21 oct 2011 | By: Laura Falcó Lara

Un divorcio original



Nunca debió hacer caso a Walter, Bárbara no estaba hecha para andar por aquellos parajes. Adoraba andar con tacones finos de aguja, con faldas entubadas y hermosos abrigos de pieles. La selva no era para ella. Se sentía rara con aquellos atuendos, ella estaba hecha para la gran ciudad, para ir a fiestas lujosas con gente elegante. Los tejanos, las botas, la sudadera...la hacían sentir francamente mal. Mientras tanto el la miraba de reojo como reprobando su actitud. Tampoco le gustaba demasiado tanto movimiento. Estaba cansada, sudada y sucia. Su hermosa y cuidada melena color azabache se veía polvorienta y sin brillo. El ejercicio tan sólo servía para aguantar todo en su sitio, pensó. El exceso era absolutamente inútil e incomprensible. Por otra parte, con lo mucho que le gustaba hablar y cotillear, allí no había nada que valiese la pena susurrar al oído. Además, su falta de costumbre de andar casi plana la hacía tropezar constantemente para el deleite y burla de su marido. Aunque, le estaba bien empleado. Visto con perspectiva, normalmente era ella la que se reía de él cuando no sabía comportarse en los actos de la alta sociedad. Era justo que ahora el tomase el relevo.

Desde fuera, todos sus conocidos tenían la convicción de que aquel matrimonio tan sólo sobrevivía por motivos económicos. Nunca habían tenido demasiado en común, salvo la atracción inicial que surgió entre ellos, pero con el tiempo, las diferencias fueron haciéndose aún más palpables. Sin embargo, Walter se había mal acostumbrado a vivir por todo lo alto y renunciar a eso no parecía sencillo. Mientras Bárbara y su familia poseían una gran fortuna, Walter no tenía donde caerse muerto.

-Mira cariño. Esto que ves aquí es una tarántula. -Exclamó el lleno de entusiasmo por tal preciado hallazgo.

Bárbara hizo un gesto extraño con los labios en señal de repulsa. ¿Qué necesidad había de que Dios creara semejante bichos?, ¿Qué es lo que aportaban aquellas alimañas a la sociedad? Cuando tras la última cena del club social Walter le hizo prometer que a cambio de asistir ella le iba a acompañar a la selva, Bárbara no se imaginó que se refería exactamente a eso. De haberlo sabido hubiese preferido renunciar a aquel acto.

-Ya queda poco para llegar al refugio. -Apuntó Walter mientras se refrescaba la cara con el agua de la cantimplora.

Walter la observó con una sonrisa. Verla era un poema. Hasta para ir a la selva Bárbara tenía que ir perfectamente pintada y llevar algún modelito de marca. Sabía que su resistencia estaba cerca de hacer aguas.

-¿Cuánto es poco? Llevamos más de doce horas de camino. -Preguntó tratando de recuperar el aliento.
-Media hora a lo sumo. -Respondió

Ya quedaba poco para acabar con todo aquello. Casi diez años de matrimonio le habían bastado para saber que ya no podía más. Llevaba tanto tiempo planeándolo todo, que ya no venía de unas horas. El divorcio no era una alternativa. Cuando se casaron los padres de Bárbara le hicieron firmar un acuerdo prematrimonial según el cual, en caso de divorcio, no vería un duro. Con su mísero sueldo de funcionario y sin el dinero de ella, Walter no podría aguantar su nivel de vida. Sin embargo, si moría accidentalmente, el heredero de los bienes era indiscutiblemente él y, en pleno amazonas, era relativamente fácil que ocurriese algún trágico accidente.

Por fin llegaron a la cabaña y la reacción de Bárbara no se hizo esperar:

-Pero… ¿no pretenderás que duerma ahí dentro? -Exclamó horrorizada.
-Si prefieres hacerlo a la intemperie tú misma, pero hay muchos mosquitos. -Respondió en tono sarcástico.

Bárbara entró en la cabaña completamente fuera de sí.

-Es la última vez que te hago caso. ¡A buena hora me convenciste para esto!

Ya faltaba menos, pensó mientras hacía oídos sordos a aquellas quejas y deshacía los macutos. La noche no tardó en hacer acto de presencia y sin generadores, más allá de las seis de la tarde, sólo les quedaba tratar de dormir. Esperó con ansias a que Bárbara conciliase el sueño. Ese iba a ser el momento perfecto. Nervioso, se levantó de la cama y abrió con cuidado la caja metálica que llevaba dentro del macuto grande. En su interior una hermosa y venenosa serpiente coral esperaba ansiosa a ser liberada. Sabía que, lejos como estaban de la civilización, era prácticamente imposible que alguien pudiese sobrevivir a su veneno. Entre cuatro y seis horas eran suficientes para causar la muerte y el poblado más cercano estaba al menos a casi cinco horas de camino.

Miró a Bárbara por última vez y soltó la serpiente sobre ella. Rápida, como una flecha, la coral empezó a moverse sobre las sábanas en dirección a la cara de Bárbara. Entonces, alarmada por el movimiento de la serpiente Bárbara abrió los ojos. Al ver a aquel reptil sobre su cama sacudió las sábanas lanzándola sobre la cabeza de su marido. La coral, más agresiva y excitada que antes, clavó, sin dudarlo, sus colmillos en el cuello de Walter.

-¡Dios santo! -Exclamó Walter que todavía no daba crédito a lo sucedido.
-¡Ay, ay, ay, que asco!... ¡Mátala, mátala! -Chillaba ella subida en la cama y dando saltos como una loca.
-¡Joder deja de chillar!, ¡me ha picado y hay que hacer algo antes de seis horas!

Paralizada, Bárbara miraba a su marido sin saber cómo reaccionar. Entonces, con un súbito cambio de expresión en su rostro y con una serenidad inesperada contestó:

-Bien mirado hasta habrá valido la pena venir a la selva.
-¿Cómo? -Preguntó Walter asombrado por aquel extraño cambio de actitud.
-Verás amor, papá se arruinó y yo estoy acostumbrada a llevar un ritmo de vida.
-¿Cuándo ocurrió eso? -Exclamó Walter sorprendido.
-Hace unos quince días. Pero no quise decirte nada por si los rumores eran reales.
-¿Qué rumores?
-Los de que estabas conmigo sólo por el dinero.
-Eso…eso es mentira.
-Gracias cariño. ¡Lástima de matrimonio!
-¿Lástima?
-Sí, es que ahora Dios me ha venido a ver y me ha hecho este regalo.
-¿De qué regalo hablas?
-¡De esa serpiente! Lo siento pero necesito cobrar como sea tu seguro de vida. Esa serpiente ha sido providencial.
-No… esto no puede estar pasando. ¡No puedes hablar en serio! -Contestó él viendo que las tornas se habían invertido.
-Los accidentes pasan y por fortuna, la serpiente te picó a ti y no a mí.
-¡Tienes que llevarme al poblado más cercano!
-No daría tiempo…con tu peso y mi fuerza, es imposible. Nadie lo cuestionará. Es perfecto. -Respondió mientras agarraba la pistola del macuto, apuntaba y disparaba a la serpiente.
-¡No puedes dejarme morir!
-Sí que puedo.- Dijo mientras se sentaba tranquilamente en el sofá a esperar el momento. ¿Crees que no sé que ves a otras mujeres?
-Pero…
-Si no hubiese necesitado el dinero del seguro me hubiese acabado divorciando, pero ahora…

Las horas fueron pasando y Walter estaba cada vez peor. Sin embargo, pese a estar cada vez más paralizado y cercano a la muerte, en su rostro había una extraña sonrisa.

-¿Se puede saber qué te hace tanta gracia? -Preguntó finalmente Bárbara que empezaba a sentirse algo molesta por aquella extraña actitud.
-Nada. -Respondió el con un tono que rozaba la sorna.

Bárbara empezó a ponerse nerviosa. Conocía perfectamente bien a Walter y aquella sonrisa, aquella ironía, escondían algo. Dejó que las horas avanzasen sin moverse de ahí; quería asegurarse de que Walter realmente estaba muerto antes de volver. No quería sorpresas, necesitaba aquel dinero fuese como fuese. A cada hora Walter estaba peor, de hecho, a duras penas conseguía respirar cuando con un leve movimiento de la mano le indicó a Bárbara que se acercase.

-¿Qué quieres ahora? -Preguntó ella con tono condescendiente.
-¿Cómo piensas…volver? -Respondió el con un hilo de voz pero con un tono sarcástico.

Bárbara palideció.

-¿Cómo? -Dijo llena de ansiedad.
-No sabes cómo volver…jajaja. -Contestó Walter medio ahogándose entre la tos, la risa y la falta de aire.

Bárbara no había pensado en aquello. En su linda y hermosa cabecita se había olvidado de pensar que no sabía cómo regresar a la civilización. Desesperada, angustiada Bárbara agarró a su marido de la sudadera y zarandeándole empezó a chillar:

-¡No te puedes morir!, ¡Aún no!
El la miró, esbozó una gran sonrisa y cerró sus ojos para siempre.

Pese a que el padre de Bárbara pagó varias expediciones, los cuerpos de Bárbara y Walter jamás fueron encontrados.

1 comentarios:

Peter Mathius dijo...

Me encantó... "De tal PALO tal ASTILLA", eran la pareja perfecta, pues Dios los Crió y el Destino los Unió hasta el final de sus días... Muy Bueno y humor Sarcástico Increible... Grácias Láura.-

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