Tras unos minutos que me han parecido una auténtica eternidad, siento un dolor enorme en mis piernas y sé que algo las está atrapando entre los escombros que me cubren por completo, entre los restos de lo que un día fue mi hogar. No sé donde está Manuel, ni tampoco mi niña. Trato de llamarles y grito con todas mis fuerzas, pero mi voz se ahoga entre otros cientos de ellas que piden socorro desesperadamente. Oigo el llanto de un bebé, los gritos una mujer que pide ayuda, los gemidos de quien ya no tiene aliento y a quien la muerte acecha. Me pregunto qué es lo que ha ocurrido y, aunque intuyo que se trata de un terremoto, mi mente no alcanza a imaginar la magnitud de la tragedia. “Vendrán a por nosotros”, pienso en un intento desesperado de infundirme ánimos. “Seguro que no tardarán en venir”. Las lágrimas se escurren por mis mejillas y me pregunto si habrá un mañana.
Las horas pasan y nada cambia. Siento mucho frío. La oscuridad es absoluta, abrumadora, impenetrable. La noche es larga, fría y el dolor se torna agudo e insoportable. En mi cabeza no paro de pensar en mi hija y en mi marido. Dios quiera que sigan vivos. A medida que el tiempo pasa, el miedo se va apoderando de mí. ¿Y si no nos encuentran?, ¿Y si nos dan muertos? Grito desesperada tratando de que alguien me oiga pero, al igual que otros muchos, no obtengo respuesta alguna. Es como si el mundo se hubiese olvidado de nosotros. Deberíamos oír las sirenas de los bomberos, o de la policía, sin embargo, tan sólo oigo gritos, lloros y gemidos. ¿Acaso la catástrofe es tan grande que no dan abasto? Prefiero no pensar en esa posibilidad porque de ser así, estaríamos perdidos.
Ya no siento nada de la cadera para abajo. Sé que eso no es una buena señal pero trato de no pensar en ello y de tranquilizarme. No sé cuanto tiempo debemos llevar sepultados bajo las ruinas pero posiblemente llevemos al menos dos o tres días. La noción del paso de las horas hace bastante tiempo que dejó de existir aquí abajo. De pronto, se oye sonar un teléfono móvil. Seguro que algún familiar está tratando de localizar a alguno de mis vecinos. Si tuviese el mío cerca trataría de llamar, o de enviar un mensaje a alguien pero, por desgracia, no sé donde está. Quizás alguien lo haya hecho y la ayuda esté en camino. No puedo derrumbarme; todavía no, debo ser fuerte.
El tiempo pasa lentamente y empiezo a pensar que nunca saldremos de este entierro en vida. Cada hora que pasa me siento más débil y me cuesta un gran esfuerzo mantenerme despierta. Debo haber perdido mucha sangre y eso, junto con la deshidratación y la falta de alimento, está acabando conmigo. Cada vez se oyen menos gritos, cada vez existen menos probabilidades de salir de aquí con vida. No puedo, no debo dormirme.
Medio inconsciente abro los ojos alarmada por un ruido. Estoy segura de que he oído algo. Parecen las voces de gente tratando de buscar supervivientes entre las ruinas. Trato de gritar pero apenas consigo que un hilo de voz salga de mis entrañas. Por primera vez en todo este tiempo sé que aún tenemos alguna esperanza. Un ínfimo haz de luz se abre camino entre los cascotes y una voz masculina pregunta si hay alguien con vida. Cierro mis ojos, que tras varios días en completa oscuridad parecen no soportar la luz del sol, y sacando fuerzas de flaqueza grito; “¡estoy aquí!”, “¡ayuda!.” Una mano se extiende y agarra con fuerza la mía. Sé que voy a salir de aquí. Todo irá bien, seguro que Manuel y Sandra están fuera.
Tras algunos minutos consiguen sacarme con vida aunque, a juzgar por la expresión de sus rostros, no debo estar demasiado bien. Miro a mi alrededor y por primera vez en todo este tiempo me doy cuenta de la magnitud de esta tragedia. Hasta donde alcanza la vista todo son ruinas y destrucción. Pregunto por Manuel y por mi niña pero nadie sabe nada. Una mujer afirma que de momento soy la única superviviente del edificio. Trato de no ponerme nerviosa y espero con todas mis fuerzas que los saquen a ellos también. Al fondo, oigo que un hombre que con voz seca y decidida dice “Aquí no hay nadie más con vida.”
Siento que me quiero morir.
Este relato es en memoria de los cientos de miles de muertos, huérfanos y heridos del terremoto que ha asolado Haití. También me gustaría dedicarlo a la gente que ha muerto y se ha quedado sin hogar en Lorca.
6 comentarios:
Hola Concheria,
Este relato fue algo que me surgió de dentro al tratar de imaginar lo que puede sentir un ser humano en una situación así. La realidad, desgraciadamente, siempre supera a la ficción.
HOLA LAURA, NO PUDE CONTENER LAS LAGRIMAS CON TU RELATO ES COMO SI YO HUBIESE ESTADO AHI Y HUBIESE SIDO PARTE DE LA TRAGEDIA. COMO TU MISMA LO HAS DICHO LA REALIDAD,
DESGRACIADAMENTE, SIEMPRE SUPERA A LA FICCION.
SOLO NOS QUEDA AYUDAR AL HERMANO QUE HA CAIDO EN DESGRACIA.
Desgarrador, quien sabe serìa mucho màs doloroso, Espero Dios y nosotros nos olvidemos de sus protagonistas.
Un abrazo Laura
laura siempre te e admirado pero ahora te admiro mas por que escribiste este relato en memoria de mis hermanos,mis vecinos haitianos creeme que estoy segura de que tu relato pasara a mas que un relato en una pagina web
QUE DIOS TE BENDIGA
wow.. me dejo pensando bastantte..
Impresionante Relato "Cargadísimo de Candorosos sentimientos a Flor de Piel"... Tu manera de escribir y sobretodo transmisión de Sensaciones es Impresionante... Inigualable, Láura,,, me impresionó,todo ello hace que tu manera de escribir sea MUY ESPECIAL, haces surgir nuestros pensamientos, y sensaciones más profundos, cosa muy difícil de conseguir hoy en día, pues estamos endurecidos por todo lo que llegamos a ver y oir en este triste mundo. Eres Genial Chica, sigue así... no desistas NUNCA.-
Publicar un comentario