22 jul 2011 | By: Laura Falcó Lara

Cuando llegue noviembre

Abrió los ojos y miró por la ventana como cada mañana. El invierno todavía azotaba con fuerza y las ramas de los árboles se blandían con el viento, como si tuviesen vida propia. Conocía tan bien aquel paisaje, que de haberle gustado la pintura habría sido capaz de dibujarlo de memoria. Lo cierto es que la mejor época era la primavera. Los niños solía juguetear en la plaza y sus madres, sentadas en los bancos, pasaban la tarde hablando entre ellas y tomando el sol. Con la llegada del frío, la plaza se tornaba solitaria, sombría y vacía de todo atisbo de vida.


-¿Has pasado buena noche? Preguntó el enfermero a Natalie.
-Sí, otra más. Contestó ella postrada en aquella cama de hospital.
-No te desanimes, seguro que pronto…
-Llevo más de dos largos años oyendo esas mismas palabras.

Era finales de mayo cuando Laurence se declaró. Jamás alguien se había tomado tantas molestias para hacerla feliz. La luz de las velas y el reflejo de la luna sobre el mar, se convirtieron en un marco perfecto para que Laurence le pidiese la mano. Nunca iba a olvidar aquella noche, no mientras viviese. Recordaba una a una todas las palabras que le dijo, sus gestos, la magia…

-Cásate conmigo. Dijo de rodillas y mirándola a los ojos.
-Dime cuando y allí estaré. Respondió sin pensarlo dos veces.
-Con las primeras nieves, cuando llegue noviembre. Contestó él.

Ese fue el mes en que se casaron sus padres y Laurence quería darles una sorpresa. Sin embargo, la sorpresa se la dio ella a él, un mes antes de boda.

Aquella mañana llovía y Natalie tomó el coche dirección al centro. Tenía la última prueba del vestido y luego iría a recoger a Laurence a la oficina para comer juntos. Cuando su coche se quedó atrapado en las vías del tren, no tuvo tiempo ni de pensar.

Todos creyeron que no sobreviviría. De hecho, estuvo más de un mes en coma y los médicos no tenían apenas esperanzas de que volviera en sí. En cualquier caso, Natalie no iba a volver a mover sus piernas nunca más y posiblemente necesitaría seguir conectada a una máquina por mucho tiempo. Al poco de recuperar la consciencia lo tuvo claro, debía liberar a Laurence de aquel compromiso; ya nada era igual. Al principio el seguía yendo a verla, pero pronto dejó de hacerlo.

-La vida sigue. Aunque ahora veas todo negro te prometo que pasará.
-¿Y tú que vas a saber? Dijo Natalie tratando de ocultar el dolor y la tristeza que asomaban a través de sus hermosos ojos verdes.
-Más de lo que imaginas. Contestó Ron mientras cambiaba las sábanas de la cama.

Natalie le miró expectante.

-Hace diez años tuve un accidente de moto y según los médicos me iba a quedar como tú. Lo importante es no perder la esperanza.
-¿Esperanza? Mi esperanza es que algún día pueda separarme de esta máquina; esa es toda mi esperanza. Me iba a casar, ¿sabes?, cuando llegase noviembre. ¿Quién va a querer compartir su vida con una parapléjica?
-Pero… ¿tú te has visto en un espejo? Eres preciosa. Prométeme que la primera cita cuando te desenchufen de esta maquina será para mí.

Natalie no pudo contener las lágrimas. Al cabo de unos instantes, y tras secarse los ojos con el dorso de la mano Natalie asintió con la cabeza.

-Está bien. Pero prométeme tú que jamás quedarás conmigo por pena.
-Te lo juro. Dijo afirmó Ron guiñándole un ojo.

Pasaron los meses y el ansiado día llegó. Por fin, tras casi tres años de condena, Natalie iba a ser libre.

-¿Cuándo te invito a cenar? Preguntó Ron mientras la ayudaba a recoger sus cosas.
-¿Aún sigues empeñado en ir a cenar con una mujer en silla de ruedas? Preguntó ella.
-Por supuesto.

Y así fue, Natalie fue a cenar con Ron y por primera vez en mucho tiempo se olvidó de sus piernas. Tras aquella primera cena hubo muchas más y cada día que pasaba Natalie le daba menos importancia a su estado. Había aprendido que la belleza de una persona no reside tan sólo en el físico y que, pese a su situación, la vida seguía y valía la pena vivirla.

Aquella noche Ron estaba pensativo, como ausente. Por un momento Natalie pensó que nuevamente, tal y como pasó con Laurence, Ron iba a dejar de quedar con ella; iba a huir. Paró el coche frente a la playa, descendió y abrió su puerta.

-¿Qué hacemos aquí? Preguntó ella sorprendida por el comportamiento de su amigo.
-Yo no quiero esperar a noviembre. Dijo Ron tomándole la mano y arrodillándose. ¡Cásate conmigo hoy, esta noche!
-¿Cómo? Contestó ella completamente paralizada.
-Te quiero y si tú me quieres la mitad que yo a ti, ya me vale.

Un cúmulo de recuerdos revivió dentro de ella y sin poder evitarlo, Natalie rompió a llorar. Estaba tan convencida de que el amor ya no era para ella, que ni tan siquiera se había percatado de que Ron la amaba con locura. ¿En qué momento dejó de vivir? se preguntó a si misma al darse cuenta de la armadura que había creado a su alrededor.

-¿Me quieres? Preguntó él con miedo a su respuesta.
-No lo sé. Contestó ella con la poca voz que le quedaba.

Ron bajó la cabeza abatido, triste. En ese instante Natalie le tomó de la barbilla y mirándole a los ojos le dijo:

-Si hay alguien en este mundo a quien realmente puedo querer es a ti. ¡Casémonos esta noche!

El amor no siempre se manifiesta de la misma forma, ni nace del mismo modo. El amor no depende de la edad, ni del color de la piel, ni tan siquiera de la belleza externa. A veces, una relación muy pasional y que empieza con mucha fuerza y mucha atracción física, nos hace daño y se queda en nada, mientras que otras relaciones que empiezan más lentamente, acaban convirtiéndose en el amor de nuestras vidas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Es el contraste con la “suicida” de tu otro relato.
Lo que tú relatas, sí es posible, siempre que aparezca la persona capaz de ver más allá de donde ve la mayoría de la gente, aunque no siempre aparece esa persona. Son personas (no importa el sexo), capaces de entregarse, de dar sin esperar recibir más que amor y amistad, dos sentimientos que han de coincidir para que la relación funcione. Cuando en una pareja uno de los dos cae en una desgraciada situación, lo normal es que el otro siga por amor, por cariño y por muchas cosas más; si desaparece, evidencia su egoísmo y cobardía, pero es muy distinto como tú relatas. Si el conocimiento, el enamoramiento, se inicia cuando uno de los dos ya está limitado/a, en estos casos la gran entrega es de quien hallándose en su perfección, en su normalidad, da vida y felicidad al otro. Esas personas, aunque no se les pueda ver, en torno a su cabeza llevan un aura luminosa.
Seguiría pero este no es mi blog si no el tuyo, Laura.
Ralph

Laura Falcó Lara dijo...

Hola Ralph,

Conocí un caso a la inversa y aunque la chica se casó con el afectado, al poco tiempo acabó mal. El rehizo su vida y entonces, como tu dices, sí funcionó.

Anónimo dijo...

Está claro que no siempre va a funcionar y en muchas de esas relaciones fracasadas, la culpa es del limitado/a, que tiende a exigir demasiado, a alimentar en exceso su baja autoestima transformándola en recelos y miedos. La gradación de sus celos aumenta y no se da cuenta de que para la relación funcione, su entrega, a su manera y dentro de sus posibilidades, tiene que ser igual o superior a la de quien le ama. Es todo muy difícil, se podría hacer una larga conferencia al respecto.
Yo sí conozco a una pareja que ha funcionado durante décadas.
Ralph

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