12 abr 2009 | By: Laura Falcó Lara

El Hotel


Javier quería vivir una emoción fuerte, algo distinto, algo que le hiciese sentir vivo. Sus amigos, su familia sabían que no era sencillo impresionarle, que ni la película de terror más gore, ni el deporte de riesgo más extremo conseguían alterarle. Por ese motivo, cuando Adela descubrió aquella página web, la guardó en favoritos. El cuarenta cumpleaños de Javier estaba cerca y aquella experiencia podía gustarle. Aquel podía ser un buen regalo para su novio, pensó.

“¿Quiere que alguien sienta mucho miedo, quiere que viva al límite? Descubra nuestro fin de semana extremo. Una experiencia única e inolvidable que dudamos que nadie quiera repetir.”

Según la publicidad de aquella página, el fin de semana consistía en una estancia en un hotel remoto, perdido en el monte, donde varios supuestos huéspedes iban a ser encerrados a su suerte. En un principio, al protagonista se le haría creer que el propósito del hotel era crear un ambiente fantasmagórico similar al del túnel del terror, pero nada más lejos de la realidad. Salvo el contratante, el resto de personas eran actores. En el hotel, de aspecto fúnebre, iban a asesinar a varios de los huéspedes en situaciones realmente extrañas. La idea consistía en llevar al invitado al límite y hacerle creer que, algo en teoría planificado e inofensivo, se había descontrolado y se había convertido en una amenaza real.

Y así fue, una vez que Adela le dio a Javier el sobre donde se explicaba en detalle el regalo, este dispuso de media hora para hacer una maleta para un fin de semana, antes de que le pasaran a recoger. En el autobús había varias personas, todas ellas futuros huéspedes del hotel. Javier estaba ansioso de empezar aquella aventura aunque temía que, como en otras ocasiones, aquella experiencia le dejase indiferente. Pero, para su desgracia, eso no iba a ser así.

Llegaron al viejo caserón sobre las ocho de la tarde del viernes. El aspecto exterior de aquel viejo hotel era realmente lúgubre. Javier tenía que reconocer que cuanto menos, la ambientación estaba conseguida. Desde el exterior, las oscuras paredes de piedra y los grandes ventanales de corte gótico daban al edificio un aspecto fantasmal.
Tan sólo entrar, acompañaron a todos los huéspedes a sus respectivas habitaciones y los citaron media hora más tarde en el hall del hotel.

- Buenas noches a todos. Mi nombre es Roberto Antúnez y soy su anfitrión. Como pueden ver, son ustedes un total de ocho huéspedes. A partir de este momento, el personal de este hotel se marchará y ustedes quedarán confinados aquí solos; a su suerte. Las puertas del hotel serán cerradas desde el exterior y como pueden comprobar las ventanas se hallan tapiadas. Al lado de la puerta existe un botón rojo que tan sólo deberá apretarse en caso de una urgencia real. Piensen que están controlados por cámaras así que, sabemos en todo momento lo que está ocurriendo. A continuación, les enseñaremos las diferentes dependencias del que será su hogar durante este fin de semana. Tienen comida de sobras en la despensa y todo tipo de recambios en la habitación destinada a tal uso.

Recorrieron juntos la cocina, la despensa, la biblioteca, la sala de estar, el comedor, la sala de baile, los baños, la piscina cubierta y la habitación de repuestos. Al acabar, Roberto y el personal se despidieron de ellos hasta el domingo por la noche. La aventura acababa de comenzar.
Lo primero que decidieron hacer fue la cena. Sortearon entre los ocho quien iba a cocinar aquella noche, quienes pondrían la mesa, fegarían los cacharos y quien se ocuparía de preparar el desayuno a la mañana siguiente. Ya en la mesa se fueron presentando uno a uno.

- Empezaré yo misma. Me llamo María y vengo desde Badajoz.
- Yo soy Alberto y vivo en Almería.
- Mi nombre es Jaime y soy de Valencia.
- Hola a todos, yo soy Carmen y acabo de aterrizar desde Madrid.
- Yo soy Miguel y soy de San Sebastián.
- Yo me llamo Javier y soy de Barcelona.
- Mi nombre es Belén y acabo de llegar de Tenerife.
- Bueno, soy la última. Mi nombre es Eva y vivo en Zaragoza.

La cena transcurrió sin mayores, fue a la hora de los cafés en que algo extraño enturbió la tranquilidad de la velada.

- ¿Alguien ha oído ese ruido? Preguntó Belén.
- Creo que lo hemos oído todos. Respondió Javier
- Parecía como un lamento. Me temo que empieza la fiesta. Dijo Jaime en tono irónico.
- ¿Eva no ha vuelto de baño? Preguntó María.
- No. Dijo Alberto.

Todos se levantaron de la mesa y se encaminaron a los baños. Aunque el ruido no procedía de esa dirección, debían encontrar a Eva. Pero Eva no estaba allí. Recorrieron una por una todas las estancias de hotel hasta dar con Eva. Eva estaba tumbada sin vida sobre su cama. Todos se miraron con el corazón en un puño. Al lado del cuerpo, esperando ser descubierto, un gran álbum de fotografías. Mientras Alberto certificaba la muerte de Eva, Javier tomó el álbum entre sus manos y observó atentamente sus páginas. En cada página había algo así como un antes y un después. Encabezando la página se podía ver la fecha y nombre de la persona fotografiada abajo. A la derecha, habían colocado una foto de cuando la persona entró en el hotel y a la izquierda una foto de la misma persona muerta. La primera página era del 4 de junio de 1992 y en las últimas, estaba la fecha actual con una foto de cada uno de ellos. En la página de Eva ya se podían ver ambas instantáneas.

- ¡Esto no es exactamente lo que yo esperaba! Exclamó Belén entre lágrimas y con los nervios a flor de piel.
- Pero, ¿No se supone que esto iba a ser algo así como un túnel de terror? Preguntó Miguel sin salir de su asombro.
- Me temo que esto no estaba en el guión. Dijo Alberto seriamente contrariado.
- Deberíamos accionar el botón rojo de la entrada. Contesto Javier sin dudar ni un solo instante.

Carmen y Jaime se miraron de reojo con una media sonrisa de complicidad. Parecía que Javier había picado y había entrado en el juego. Aquello iba a ser coser y cantar.
Juntos descendieron a la planta baja y se dirigieron a la entrada. Sin tomar ninguna opinión adicional a la suya, Javier accionó el botón y esperó la respuesta. Como cabía esperar, nunca hubo respuesta.

- Pero… ¿Aunque el botón se hubiese estropeado siguen estando las cámaras no? Preguntó Belén
- Sí, eso se supone. Contestó Javier
- Entonces deberían haber visto el asesinato de Eva. Replicó ella.
- Cierto, y no sólo eso, también deberían habernos visto tratando de accionar el botón. Exclamó Jaime.

El plan iba viento en popa. Javier parecía estar creyéndose todo.

- Pase lo que pase no deberíamos separarnos. Apuntó Carmen
- Es cierto. Deberíamos bajar los colchones al salón y dormir todos juntos. Dijo Miguel.
- Vale, subiremos por parejas. Nadie debe ir solo. Matizó Javier
- Deberíamos mover el cuerpo de Eva a otro sitio. Dijo Alberto.
- Sí, a la cámara frigorífica. Así no se descompondrá. Contestó Belén.

Alberto y Jaime subieron a por Eva.

- Eva, levántate que ahora no hay nadie. ¡Que pesas un huevo! Dijo Jaime.
- ¿Eva estás bien…?

Eva no contestaba. Jaime se inclinó sobre ella y le tomó el pulso.

- ¡No tiene pulso! Exclamó Jaime
- ¡No puede ser, hace diez minutos estaba bien! Dijo Alberto

Jaime puso la cabeza sobre el pecho de Eva. El corazón de Eva no latía.

- ¿Qué está pasando? Preguntó Alberto muy afectado por la situación.
- Esto no me gusta nada. Yo vine a actuar, no a meterme en una novela de Agatha Christie.
- ¿Y ahora qué? Recuerda que el botón de la entrada y las cámaras no son reales. Dijo Alberto.
- Hay que hablar con el resto. Dijo Jaime.
- ¿Y Javier? Preguntó Alberto
- ¡Que le den por culo a Javier! ¡Esto ya no es una broma!

Jaime y Alberto bajaron las escaleras a toda prisa.

- ¿Dónde están todos? Preguntó Jaime.

El hall y el salón estaban desiertos. No se escuchaba ningún ruido. De pronto, Carmen apareció chillando desde el otro extremo de la planta baja.

- ¡Miguel está muerto!
- ¿Va en serio? Preguntó Alberto.
- ¡Tan en serio como que alguien le voló la cabeza! Dijo Carmen tratando de controlar la histeria que la embargaba.
- ¡Mierda!, esto no debería estar ocurriendo. Contestó Jaime
- ¿Carmen, dónde está el resto?
- Arriba cogiendo los colchones.
- ¿Y vosotros dónde estabais? Inquirió Jaime no sin una cierta desconfianza
- Miguel quería ir al baño y yo le esperaba fuera. Cuando vi que al rato no salía, aporreé la puerta varias veces y luego entré. El resto…

Carmen rompió a llorar.

- ¡Vamos con el resto! Exclamó Alberto

Mientras subían las escaleras, Carmen y Jaime se miraron nuevamente con complicidad.

- ¡Venid todos aquí! Vociferó Alberto tan sólo subir las escaleras.

Poco a poco todos fueron saliendo de las habitaciones, todos salvo Belén y María.

- ¿Y las chicas? Preguntó Javier

María salió corriendo de la habitación del fondo con la expresión desencajada.

- ¡Belén no está bien!
- ¿Qué le ocurre? Preguntó Javier
- Decía estar mareada y de pronto cayó desplomada.

Todos corrieron hacia la habitación. Belén yacía en el suelo, muerta.

- ¿Envenenada? Preguntó María con auténtico pavor.
- Sí. Contestó Carmen.
- ¿Pero cuándo? Preguntó Jaime.
- El único momento en que eso pudo ocurrir es la cena. Contestó Javier
- ¡A mi no me miréis! Exclamó Alberto
- Tú hiciste la cena. Puntualizó Javier mirándole con ojos de desconfianza.
- Hay algo que debes saber. Replicó Jaime mirando a Javier y tratando de aclarar las cosas.

Entonces, Jaime explicó a los presentes que Miguel también había muerto. Luego, no sin cierta mirada de culpabilidad, le contó a Javier que todos ellos eran actores y le reveló cuál era el plan inicial. También le explicó que el plan se había visto alterado por asesinatos reales, con los que ninguno de ellos contaba. Tan sólo eran cinco y entre ellos, se encontraba un asesino. Javier miró a Alberto con serias dudas, el hizo la cena que causó la muerte de Belén y también fue el quien descubrió y certificó la muerte de Eva. Demasiadas casualidades, pensó. Por su parte, Alberto miraba a Javier con el mismo miedo. Al fin y al cabo al resto les había visto antes, todos eran actores y estaban allí trabajando. ¿Y si Javier era un asesino en serie? El puso y recogió la mesa y luego lavó los platos. También podría haber sido el quien envenenase el agua de Belén, pensó.

La noche transcurrió con pocas horas de sueño por parte de todos. Dos de ellos hacían guardia mientras los otros tres dormían. Nadie se fiaba de nadie. Tenían que encontrar la forma de salir de allí, o de comunicarse con el exterior. Al amanecer, Carmen despertó a los que seguían tratando de recuperar las fuerzas.

- ¿María?, ¡María!.. Exclamó Carmen a gritos. ¡María no respira!

Todos se acercaron rápidamente al cuerpo inerte de la muchacha. Durante el último turno, Carmen y Alberto habían sido los encargados de vigilar al resto. Tan sólo ellos habían podido acabar con la vida de María. Si Carmen había sido la que había dado la voz de alerta, tan sólo cabía pensar que Alberto fuera el asesino. Javier se abalanzó sobre Alberto rodeando su cuello con las manos.

- ¡Hijo de la gran…!
- ¡Javier no! ¡Para! Exclamó Carmen tratando de detenerle.

Pero, ya era demasiado tarde. Alberto ya no respiraba. Entonces, Jaime miró a Carmen horrorizado.

- ¡Dios¡, ¡Esto no tendría que haber pasado!

El plan real era más sofisticado de lo que parecía. Con el fin de que todo pareciese real Roberto Antúnez había ideado un plan de lo más retorcido. Por un lado, estaba Javier, protagonista absoluto del reality. Por otro, cinco actores convencidos de que todos salvo Javier estaban juntos en una actuación magistral y por último Jaime y Carmen. Estos últimos, eran los verdaderos artífices de todo el montaje. Ellos debían hacer creer al resto de actores que algo iba mal, que algo se había descontrolado. En la medida que alguno de los actores debía morir, Jaime o Carmen hablaban con él y le explicaba la verdadera trama para que les siguiera el juego. Roberto creía firmemente que, si la mayor parte de los implicados no se creía en peligro, el montaje no iba a funcionar. Era importante que casi todos ellos sintiesen pánico, miedo real. Pero con lo que Roberto no contaba era con que alguno de ellos perdiese los papeles y cometiese alguna locura. Nadie pensó que el miedo y el instinto de supervivencia son las únicas cosas que pueden convertir a un ser normal, incluso a alguien mediocre, en un asesino.

4 comentarios:

José Moya dijo...

Me gusta la historia, aunque creo que habría mejorado si hubieras podido desarrollarla con más espacio. Por cierto, una conocida trabajó un tiempo como actriz en una de esas casas...

P.D. Gracias por ser mi primera seguidora.

Davo Valdés dijo...

Hola Laura, he leído con mucho interes este nuevo relato. Me gusta mucho la idea y en verdad creo que es la semilla de algo más grande. Tal vez una noveleta para desarrollar más todos los personajes y la gradual descomposición de la cordura en el Hospicio.
Un saludo desde México.

goloviarte dijo...

te invito a participar con tu blog en mi blog directorio aquiestatublog.blogspot.com
te conocerán un poco mas,ven y deja tu blog en el libro de visitas
si te parece spam o inoportuna la invitación,te pido excusas
Laura,muy interesante ,intentare seguir la historia

Peter Mathius dijo...

Buena História, de como un simple e inocente "Jueguecito", se puede convertir en una "Increible e Impactante História de TERROR REAL".... MAGISTRAL :D

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