2 abr 2011 | By: Laura Falcó Lara

Trasplante

Llevaban mucho tiempo esperándolo. Su corazón aunque joven, sufría una miocardiopatía que no tenía solución alguna. El músculo de su corazón estaba enfermo y su destino sellado de forma irreversible, a no ser que en breve hallasen un donante compatible. Con tan sólo ocho años había pisado más hospitales que sus padres en toda su vida. Los días pasaban inexorablemente y las esperanzas eran cada vez menores. Aquella noche Tom miró a Esther con tristeza y desesperación, como asumiendo que el final de su hijo estaba próximo. ¿Cómo explicar a un niño que el tiempo se estaba acabando?

Era temprano, muy temprano cuando aquella mañana sonó el teléfono insistentemente.

-¿Podríamos hablar con los padres de Víctor Dalmau? Dijo la voz al otro lado del teléfono.
-Sí, soy su padre.
-Llamo del Hospital de la paz. Tenemos un posible donante para su hijo, vengan cuanto antes.
-Enseguida estamos ahí.

La cuenta atrás había empezado. Era el momento que llevaban más de un año esperando. Una extraña sensación de desasosiego les invadió. Ya en el coche Esther abrazó a su hijo con todas sus fuerzas. Era una operación delicada y no exenta de riesgos. No podía evitar tener miedo pero no existía otra alternativa; esa era su única tabla de salvación. Por su parte, Tom no podía dejar de preguntarse quién sería el donante. Posiblemente nunca lo supieran pero gracias a esa persona, su único hijo tenía una probabilidad de seguir viviendo. Le debería la vida a alguien anónimo, a alguien al que jamás podrían agradecer su acto. Que alguien tuviese que morir para dar vida a otra persona, era la parte menos grata de todo aquello. Sin embargo, ese mismo acto altruista y desinteresado era lo que engrandecía a aquel ser humano.

Llegaron a la recepción y un enfermero les acompañó a la habitación. Debieron pasar unos escasos cinco minutos cuando el doctor entró para hablar con los padres y bajarlo al quirófano.

-¿Quién…? Preguntó Tom de forma tímida.
-Ha habido un accidente de tráfico a pocos kilómetros de aquí. Los padres están heridos leves pero su hijo…El grupo sanguíneo y los tejidos parecen compatibles. Finalmente han accedido.

Quizás hubiese sido más fácil no saber, pensó. Ahora una terrible losa pesaba sobre sus cabezas. Podía ponerse muy fácilmente en la piel de aquellos padres. ¿Qué hubieran hecho ellos en su lugar?

La espera se hizo eterna, agónica. Para cualquier padre el saber que su hijo está siendo operado es duro, pero aquella operación era además de alto riesgo. ¿Y si no le volvían a ver con vida? Aquella idea, aquella posibilidad enturbiaba el aire de la habitación haciéndolo irrespirable. Esther miraba desde la ventana al infinito, intranquila. Tom se acercó por detrás y abrazándola le susurró al oído:

-Saldrá bien, seguro.

Por fin subió el doctor y ambos recuperaron la tranquilidad. La operación había sido un éxito. Sólo quedaba esperar a que pasadas las primeras horas subiesen a su hijo a la habitación. Y el momento llegó. Todavía estaba algo sedado. Abrió los ojos lentamente y miró a su alrededor. Tom y Esther le miraban expectantes.

-Hola cariño. ¿Cómo te encuentras? Preguntó Esther acariciándole la mano.

Parecía confuso, disperso, con la mirada perdida. Miró nuevamente por toda la habitación como buscando algo o a alguien.

-¿Dónde están mis papás? Preguntó con voz entrecortada.
-¿Qué…?, ¿Cómo…? Dijo Tom perplejo.
-Estamos aquí amor. Dijo Esther asustada por aquella extraña pregunta.
-¡Quiero a mis papás! Exclamó Víctor con los ojos llorosos.

Mientras Esther trataba de tranquilizar a su hijo Tom salió en busca del doctor. Los tres miraron sorprendidos al niño.

-¿Quiénes son tus papás? ¿Cómo se llaman? Preguntó el doctor temiendo la respuesta.
-Sam y Amanda. Dijo Víctor ante la estupefacción de los presentes.
-No…no es posible. Contestó el doctor con la expresión descompuesta.
-¿Quiénes…? Preguntó Tom temiendo la respuesta.

-¿Quiénes cree usted? Contestó el médico sin salir de su asombro.

La situación era completamente anómala, extraña y compleja pero ante el estado nervioso de la criatura el doctor James Wakefield recomendó a sus padres que le dejaran llevar a los otros padres.

- La operación es muy reciente. No es bueno que se altere de esta forma. Voy a por ellos, afortunadamente todavía no han abandonado el hospital.

Tom y Esther se miraron sin saber qué decir ni qué hacer. Aquella situación no era para nada normal. Nadie les había preparado para algo como aquello.

Sam y Amanda entraron por la puerta con reticencia. Para ellos aquello parecía una broma de mal gusto. ¿Cómo podía aquel niño pedir por ellos? Tan pronto como entraron en la habitación Víctor exclamó:

-¡Mami, mami!

Amanda se vino abajo y rompió a llorar.

-¡Tú no eres mi niño! ¡Mi hijo está muerto! Exclamó desconsolada.
-¡Apis! Dijo después mirando a Sam.
-¡Mikel! Exclamó Amanda.

No había duda, era él. Tan sólo su hijo llamaba apis en vez de papis a su papá. Ambos se acercaron corriendo a la cama y abrazaron a Víctor rotos de dolor. Mientras Tom y Esther se abrazaron sin saber cómo debían reaccionar. Entonces Víctor miró a Amanda y a Sam y dijo con voz tenue y triste:

-Os quiero mucho papis, nunca lo olvidéis.

Segundos después se volvió a quedar inconsciente.

-Es normal. Comentó el médico tratando de tranquilizar a los presentes. -Necesita descansar.

Pasaron las horas, y tanto el médico como los cuatro padres esperaron nerviosos a que el niño despertase. A media tarde Víctor volvió a abrir los ojos pero esta vez, no quedaba ni rastro del hijo de Amanda y Sam.


¿Dónde reside el alma, qué partes de nuestro cuerpo llevan impregnadas la esencia de nuestro ser? La ciencia a día de hoy todavía no puede explicar las sensaciones o recuerdos ajenos que muchos de los trasplantados dicen tener. Sin embargo, es hermoso pensar que cuando alguien dona un órgano, parte de su ser seguirá vivo en otra persona.

4 comentarios:

BRICEIDA dijo...

hola, eres espectacular, felicitaciones. Me gusto mucho tu relato, saludos desde Venezuela.

ASUNCION A.M dijo...

Valla me ha dejado sin palabras, lo que me pregunto y sin duda alguna sera posible que el alma esta en el lugar mas importante de nuestro cuerpo.
Bueno es una cuestion delicada al que solo alguien puede contestar al que alguna vez ha tenido que ser trasplantado.

Henorabuena por este relato y por todos los que viven, gracias a esta tecnologia que cada vez mas gente puede continuar.

Yo soy donante de sangre y organos.

Un abrazo a todos.....

Anónimo dijo...

Hola Laura, te escucho atentamente en la rosa. Nunca había visto una imagen tuya, sólo esa voz tan especial que tienes. Con tu imagen confirmo que son una hermosa persona en todos los aspectos. Un admirador de Argentina. Un beso. @tiempo3000 en twitter.

Laura Falcó Lara dijo...

Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. Es un gusto escribir con un público así. Besos

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