3 nov 2010 | By: Laura Falcó Lara

Desaparecida



Hacia ya cuatro meses desde que Ana desapareció. “Caso sin resolver” era lo que constaba en la carpeta donde la policía guardaba toda la documentación al respecto. Nadie la vio más allá de las seis de la tarde, ningún rastro, ninguna pista, ningún hilo del que tirar. Era como si la tierra la hubiese engullido. Tan sólo su bolso yacía, inexplicablemente, sobre el asiento trasero del viejo chevrolet, abandonado en mitad de la interestatal 10. Teniendo en cuenta que el coche había sido encontrado a la altura de Nueva Orleans, que sus luces continuaban encendidas y que fue vista por última vez en Lake City hacia las seis de la tarde del día anterior, la policía dedujo que Ana debió “desaparecer” entre las nueve y las doce de la noche. El motivo, el porqué de aquel extraño viaje, jamás se supo.

En un cajón sonó el viejo teléfono de su mujer y una voz femenina, desde el otro lado, preguntó por Ana. A Tom aún le resultaba complicado y angustioso el tener que dar explicaciones sobre la desaparición de su mujer.

-Verá, Ana no está. Ana desapareció hace cuatro meses.

Se hizo un extraño silencio al otro extremo de la línea y, tras unos instantes, la mujer prosiguió.

-Mi nombre es Sandra Travis y mi hermana Kate también desapareció cuatro meses atrás. Tengo motivos para pensar que ambos casos están relacionados.

Tom se quedó unos segundos sin habla.

-¿Qué le hace pensar así?
-Kate vivía sola en Nueva Orleans y apenas hablábamos, de ahí que no notara su ausencia hasta hace muy poco. Tras denunciar su desaparición, oí un mensaje bastante inquietante en el buzón de voz de su teléfono. El mensaje decía algo así como... “Kate soy Ana, hemos de vernos, algo va mal. Nos encontramos donde siempre.” Por eso llamé a este número preguntando por ella.

Tom se quedó perplejo mirando fijamente una foto de su mujer que estaba sobre la repisa, encima de la chimenea. ¿Porque Ana nunca le habló de Kate? ¿Qué querría decir con “algo va mal”? Por un instante creyó no conocer a la mujer con la que había compartido once años de su vida.

-Creo que deberíamos vernos. Quizás encontremos que podían tener en común mi mujer y su hermana.
-Me parece una buena idea. ¿Conoce Nueva Orleans?

Tan sólo había estado en Nueva Orleans una vez, tres años después de casarse. Fue el verano después de que le diera aquel terrible infarto que casi le cuesta la vida. Lo cierto era que nadie hubiese apostado por su vida en aquella época, ni tan siquiera los médicos. Todos coincidían que el elevado riesgo de un nuevo infarto bien justificaba un marcapasos, pero el se negó. Si tenía que vivir con un aparato en sus entrañas, prefería estar muerto. Afortunadamente, su naturaleza fuerte y luchadora le hizo seguir adelante sin más problemas.

Nueva Orleans era una ciudad preciosa, llena de reminiscencias francesas y de buen jazz. Lo que más le desagradaba era la excesiva humedad que se clavaba en los huesos, sobretodo en las frías noches de invierno. Dejó el coche frente al hotel y, tras dejar el equipaje, decidió dar un paseo por el Barrio Francés antes de ir al encuentro de Sandra. Recordó entonces algunos de los bares donde estuvieron y no pudo evitar que las lágrimas acudiesen a sus ojos. La echaba tanto de menos, que pensar en ella era una auténtica tortura.

-Y dice que estuvieron aquí hace ocho años. ¿Sabe si Kate y Ana pudieron conocerse entonces?
-No creo. Estuvimos prácticamente todo el tiempo juntos. Bueno, salvo que...
-¿Salvo que... ?
-Una de las tardes Ana quiso visitar el museo vudú que hay en la calle Dumaine. A mí esos temas me horrorizan, así que preferí esperarla en el hotel. Ese fue el único rato en que Ana estuvo sola.

Sandra se quedó pensativa, no recordaba que su hermana tuviese especial afición a esos temas, pero teniendo en cuenta el distanciamiento que habían tenido desde el accidente, todo era posible. Siempre habían sido como uña y carne pero aquella noche, cambio sus vidas. Kate había bebido más de la cuenta y aunque Sandra trató de que la dejase conducir a ella, no hubo forma. Como consecuencia de un choque frontal Sandra quedó parapléjica y acabó en una silla de ruedas. Afortunadamente, y contra todo pronóstico, al año del incidente Sandra fue recuperando la movilidad. Un milagro que la ciencia no podía explicar. Sin embargo, la relación con Kate nunca volvió a ser la misma.

-No creo que Kate estuviese muy interesada en el vudú, pero no perdemos nada por acercarnos al museo. Apuntó Sandra.

Para los neófitos en la materia visitar aquel museo era como entrar en la cámara de los horrores. Lleno de imágenes extrañas e inquietantes y de elementos, o pócimas de olores nauseabundos, El museo histórico del vudú, se había convertido en una atracción típica de la ciudad. Si bien era cierto que la ciudad poseía una larga tradición mágica, no dejaba de sorprender que en pleno siglo XXI todavía existiesen aquellas creencias.

Recorrieron casi todos sus pasillos y cuando estaban a punto de salir, una extraña mujer ataviada como si de una hechicera se tratase, se cruzó en su camino. Asustada, empezó a dar alaridos.

-¡¡¡Satané!!!, ¡¡¡Satané!!! Gritaba mientras se alejaba como alma que lleva el diablo.

Pronto el pasillo se llenó de ojos de curiosos. Entre ellos, un hombre mayor de aspecto intelectual que se les acercó.

-Acompáñenme por favor. Graiza es a veces demasiado efusiva en sus apreciaciones.
-¿Graiza es la loca que ha salido de aquí chillando? Preguntó Tom tratando de comprender a que obedecía todo aquel lío.
-Sí, discúlpenla pero a veces está más en el mundo de los muertos que en el de los vivos. Por cierto, mi nombre es Arim Hamal.

Intrigados ambos siguieron a aquel hombre hasta una pequeña sala lateral.

-¿Podemos saber porqué chillaba y qué es lo que decía? Preguntó Sandra muerta de curiosidad.
-Satané. Dijo aquel hombre con voz pausada. Es decir, malditos en francés.
-¿Malditos? Preguntó Tom.
-Graiza no suele equivocarse. Cuando ella ve algo en una persona, es que algo no va bien.
Sandra se incorporó dispuesta a no escuchar más tonterías. Ese tipo de historias la ponían muy nerviosa.
-¿Han estado ustedes expuestos a algún ritual mágico? Preguntó Arim.
-¿Cómo dice? Preguntó Sandra muy contrariada.
-Verán, teóricamente hay algo en ustedes que no está como debería.
-No le sigo. Contestó Tom.
-Usted, sin ir más lejos, debería estar muerto.

Asustados por aquella afirmación ambos avanzaron hacia la salida decididos a irse de allí. Sin embargo, cuando estaban a punto de salir por la puerta, el hombre miró fijamente a Sandra y añadió.

-¿Nunca se ha preguntado cómo pudo volver a andar?

Horrorizada Sandra empezó a correr alejándose de allí. Tom no dudó en seguirla.

Sentada frente a aquella taza de té, sus manos temblaban como hojas de papel a las que lleva el viento. Nerviosa y con un hilo de voz casi inexistente, Sandra le explicó a Tom lo de su accidente.

-Y a ti, ¿porqué te dijo que deberías estar muerto?
-Hace ocho años sufrí un ataque al corazón del que nadie pensaba iba a salir. Todos los médicos me aconsejaron poner un marcapasos pero me negué y contra todo pronóstico sigo aquí.

Sandra enmudeció y mientras golpeaba sutilmente con sus uñas el borde de la mesa, las ideas se agolpaban en su mente.

-Buscábamos un punto de conexión entre su mujer y mi hermana... creo que lo acabamos de encontrar. Dijo tras unos segundos.

Ambos se miraron no sin un cierto temor a saber la verdad que se podía esconder tras aquellas desapariciones. Ambos sabían que debían volver al museo si querían averiguar algo más.

-Sus casos son de libro. Dijo Arim posando su mano sobre la de Sandra.
-¿Qué quiere decir? Preguntó Tom.
-Alguien dio algo a cambio de su recuperación, así es como funciona esto.

Tom y Sandra se miraron perplejos.

-Mi hermana y su mujer han desaparecido en extrañas circunstancias y el único nexo posible de unión está aquí, en Nueva Orleans. Apuntó Sandra.
-¿Saben si tuvieron contacto con algún medium, o hechicero?
-¿Cree usted que si lo supiésemos estaríamos aquí, muertos de miedo? Respondió Sandra.
-Tiene la pinta de un trabajo de magia negra. La gente que yo conozco no hace este tipo de encargos pero... seguro que consigo averiguar algo. ¿Cuántos días piensan estar aquí?
-Los menos posibles. Contestó Tom.
-Bien, trataré de hablar con alguien esta misma tarde y les cuento.

Pasaron las horas y Tom empezó a dar tumbos sobre la cama del hotel. Las horas se le hacía eternas. De pronto, sonó el teléfono.

-¿Tom?
-Sí.
-Creo que tengo información que les puede interesar. Vengan al museo en cuanto puedan.

Tom pasó a recoger a Sandra y regresaron al museo.

-Verán. Alguien que conozco oyó hace tiempo a cerca de dos mujeres que buscaban soluciones milagrosas, para la salud de sus seres queridos. Por lo que he podido averiguar acabaron hablando con Jerome Riscard, un misterioso personaje aficionado a la magia negra. Alguien muy peligroso y famoso por su falta de ética.
-¿Dónde podemos encontrarle? Preguntó Tom
-Esto no es todo, tenga un poco de paciencia.
-Bien, continúe. Corrigió Tom.
-Por otro lado, en una de las “farmacias esotéricas” del centro, dos mujeres compraron componentes poco habituales. Esos componentes son la base de un hechizo complejo y poco frecuente llamado “tránsitum”.
-¿Para qué sirve? Preguntó Sandra.
-Al principio soluciona aparentemente el problema, pero pasado un tiempo, unos años, el problema reaparece en quien ha realizado el conjuro. Es decir, es como si el que ha realizado el conjuro absorbiese el mal.
-O sea, ¿Está usted diciendo que mi hermana se empezó a quedar paralítica y Ana empezó a sufrir del corazón?
-Efectivamente.
-¿Y su desaparición? Preguntó Tom.
-Si Ana llamó a Kate diciendo que algo no iba bien, es que el proceso había empezado. Quizás volvieron a ver a Jerome en busca de respuestas.
-Me temo que no. Ana no llegó a Nueva Orleans. Encontraron su coche vacío en la interestatal 10. Apuntó Tom.
-¿Dónde vive Jerome? Preguntó Sandra.
-Les acompañaré. No es aconsejable que vayan solos.

Aquella casa daba escalofríos incluso antes de entrar. El aspecto siniestro y casi abandonado de la fachada hacía pensar que la casa estaba deshabitada. Se oyeron unos pasos en el interior y la puerta roída por el paso del tiempo, se abrió.

-Sabía que vendrían. Dijo aquel hombre siniestro mientras les invitaba a pasar.

Todos esperaron una explicación tras aquella bienvenida.

-Cuando Kate reapareció ante mi puerta hace unos meses, supe que no habían entendido nada.
-¿Dónde están? Increpó Tom agarrando al hombre de las solapas de la chaqueta.
-No lo sé, y por mucho que me zarandee no voy a saberlo.
-Tranquilícese. Dijo Arim.
-Verán, cuando hace ocho años contactaron conmigo, ambas querían un remedio milagroso que les curase a ustedes. Les dije que existía, pero que el precio económico y no económico a pagar por ello, era alto. Estaban tan decididas que apenas quisieron escucharme.

-¿Qué le dijo Kate? Preguntó Sandra.
-Ana acaba de recibir los resultados de un examen médico en el que se le recomendaba intervenir para poner un marcapasos y Kate había empezado a sufrir terribles dolores en sus piernas.
-¿Y qué pasó?
-Le dije que eso era lo que cabía esperar. Le expliqué nuevamente como funciona el “tránsitum” pero, a juzgar por la expresión de su rostro, me temo que la primera vez no me quisieron oír.
-¿Y?
-Por lo que pude oír su intención era desaparecer para siempre. No quería que usted la viera así, no quería que se sintiera culpable.
-¡Hay que encontrarlas como sea! Exclamó Tom.
-¿Dónde Tom? No sabemos por dónde empezar a buscar. Corrigió Sandra.

Arim parecía pensativo, lejano a la acción, sumergido en su mundo. De pronto, levantó la cabeza y mirándoles fijamente dijo:

-Algo no me cuadra, ¿Por qué vino Kate sola y no esperó a Ana? Preguntó Arim mirando a Jerome de forma inquisitiva

Jerome bajo la cabeza dando a entender una cierta culpabilidad.

-Porque Ana ya estaba muerta ¿no? Añadió lanzando aquella revelación como una losa sobre los presentes.
-¿Es eso cierto? Preguntó Tom agarrando a Jerome por el cuello de la camisa y zarandeándolo de lado a lado.
-¡Yo no sé nada¡ Contestó aquel extraño personaje tratando de defenderse.


Eran las cinco de la madrugada y Tom y Sandra seguían sentados en la comisaría. Llevaban varias horas de declaraciones y ahora era Jerome el que estaba siendo interrogado. Al rato, una policía les invitó a entrar en una especie de reservado.

-Una patrulla acaba de salir hacia el lugar donde se supone que enterró el cuerpo, pero todo apunta a que Jerome Riscard asesinó a su hermana.

Sandra no reaccionaba, inmóvil observaba a la inspectora sin dar apenas crédito a lo que estaba oyendo.

-¿Y Ana?
-Según cuenta el sujeto, su mujer debió llamar a Kate desde la interestatal. Por lo visto estaba sufriendo un paro cardíaco y sabía que apenas le quedaba tiempo. Según el señor Riscard, Kate fue al encuentro de Ana y se la llevó en su coche. De ahí que el coche apareciese abandonado.
-¿Y está bien?
-Lo siento pero... de camino al hospital Ana murió. Pero por lo visto antes le hizo prometer a Kate que usted jamás sabría nada de todo aquello. Prefería que la diese por desaparecida antes de que se sintiese culpable por lo ocurrido. Debió quererle mucho...
-¿Y dónde está su cadáver? Preguntó Tom completamente abatido.
-Teóricamente junto al de Kate.
-¿Y por qué mató a Kate? Preguntó Sandra entre lágrimas, deshecha por la noticia.
-Porque Kate, tras enterrar a Ana, le contó lo ocurrido y le amenazó con denunciarlo. Jerome ya tenía varias causas pendientes con la justicia y no quería tener más problemas.


Pasaron las horas y sus peores temores se hicieron realidad. Frente a los cuerpos sin vida de su esposa y de Kate, Tom cabizbajo tomó la mano de Sandra entre las suyas y dijo:

-Lo peor de la vida es que tan sólo la apreciamos cuando estamos a punto de perderla. Lo peor del amor, es tan sólo lo reconocemos y lo declaramos, cuando ya es demasiado tarde.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que ciertas son las dos frases del final!!! Muy bueno

Anónimo dijo...

Ya estoy esperando el siguiente relato.

María

Anónimo dijo...

Me atrae mucho el tema de la magia y el vudú. Me gustó mucho el cuento.

Peter Mathius dijo...

Espectacular Final... Me ha encantado el final... sobre todo las dos últimas frases, gran verdad....

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