Tras casi una hora de absurdos movimientos, de intentos infructuosos y de mil ideas dando vueltas por su despierta cabeza, Sara decidió incorporarse. Se giró sobre su cuerpo y estiró la mano tratando de darle al interruptor.
-¿Eh? Exclamó extrañada tras notar que algo firme había bloqueado el paso de su mano. Abrió los ojos de par en par y alzó su cabeza decidida a levantarse de la cama.
-¡Joder! Dijo esta vez tras sentir que tampoco podía levantarse porque algo se lo impedía.
Con cuidado trató de tantear el terreno con sus manos. A pocos centímetros de su rostro una superficie sólida revestida de tela le prohibía el paso. Desorientada, Sara fue palpando el lugar sin lograr entender lo que estaba pasando. Sorprendida trató de mantener la cabeza fría. Quizás no estaba en su cama, pensó intentando comprender dónde se encontraba. Puede que fuese la litera de la sala de doctores, imaginó aliviada. Eso explicaría que sobre ella, a poca distancia, hubiese algo sólido. Lo que no lograba entender era aquella oscuridad que no la dejaba ni tan siquiera intuir la forma de sus propias manos. Se giró de lado y miró de salir por el lateral. Nuevamente algo sólido se lo impidió. Esta vez, Sara empezó a perder la calma. Como un gato aprisionado deslizó violentamente sus uñas por aquella superficie tratando de salir de allí. No había ninguna abertura. Respiró hondo y trató de recordar todo lo que había hecho las horas previas.
Entró de guardia de madrugada, sobre las tres. Urgencias estaba como siempre saturado, así que, sin apenas darle tiempo a cambiarse y a tomar un café, se puso manos a la obra. Primero fue la mujer con gastroenteritis aguda, luego aquel pequeño con fiebre alta, después el chico de la pierna rota y luego, luego… ¿Por qué no recordaba lo que pasó después? Trató de serenarse, pensó que seguramente los nervios le estaba jugando una mala pasada. Repasó nuevamente en su mente la última visita de la que tenía conciencia. Era un chico moreno, alto; deportista. Llegó de la mano de un compañero del equipo de fútbol sala. Recordaba como tras tumbarlo en la camilla había avisado a rayos para que le hiciesen una radiografía. También recordaba verle esperando en el pasillo a que llegasen los resultados. ¿Y después?, ¿Qué fue lo que ocurrió después? ¡Ah si!, el mareo.
Por unos instantes, Sara recordó lo mal que se encontraba, incluso recordó haber caído desplomada al suelo. El terror se apoderó de ella. ¿Y si…? ¿Acaso estaba…? La sola idea que pasaba por su mente era suficiente para paralizarla. Su respiración se aceleró de forma brusca haciéndole aún más difícil respirar. Definitivamente aquel aire era extraño, turbio, denso. Nuevamente se hizo la pregunta que temía escuchar:
¿Y si la habían dado por muerta?, ¿Y si estaba bajo tierra, en un ataúd? Aterrorizada Sara trató de buscar en sus bolsillos el mechero que a bien seguro solía llevar siempre consigo. Sí, estaba allí, como siempre. Suspiró aliviada. Pero, ¿por qué no podía cogerlo? Extrañada, Sara trató de tomar el mechero en su mano, pero a pesar de tocarlo, no podía asirlo. Era como si sus manos estuviesen faltas de consistencia, de fuerza, de sustento. Entonces, trató de darse la vuelta y ponerse boca abajo. Quizás así el mechero caería por si sólo.
-Pero, ¿qué es esto? Exclamó asustada. Bajo ella, Sara podía tocar un cuerpo inerte, frío, inmóvil. Tembló de arriba abajo como una hoja, sintió que mil respuestas llegaban a su mente, o a lo que podía quedar de ella. Ese, ese amasijo de carne inerte era su cuerpo, un cuerpo sin vida que ella aún se resistía a abandonar. Entonces recordó su primer contacto con el ataúd, ¿cómo pudo estar tan ciega? Pese a golpearlo con las manos, incluso con su frente, no sintió dolor alguno. Ni tan siquiera rompió sus largas y hermosas uñas en su intento desesperado por arañarlo. Ahora lo entendía todo. El que respiraba, el que se movía, el que luchaba por salir no era su cuerpo, sino algo bastante más sutil; lo único que le quedaba era su alma.
5 comentarios:
Me alucinan tus relatos, desprenden mucha frescura y una gran creatividad.
Felicidades todas tu historias son increibles..... Eres genial.
Saludos y éxitos!!!!!!
Es bueno.
Ralph
Un intigrante y buen relato. Un blog fantástico. A mí también me encanta todo lo esotérico y paranormal. Y al visionar tu perfil me ha dado cuenta que coincidimos en bastantes temas, tanto en cine, como en lectura. Un abrazo. Te sigo.
Hola SqSmaravillosa, gracias por tus comentarios. Ahora voy a entrar en tu blog y ver esas similitudes de las que hablas. Un abrazo,
Laura
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