28 may 2009 | By: Laura Falcó Lara

Hasta que la muerte nos separe

La quería con locura y precisamente por eso, debía alejarse de ella. Durante veintinueve días al mes sería fácil amarla y estar cerca de ella pero, al llegar el día treinta, debía estar lejos, muy lejos de allí. Esa fue la regla de oro que se impuso David cuando contrajo matrimonio con Alicia. Esa era la única forma de concebir aquella relación si quería que Alicia siguiese con vida. Para ello, buscó una excusa perenne, algo que le obligara a viajar una vez al mes. Las convenciones de ventas fueron su excusa perfecta durante muchos años, pero aquello había llegado a su final. La empresa donde trabajaba David había hecho suspensión de pagos y David estaba sin trabajo. Dada la tesitura iba a ser complicado justificar continuamente sus ausencias. El primer mes, David encontró en una partida de póquer entre amigos una excusa para ausentarse y llegar de madrugada, pero aquello no le iba ha servir en un futuro.

Francamente preocupado por la situación, empezó a plantearse la posibilidad de confesar a Alicia su condición. Aquello no iba a ser fácil, pensó. Cabía pensar que ella, al saberlo, le dejase para siempre. Además, una vez le confesara su problema Alicia entendería perfectamente que su negativa a tener descendencia era inamovible y deseaba tantísimo ser madre. Tenía veintinueve días por delante para tomar una determinación.

Pasaron veinte de los veintinueve días que le quedaban cuando David tomó una resolución. Aunque para el aquella fue la decisión más difícil de su vida, sabía que era la más razonable. Por otro lado, iba a ser una gran liberación el poder contarle la verdad a su mujer. Aquello no era vida, sino una condena que, además sufría a solas al no poderla compartir con nadie. Desde que tenía uso de razón aquella anomalía le había acompañado. Al principio, fueron sus padres los que le protegían de el mismo y lo encerraban cuando la bestia hacía presa en él. A diferencia de otros niños, David nunca fue al hospital, jamás vio a un médico, ni se dejó hacer ninguna analítica. Aquello lo hubiese delatado y tanto sus padres como él, sabían el riesgo que corría. Luego, con los años, fue el mismo que aprendió a ponerse a salvo y a alejarse de sus posibles víctimas. Nadie supo jamás explicarle cómo o porqué llegó a ser un licántropo. Quizás una anomalía genética, quizás alguna infección que nadie supo detectar... Fuera como fuese su vida había sido siempre especialmente complicada. Durante sus treinta y cinco años nunca se había tropezado con alguien como él. De más joven, solía desplazarse a cualquier localidad donde alguien jurara haber visto a un ser parecido a él. Con el tiempo, cejó en su empeño y prefirió pensar que el era el único.

Aquella noche David tomó aire y se armó de valor. Tomó entre sus manos la mano de su mujer y se sentó junto a ella en el salón.

- Tenemos que hablar, dijo mirándola a los ojos no sin un miedo atroz a perderla.
- ¿Qué ocurre David? Me estás asustando.
- Verás, hay algo de mi que no sabes.
- ¿Perdón?
- Desde que mi memoria alcanza siempre he sido así. No sé si esto me sobrevino por herencia o por contagio, pero lo cierto es que lo llevo dentro desde siempre.
- ¿El qué David, de qué estás hablando?
- ¿Has oído hablar de los hombres lobo?
- ¿Cómo dices?
- Llevo diez años ausentándome una vez al mes, de forma sistemática, coincidiendo con la luna llena. ¿Nunca te diste cuenta de esa coincidencia?
- Hombres lobo, Luna llena...David, ¿Qué tratas de decirme?
- Sencillamente, que te casaste con un licántropo.
- ¿Cómo?

David trató de explicarle a Alicia toda su historia y todo lo que con los años había aprendido sobre su condición. Mientras, Alicia le escuchaba atentamente aunque, en su mirada, David no creyó ver ni un ápice de sorpresa o de asombro. Cuando por fin David terminó de explicarle la historia, decidió preguntarle a su mujer que quería hacer. Temía la respuesta pero necesitaba saberlo.

- Ahora ya sabes todo. Soy consciente que merezco que me odies por haberte mentido y que posiblemente no sepas como encajar esto pero...si aún me quieres, yo...Si quieres dejarme lo entenderé.

Alicia le miró fijamente a los ojos con una mirada extraña, distinta, una mirada que David no supo descifrar. Luego se acercó a el y agarrándole con fuerza del cuello le dijo al oído:

- ¡Porqué lo has hecho!, ahora ya no puedo seguir fingiendo. Aunque sabía de tu condición, traté de ocultarla porque en mi mundo, para mis hermanos los vampiros, los licántropos son sus peores enemigos. Lo siento, pero no me dejas más opción que matarte.

Aprovechando el estado humano de David y con los ojos inyectados en sangre, Alicia clavó sus afilados colmillos en el cuello de su esposo, chupándole la vida hasta desangrarle.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

no m gusto na sta istoria
TT.TT
Toi dl lado dl lobito no dl vampiro, pobre lobito :C

Peter Mathius dijo...

Muy Bueno el Final... al final se hizo realidad eso que dice el Refrán de "DIOS LOS CRIA Y ELLOS SE JUNTAN", ya ves, qué parejita más Original, Un Hombre-Lobo y una Vampira... Impresionante Desenlace, como era de esperar, je,je,je (te lo has currado Láura) ;)

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