26 feb 2010 | By: Laura Falcó Lara

La otra cara del destino

Hacía muchos años que vivía solo. Esa no había sido una elección buscada, sino una imposición de la vida, que Miguel había asumido con resignación. Cuando cinco años atrás aquel terrible accidente de coche le robó a su mujer y a su pequeña, Miguel se encerró en su mundo y, poco a poco se fue asilando de la realidad. Al principio, cayó en una depresión que le mantuvo bajo supervisión médica cerca de un año pero luego, una vez aprendió a convivir con el dolor y la ausencia, eligió la soledad. Desgraciadamente, Miguel había asociado el amor al miedo a volver a sufrir e, inconscientemente, había buscado la forma de evitar ese dolor para siempre. Su vida era sobria, austera y su única relación con el exterior se producía cuando debía desplazarse hasta su oficina. Incluso allí, Miguel evitaba relacionarse con sus compañeros más de la necesario. Tan sólo Sandra, su cuñada, había conseguido romper aquella coraza y acercarse a él. Sin embargo, el precio que tenía que pagar por ello era muy alto. Desde el mismo día en que su hermana Claudia llegó a casa acompañada de Miguel, Sandra se sintió atraída por él y, pese a que sabía que debía borrarle de su cabeza, era incapaz de contener aquellos sentimientos. Con el tiempo aprendió a convivir con aquel torbellino que la devoraba a todas horas, pero la muerte de Claudia no hizo más que abrir, nuevamente, una brecha en su interior. Cada día se le hacía más difícil el seguir siendo la cuñada, la amiga, la confidente; su corazón quería algo muy distinto, algo que, probablemente, no iba a obtener jamás. Si luchar contra su hermana era algo que debía evitar, luchar contra un fantasma se había convertido en un misión inalcanzable.


Salió como cada mañana dirección al trabajo sólo que, desde el mismo instante en que abandonó su casa montada en su viejo Audi, hubo cosas que llamaron su atención. Primero fueron cosas pequeñas, sutiles diferencias en el exterior de su casa, en los jardines colindantes, cambios casi imperceptibles en el paisaje, en las casas vecinas... Luego empezaron a surgir las grandes diferencias, aquellas que iniciaron su desconcierto, aquellas que despertaron su curiosidad. Las calles parecían haberse transformado. Semáforos en lugares donde antes no estaban, tiendas desconocidas, calles que habían cambiado su dirección... Sin embargo, pese a las diferencias, una extraña sensación de familiaridad la embargó. Contrariada, detuvo el vehículo al borde de la calzada y observó atentamente como la vieja heladería de la esquina, aquella que derribaron hacía cuatro años, seguía estando allí. Salió del coche y se acercó hasta la puerta del establecimiento. Era como si la hubiesen vuelto a construir exactamente igual a como ella la recordaba. Abrió la puerta lentamente y entró.

-Hola guapa. Exclamó la vieja señora Jones desde el interior de la barra. ¿Cómo tu por aquí a estas horas? ¿Acaso tenéis fiesta en la universidad?
-¿Perdón? Contestó Sandra completamente descolocada por las palabras de la mujer.¿Universidad? Preguntó sin entender a que se refería.
-¿Te encuentras bien?, no haces muy buena cara. Dijo la mujer mirando a Sandra con preocupación.

Sin contestar a la pregunta Sandra entró en el baño de local dispuesta a mojarse la cara. De pronto, un grito agudo proveniente del lavabo hizo enmudecer a la gente que se hallaba tranquilamente desayunando en el local. Entonces se abrió la puerta y Sandra salió con el rostro desencajado, dirección a la barra.

-¿Qué está pasando? Preguntó Sandra completamente fuera de sí.
-¿Pasando? Contestó la señora Jones.
-¿Porqué parezco quince años más joven?
-¿Más joven?...Sandra, lo que dices no tiene sentido. ¿Estás bien?, ¿Quieres que te acompañe a ver al doctor?

Entonces Sandra miró al exterior y vio que su coche había desaparecido.

Despertó sobre la camilla de la consulta de don Manuel, el médico de pueblo. Al parecer se había desmayado presa del pánico. Allí de pie junto ella estaba su madre. Su madre, sí, la misma que Sandra enterró tres años atrás. Su madre se había quedado viuda siendo muy joven y nunca quiso volver a casarse. Desde entonces había dedicado toda su vida a cuidar de sus dos hijas y cuando murió, Sandra se sintió tremendamente sola.

Asustada y desconcertada por la situación Sandra preguntó:

-¿Qué fecha es hoy?
-Dieciséis de mayo. Respondió su madre sorprendida por aquella extraña pregunta.
-¿De qué año? Contestó Sandra temiendo la contestación.
-¿De qué año quieres que sea? De 1995.

Aturdida por una situación que no alcanzaba a comprender, Sandra trató de hallar la lógica de lo que estaba sucediendo. Salió de la consulta acompañada por su madre quien no dejaba de mirarla temiéndose lo peor.

-Dieciséis de mayo de 1995...uuummm...¿de qué me suena a mi esta fecha? Pensó para sus adentros.

Entonces lo recordó. Ese era el día en que su hermana Claudia conoció a Miguel en la taberna. Claudia le había explicado tantas veces la historia, que Sandra la conocía a la perfección. Por lo visto, aquella noche Claudia llamó a María para salir a tomar algo a la taberna. Una vez allí, Claudia volcó sin querer su refresco encima de Miguel y cuando este se levantó de la barra sobresaltado, empujó sin darse cuenta a Claudia que cayó al suelo, torciéndose un tobillo. Eso ocasionó que el la acompañara luego con su coche a casa y le pidiese una cita. El resto ya era historia.

¿Y si el destino le estaba poniendo frente a ella la posibilidad de cambiar el pasado? ¿Qué hubiese ocurrido si en vez de Claudia hubiese sido a ella a quien hubiese conocido Miguel aquella noche? En su cabeza Sandra barajaba un millón de preguntas, como si de un torbellino se tratase. Por otro lado, algo en su interior le decía que aquello no estaba bien. Pero, en cualquier caso, no podía dejar de pensar que, si la muerte de Claudia era inevitable, al menos Miguel no perdería a su mujer y a su hija, ni derrocharía su vida perdido en un mundo de recuerdos. Además, también estaba ella, la eterna enamorada, la que jamás pudo confesar sus sentimientos, la que sufría desde hacía quince largos años un amor no correspondido. Decidida, Sandra llegó a casa de sus padres donde la aguardaban un sin fin de recuerdos y objetos que hacía años que no veía, dispuesta a conquistar a Miguel. En primer lugar, debía evitar que Claudia fuera aquella noche a la taberna y la mejor manera era llamar a Raquel. Raquel era una de aquellas amigas de la infancia que prefería pasar la noche viendo un película romántica frente al televisor, que salir a tomar unas copas. Ella se iba a convertir en su aliada, sin ni tan siquiera saberlo. Y así fue, Raquel apareció por casa desbaratando los planes de Claudia quien, evidentemente, ya no llamó a María para salir. Mientras, Sandra buscó en su viejo armario algo que ponerse y se dispuso a irse en busca de Miguel. Al salir, Sandra se acercó a su hermana y, estrechándola entre sus brazos por primera vez tras ocho años, no pudo evitar derramar alguna que otra lágrima.

Llegó a la taberna y buscó con la mirada a Miguel. Allí estaba, sentado en la barra con un amigo y un par de cervezas. Con cuidado se acercó y colocándose estratégicamente junto a él, pidió un refresco. Luego, fingiendo un accidente, volcó su vaso sobre Miguel. La situación fue rodada y todo ocurrió como ella esperaba. Al cabo de una semana Miguel y ella ya eran novios.

Había pasado cerca de un mes cuando una mañana, al salir de casa, la misma extraña sensación que la había asaltado un mes antes se repitió. Sandra empezó a sentir que las cosas eran distintas, que las calles, las casas, incluso el paisaje estaba cambiando a su paso. Asustada ante la posibilidad de perder nuevamente a Miguel, Sandra regresó a casa de sus padres pero, al acercarse se percató que allí ya no vivía nadie. La casa estaba cerrada y abandonada, como ella la dejó tras la muerte de su madre. Paralizada por la situación, Sandra trató de pensar sobre las consecuencias de sus actos. Entonces sorprendida se percató que en su mente empezaban a aflorar recuerdos hasta la fecha inexistentes. Recordaba perfectamente su noviazgo con Miguel, su boda, e incluso el nacimiento de una hija que, a la fecha, debía tener unos dos años. Aquello era perfecto, pensó. Había conseguido que sus sueños se hiciesen realidad. Entusiasmada, Sandra corrió hacia casa de Miguel, “hacia su casa”, no sin antes parar en un quiosco para comprobar la fecha en la prensa local.

-¡20 de febrero de 2005! Exclamó sobresaltada. Aquel fue el día de la muerte de Claudia. Pero, ¿por qué el destino la habría llevado a aquel punto y no al presente?, pensó.

Pero su entusiasmo le hizo olvidar rápidamente sus cábalas e irse directa hacia su casa. Sin embargo, lo que allí iba a encontrar no correspondía para nada con sus sueños.

Sin pensarlo abrió la puerta con la llave que milagrosamente tenía en su bolso. Era probable que Miguel no estuviera en casa ya que, a aquella hora de la mañana, tenía que estar en su oficina. Entró en la casa observando cada rincón y deleitándose con el que ahora era su hogar. Se hacía tan extraño estar en la casa de su hermana sabiendo que ahora era suya, que no pudo evitar sentir algo de culpabilidad. Luego, subió las escaleras y se fue hacia el dormitorio dispuesta a darse una ducha y cambiarse de ropa. Un viaje de quince años bien merecía una buena ducha, pensó. Sin embargo, cuando abrió la puerta de la habitación pudo ver sobre su cama los cuerpos desnudos de Claudia y de Miguel. Aturdida por aquella imagen, Sandra salió corriendo de la casa y se montó en su coche que, para su sorpresa, se hallaba perfectamente aparcado frente a la puerta de la casa. Con los ojos repletos de lágrimas y rota por el dolor Sandra no podía aceptar lo que estaba ocurriendo. Aunque había cambiado el destino y se había casado con Miguel, Claudia y él se habían enamorado igualmente y ahora, eran amantes. Con el corazón completamente destrozado, Sandra condujo a gran velocidad por la vieja carretera de la costa tratando de huir de aquella realidad peor si cabe que la anterior. Entonces, en la misma curva donde murió Claudia, el coche derrapó y Sandra se precipitó inexorablemente al mar.

Nuevamente la historia se había repetido, la diferencia era que esta vez Miguel no se iba a ver afectado por la situación de la misma manera, ya que su hija y la mujer a la que realmente amaba, estaban vivas.

4 comentarios:

hln dijo...

De terror...despertar un dia y que el destino pueda hacer que cambies tu vida, pero si la cambias corres el riesgo de terminar peor de como estabas. :)
Estupenda historia, que nos deja mucho para refleccionar.
Un abrazo. Helen

Galatea dijo...

Vaya ...
a veces anhelamos tanto cambiar las cosas de nuestro pasado... sin pensar en las consecuencias ...
destino?
Lo que es para ti ... a pesar de las circunstancias seguirá siendolo?
Hay mucho en que pensar...

Balaphoto dijo...

Gran blog!! Increible historia!!!

http://balapertotarreu.blogspot.com

Frank

Americo Treminio dijo...

Felicidades Laura, hermosos relatos los que has publicado en tu blog, me ha gustado mucho tu prosa, el tratamiento que le has dado al destino y al tiempo y la frescura y franqueza de tus personajes.

Mi afecto y admiración.

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