10 mar 2010 | By: Laura Falcó Lara

Recuerda

Cada noche el mismo sueño, la misma visión. Tenía frío, mucho frío, tiritaba. Andaba lentamente por el pasillo hasta el baño. La humedad penetraba bajo sus huesos dejándola helada. Frente a ella, una antigua bañera de piedra rebosaba agua en plena oscuridad. Tan sólo un ínfimo rayo proveniente de la luna, penetraba por la ventana tímidamente. La miraba atentamente, con respeto, con cautela, con culpabilidad. No quería avanzar, no podía acercarse. La sola idea de asomarse al borde de aquella bañera le provocaba vértigo y náuseas. El miedo, el terror, el silencio invadían la estancia y la carcomían por dentro como una condena. Tan sólo el rítmico ruido de las débiles gotas de agua resbalando fuera de la bañera interrumpía aquella especie de epifanía. Después el vacío, aquella horrible sensación de abandono, de desespero, de pérdida, de error, de tremenda e irremediable situación. Los ojos se entumecían dormidos arropados por las lágrimas que a duras penas osaban despuntar. Sus puños cerrados agarraban las sábanas con fuerza como atrapando a la vida, como temiendo no despertar.


Cada mañana se levantaba sobresaltada, angustiada, pero nunca conseguía averiguar que le estaba tratando de decir su subconsciente. Por la noche, el horror de sus pesadillas embargaba su mundo y la llevaba a un abismo del que cada día le costaba más volver. Por la mañana, aquella triste y mísera rutina la llevaba hasta el desespero. Había pensado tantas veces en el valor de la vida, de su vida. Ausente, cabizbaja, Ángela trataba de hallar sentido a su existencia. Quizás su vida nunca tuvo demasiado sentido, ni valor. Desde niña había sufrido reiterados malos tratos por parte de su padrastro y de mayor, la calle se encargó de quitarle las pocas ilusiones que aún podían quedarle. ¡Cuantas veces había pensado en acabar con todo! Quizás hubiese sido lo mejor. Algunos tachaban el suicidio de acto cobarde, pero ella lo veía como un acto heroico, como una prueba de libertad, como un modo de reivindicar el derecho a elegir. Sentada miró una vez más por aquella pequeña ventana y dejó que la luz del sol calentase sus negros cabellos. ¿Cuánto tiempo más habría de esperar? ¿Cuántas noches más pasaría torturándose con aquellas terribles pesadillas? Hacía mucho tiempo que la vida dejó de motivarla. Ya no quedaba nadie por quien preocuparse, ni nadie que se interesase por ella. Cuando cuatro años atrás murió su madre, Ángela supo que su mundo había quedado huérfano. Aunque su madre jamás fue un deshecho de virtudes, ni nunca se preocupó lo suficiente por lo que le pasaba a su hija, Ángela no podía evitar quererla. Hubiese sido muy fácil culparla por el calvario al que su padrastro la tuvo sometida, pero eso no le iba a devolver su niñez. Pese a todo, la necesitaba, necesitaba ese hombro en el que llorar, esa sensación de que había alguien mayor que ella que la cuidaba, aunque no fuera cierto.

Los días pasaban lentamente y tenía muchas horas para pensar, para valorar y para recordar. Sin embargo, había algo que la atormentaba, algo que la perseguía noche tras noche y que no conseguía recordar.

Aquella mañana despertó como de costumbre, sudada, angustiada, tratando de recordar. Aquella mañana iba a ser la última. Oyó al final de pasillo los lentos pero firmes pasos de la muerte que venía a por ella. Sí, era su hora, sin embargo, en todo aquel tiempo no había conseguido averiguar el porqué. ¿Qué sentido tenía morir sin saber de qué era culpable? Espero atenta, tranquila, a que la puerta se abriese. La angustia, el miedo y los nervios los reservaba para la noche.

La puerta se abrió y aquellos hombres la invitaron a acompañarles. Aquel era un viaje que no deseaba hacer, al menos no de aquella forma. Si todavía fuera consciente del porqué... Aunque había deseado morir en muchas ocasiones, ahora la muerte le resultaba injusta, inapropiada. Sus recuerdos se precipitaron en su cabeza como si tratase de recuperar su vida instante a instante.

Avanzaron lentamente hasta aquella sala. Luego, los dos hombres la ayudaron a tumbarse sobre la camilla y tras atarla, empezaron a ponerle las agujas. La cuenta atrás había empezado. Entonces, uno de los hombres se acercó a ella y con voz profunda y seca dijo en su oído:

-Ahora pagarás por lo que le hiciste a tu hija; zorra.

En ese instante, las imágenes de cada noche la asaltaron nuevamente. El frío, el agua, la bañera... pero esta vez, en lugar de quedarse inmóvil, expectante, Ángela decidió asomarse al interior de la misma. Allí estaba ella. Tan pequeña, tan indefensa, tan inmóvil. Las lágrimas recorrieron por última vez su rostro. Entonces recordó, recordó su vida en la calle, recordó la prostitución y el embarazo no deseado. Era tan joven y tan inexperta. Cuando tuvo a la niña el mundo se le vino encima. Sola, sin su madre, ni nadie dispuesto a ayudarla, Ángela se derrumbó y no supo reaccionar. Una noche, hasta arriba de coca, tomó a su bebé en brazos y sin dudarlo, lo sumergió en la bañera hasta que dejó de respirar. Luego, cayó inconsciente al suelo mientras la bañera rezumaba agua sin parar. Cuando por fin despertó en plena noche completamente helada, no recordaba nada. Se levantó y se acercó a la bañera para descubrir el horror que había cometido.

El alcaide dio la orden y las inyecciones empezaron a fluir por su cuerpo. Entonces, desvaneciéndose lentamente, Ángela giró la cabeza y mirando al hombre que minutos antes había susurrado en su oído dijo:

-Gracias. Ahora sé que tengo que morir.

2 comentarios:

Francisco Cenamor dijo...

Querida Laura, el próximo viernes 19 de marzo haremos un breve comentario sobre tu blog en nuestro Blog literario Asamblea de palabras, para que nuestras lectoras y lectores se den una vuelta y lo conozcan.
Un saludo.

hln dijo...

De terror!!!, esta vez senti muy profunda a esta historia. Te comento que se la conte a una amiga tratando de ser muy exacta con lo que escribiste y solo vi brotar las lagrimas de sus ojos, a su manera ella se sintio identificada con el relato y me dijo que solo espera no despertar y solo caer en un sueño profundo, en verdad es muy triste saber que la gente muy distante de la figura que muestran al mundo, estan llenas de problemas que las hacen sentir desgraciadas.
Por este relato por fin supe el motivo por el cual mi amiga se sentia tan atormentada, ahora solo busco la manera de ayudarla.
Gracias Laura, porque sin querer ayudaste a alguien que lo necesita mucho.
Un abrazo.

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