28 abr 2011 | By: Laura Falcó Lara

Viaje inesperado



Algo extraño sucedió aquella tarde, algo que no creía poder explicar. Hubo un gran destello y luego un silencio ensordecedor. Miró a su alrededor perpleja. Ellos ya no estaban allí, su familia y sus amigos habían desaparecido y ahora se encontraba sola en un entorno que no reconocía. Avanzó lentamente hacia donde antes estaba la cancha de tenis de la nueva y hermosa urbanización que su padre acababa de inaugurar. Frente a ella, ahora tan sólo podía ver un descampado y una vieja mansión que, a juzgar por su aspecto, parecía abandonada. Ni rastro de las casas, ni de sus compañeros. Caminó durante algunos kilómetros hasta llegar al primer resquicio de civilización. A lo lejos, divisó una pequeña casa rodeada de campos de trigo. Se acercó y tocó el timbre. Un hombre de aspecto más bien tosco y desaliñado abrió la puerta.

-Perdone que le molesté pero, me he perdido. Dijo tratando de resumir de forma lógica una situación del todo inverosímil.
-Tranquila. ¿Quieres usar el teléfono?
-Gracias. Contestó mientras entraba en la casa.

Lo primero que llamó su atención fue el televisor. ¿Cómo era posible que alguien tuviese aún en su poder un televisor tan antiguo? Aunque estaba apagado, el aparato tenía toda la pinta de ser de los de blanco y negro. Igual lo guardaba como recuerdo, pensó. Quién sabe, quizás con los años llegase a valer una fortuna.

-Aquí tiene. Le dijo el hombre señalándole una mesita en el rincón de la sala de estar.
-Pero...esto...Anabel no salía de su asombro. El teléfono que estaba observando debía de estar sacado de un museo, pensó.
-¿Moderno verdad? Apuntó el hombre con una media sonrisa. Mi hijo el mayor me lo trajo de la capital.

Definitivamente, algo no iba bien. Sin embargo, en aquel momento lo importante era que la viniesen a buscar así que, Anabel tomó el teléfono y, sin dudarlo, marcó el número de casa de sus padres. 93 426 87 04. La línea saltó sin dejarle acabar de marcar el número entero. Volvió a probarlo y nuevamente, el teléfono cortó la comunicación.

-¿Me permite? Preguntó el hombre tratando de ser amable. ¿Cuál es el número?
-93 426 87 04
-¿93? No hace falta poner el prefijo. Por eso le da error.

Anabel miró extrañada sin atreverse a decir nada.

-Ya está, ya da señal. Dijo mientras le pasaba el teléfono.
-¿Mamá?
-¿Quién es? Dijo alguien al otro lado. ¿Por quién pregunta?
-¿Mamá eres tú?
-Creo que te equivocas, mi única hija está en casa. ¿A quién buscas?
-A María Durán.
-¿María? María es mi hija pero...te juro que con 13 años, aún no es madre de nadie. Bueno, o eso espero. Dijo la mujer en tono jocoso.
-¿Cómo?

Asustada, Anabel colgó el teléfono. Aquello no podía ser real.

-¿Estás bien? Preguntó Hans Grummer preocupado por lo lívida que Anabel estaba.

Trató de mantener la calma. Respiró hondo e hizo la pregunta cuya respuesta no sabía si quería oír.

-¿En año estamos?
-¿Cómo?...En 1966. ¿En qué año quieres que estemos?

Anabel cayó al suelo inconsciente.

Despertó algo mareada deseando que todo hubiese sido tan sólo un sueño.

-¿Estás bien? Preguntó aquel hombre.

No estaba bien, definitivamente no, pensó mientras rompía a llorar. ¿Qué era lo que iba a hacer?, ¿A dónde iba a ir? Agobiada por la situación decidió explicárselo todo a aquel extraño.

-¿Viajes en el tiempo? Uummm...bueno, fácil de creer no es, la verdad.

Entonces Anabel metió la mano en su bolsillo y sacó el Carnet de identidad, la tarjeta de crédito, la médica... Hans observó atentamente aquella documentación y sus fechas.

-O eres una magnífica falsificadora, o dices la verdad. Contestó mientras trataba de tranquilizarla.
-¿Qué voy a hacer ahora? Preguntó de forma retórica.
-Tiene que haber una explicación lógica para todo esto. ¿Dónde estabas cuando todo desapareció?, ¿Qué hacías?
-Estaba a unos kilómetros al norte de aquí, inaugurando una nueva urbanización cuando un destello... Bueno, ahora es una zona despoblada salvo por una vieja mansión que parecía estar abandonada.
-Ya sé donde dices. Es la mansión Deloir... ¿Y dices que se ha construido una urbanización?
-Sí, una urbanización de lujo.
-¡Dios!
-¿Qué ocurre?
-¿La mansión Deloir ya no existe?
-Pues no.

El hombre empezó a dar vueltas por la habitación con cara de preocupación. A juzgar por la expresión de su rostro algo terrible había ocurrido. De pronto, paró en seco y mirándola fijamente le dijo:

-Jamás debieron tirarla. No saben lo que han hecho. Han abierto una puerta que a saber con qué conecta.
-¿Cómo?
-Es una historia muy larga.
-Bien pues, teniendo en cuenta que no puedo volver a casa hasta dentro de 44 años, soy todo oídos.
-Está bien. Deloir era un loco, un hombre que vivió en el siglo pasado y que tras perder a su familia como consecuencia de la peste, construyó la mansión a modo de mausoleo. Por lo visto, su dolor por aquella pérdida le llevó a investigar sobre la vida y la muerte, sobre el más allá, sobre la magia negra. Mientras, congeló los cuerpos de su mujer y su hijo para preservarlos.
-Pobre hombre.
-Su obsesión por recuperar a sus seres queridos le llevó a practicar extrañas operaciones con cadáveres, a buscar en tratados de alquimia y de magia negra. Entonces empezaron aquellos viajes a Egipto de los cuales parecía traer algún tipo de reliquias e inquietantes conocimientos.
-¿Y qué ocurrió?
-Que un día convocó en la mansión a gente muy extraña. Ese tipo de personajes que afirman hablar con los muertos. No sé que fue exactamente lo que ocurrió pero algo incontrolable se desató ahí dentro.
-¿Incontrolable?
-Algo demoníaco, algo sobrenatural. Deloir hizo cubrir el sótano con hormigón y tapió toda la mansión para que nadie entrase. Luego desapareció.
-¡Vaya historia!
-Sea lo que sea lo que te ha llevado aquí, seguro que tiene que ver con esa vieja mansión.
-¿Cuánto hace de eso?
-Algo menos de treinta años. ¿Por?
-Porque me temo que tan sólo ese tal Deloir puede saber cómo devolverme a casa. Contestó Anabel.
-Me temo que eso va a ser imposible.
-¿Imposible?
-Deloir murió de forma extraña al poco tiempo de irse, al igual que la mayoría de los que asistieron a aquella sesión. Fue como si una maldición les persiguiera.

Anabel bajó la mirada completamente abatida. ¿Cómo iba a regresar a casa?

-Sin embargo, quizás Ágata…
-¿Ágata?
-Ágata Bloomdich es la única persona que estuvo presente en aquella sesión y aún sigue viva. Es mayor y no sé si querrá hablar con nosotros, pero podemos probarlo.
-¡Al menos es algo! Exclamó Anabel algo aliviada.


-Fue la peor noche de toda mi vida. Dijo la mujer no sin ciertas dificultades.

Anabel no podía apartar la vista de aquellas manos temblorosas debido al parkinson.

-Nunca debimos abrir aquella puerta. Suspiró Ágata como temiendo que alguien la estuviese escuchando.
-¿Qué puerta? Preguntó Anabel.
-La puerta del mundo de los muertos. Deloir estaba tan desesperado por la pérdida de su familia que, emulando el mito de Orfeo y Eurídice, decidió adentrarse en el mundo de los muertos para ir a por ellos.
-¿Qué fue lo que ocurrió? Preguntó Hans ansioso de conocer por fin la verdad de aquellas habladurías.
-Cuando regresó trajo con él a los que aparentaban ser su mujer y su hijo, pero no eran ellos. Aquellos seres…Dijo llevándose la mano a la boca tratando de contener el miedo.
-¿Y luego? Insistió Anabel.
-Luego…para nosotros ya no hubo un luego. Casi todos murieron y yo, yo me he pasado la vida con miedo a morir. Deloir encerró a aquellas abominables criaturas en el sótano y lo selló. Después tapió la casa y huyó lejos de allí.
-¿Vendría con nosotros hasta la casa? Preguntó Anabel temiendo una negativa por respuesta.
-No…no…yo no creo que pudiese…Dijo la mujer temblando de pies a cabeza completamente paralizada por el miedo.

Desesperada Anabel rompió a llorar.

-Pero, ¿qué es lo que te pasa? Preguntó la mujer conmovida por aquellas lágrimas.

Tras explicarle toda su historia, Anabel trató de tranquilizarse. Mientras Ágata, pensativa, parecía estar a kilómetros de ahí. Pasaron unos breves instantes antes de que aquella mujer regresarse de su trance.

- Está bien iré. ¡No descansarán hasta tenerme también a mí! Exclamó tras un suspiro de resignación.
-¿Cómo? Preguntó Hans
-¿Es que no lo ve? Por eso la han traído. Te pareces mucho a mí de joven. Dijo dirigiéndose a Anabel mientras sacaba una fotografía pequeña de su cartera.
-¿Pero qué sentido tiene eso?
-Todo el sentido. Dijo con voz de derrotada.- Los que estuvimos allí siempre tuvimos la sospecha de que lo que realmente ofreció Deloir a cambio de su familia, fueron nuestras almas.
-Entonces, ¿qué le pasará si nos acompaña? Preguntó Anabel
-Tengo ochenta y seis años, dos hijos fabulosos y cinco nietos adorables. No creo que me quede mucho por hacer en este mundo, salvo concluir lo que hace treinta años empecé por error.
-¿Está segura? Dijo Hans preocupado por la salud de la mujer.
-Segura.


Debían ser la cinco de la tarde cuando llegaron a la mansión Deloir. Mientras Hans trataba de derribar el tabique que tapiaba la puerta de entrada, Ágata recorrió con la vista sus muros recordando el esplendor que una vez se desprendió de aquellas lúgubres paredes. Durante unos instantes recordó la primera vez que estuvo en la mansión. Deloir acababa de perder a Anne y a Melodie y buscaba desesperadamente algo, o a alguien que le diese un hilo de esperanza. Ese fue su gran error, darle esperanzas. Ella era tan o más culpable que el resto sólo que, su gran conocimiento de más allá, la había ayudado a engañar a Caronte, el barquero, que desde el otro mundo había venido a por sus almas. Esta vez,…esta vez ya no podría engañarle, pensó.

Entraron en la casa y un penetrante olor a viejo, a rancio impregnó toda su ropa. Con la poca luz de la linterna apenas podían ver. Hans se acercó a una ventana y arrancó uno a uno casi todos los tablones. La luz entró iluminando aquella sombría estancia. El polvo, repartido de forma casi uniforme por toda la casa, hacía aún más complicado el oficio de respirar. Parecía como si el tiempo no hubiese pasado por allí, como si el pasado se hubiese instalado en aquel decrépito mausoleo. No sin un cierto temor a lo desconocido Hans y Anabel siguieron a Ágata hasta la puerta sellada del sótano.

-Aquí está. Esta era la entrada.
-¿Cómo se supone que vamos a acceder? Preguntó Anabel viendo que el hormigón que bloqueaba la puerta no iba a ceder fácilmente.
-Seguidme. Dijo Hans armado con un mazo.

Decidido, Hans entró nuevamente en el salón y empezó a golpear la pared que, supuestamente, colindaba con el sótano.

-El hormigón es muy duro, pero los tabiques son otro cantar.

Por fin la pared cedió dejando entrever la vieja escalera. La mugre que sobrevolaba la estancia era tan espesa que esperaron unos instantes antes de intentar acceder al interior. De pronto, algo se movió allí dentro.

-No…no es posible. Dijo Ágata con voz temblorosa- Hace treinta años que los encerró ahí. No pueden estar aún con vida.

Los tres retrocedieron con desconfianza, con incredulidad, y sobretodo, con miedo a lo desconocido. Una voz de niña susurró desde el interior con voz siseante:

-Te estábamos esperando, sin ti el conjuro no funciona.

Asustados, Hans y Anabel corrieron hacia el exterior de la casa mientras Ágata permanecía inmóvil frente al agujero de la pared. Su corazón latía con fuerza, la misma fuerza y brío que hacía treinta años.

-¡Estoy aquí! Contestó Ágata sacando fuerzas de flaqueza. – Esta vez no voy a huir.

En el exterior Hans andaba intranquilo de un lado a otro.

-Esto no va a salir bien. ¿De verdad crees que dar vida a esos engendros puede traer algo bueno? ¿En realidad piensas que van a devolverte a casa?

Anabel miró fijamente a Hans sin comprender qué quería decir. En ese instante, Hans agarró el hacha que estaba clavada en el madero al lado del cobertizo y volvió a entrar.

-¿Qué haces? Exclamó Anabel temiendo no poder regresar a su hogar.
-¡Matarlas! Contestó Hans dirigiéndose hacia donde estaba Ágata.

De pronto, se oyó un gran estruendo y una luz casi cegadora inundó casi toda la casa. Después, golpes, chillidos, lamentos y tras ellos el silencio, un silencio aún más aterrador que los ensordecedores ruidos.

-¿Qué había pasado ahí adentro? Se preguntó Anabel paralizaba ante la puerta.

Nerviosa, con el pulso acelerado y la respiración agitada, entró en la casa lentamente hasta llegar al salón. Allí, tirada en el suelo al igual que una muñeca rota, yacía Ágata. Se acercó a ella y tomó su cara entre sus manos. Las cuencas de los ojos estaban vacías, como si através de ellos le hubiesen chupado la vida.

-¿Hans? Preguntó con voz tímida.

Nadie respondió. Avanzó aterrada hasta el boquete del sótano y asomó la cabeza. Allí, sentado en el suelo estaba Hans. Junto a él el cuerpo sin vida de una mujer adulta y en sus brazos el de una hermosa niña rubia. Bañado en sangre y lágrimas, el hombre era incapaz de articular palabra. El dolor era tan inmenso y profundo que le oprimía la garganta hasta casi ahogarlo.

-No eran de este mundo, eran monstruos, no podía permitir que viviesen. Deloir me lo advirtió.
-¿Deloir?
-Henry Deloir era mi hermano mayor. Cuando murió me hizo prometer que jamás dejaría a su mujer, o a su hija con vida. Sabía que había cometido una atrocidad y que esto no acabaría hasta que cobrasen vida y alguien las matase después.

De pronto, Anabel empezó a sentirse mal, como mareada. Sentía que le faltaban las fuerzas y que se le nublaba la vista. Un extraño y enorme destallo lleno el cielo y ella cayó desplomada.

-¿Anabel?, ¡Vaya susto que nos has dado!
-¿Mamá?, ¿eres tú? Dijo Anabel abriendo los ojos de par en par
-Sí claro, ¿a quién esperabas encontrar?, ¿a Brad Pit?
-¿Qué ha ocurrido? Preguntó dudosa de la realidad.
-Tu padre te hizo una foto y tras el flash, caíste redonda al suelo.
-¿No me he ido a ninguna parte?
-¿Ido?..Anabel, ¿estas bien?

Anabel miró a su alrededor desconcertada. Era como si todo hubiese sido un sueño, o más bien una pesadilla. Entonces, cuando su padre entró en el cuarto, la pregunta no se hizo esperar.

-Papá, ¿Qué había en estos terrenos antes de que construyeseis la urbanización?

Todos la miraron con extrañeza, no era la pregunta más normal a realizar tras desmayarse.

-Pues no sé, lo típico, campo, matorrales… ¿por?
-¿No había nada más?

Alan pensó unos instantes tratando de recordar cómo era aquello cuando lo vio por primera vez.

-Bueno, también había una vieja y decrépita mansión medio en ruinas.
-¡La mansión de Henry Deloir! Exclamó Anabel dándose cuenta que no había sido un sueño.
-Y, ¿Cómo sabes tú eso? Preguntó su padre sorprendido por la precisión de aquella respuesta.
-Pura casualidad. Contestó Anabel esbozando una tímida sonrisa.

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