3 nov 2018 | By: Laura Falcó Lara

Tanatofobia


Jorge Jesús Velasco había llegado lejos, mucho más de lo que nunca habría soñado. De niño, harto de la pobreza que le envolvía en Chiapas, México, se prometió que él iba a ser alguien importante. Al principio fue muy duro, hubo que hacer muchos sacrificios, pero valió la pena. Tumbado sobre la mesa de aquel frío quirófano, a punto de ser operado, Jorge Jesús repasó su vida. Quizás, la parte más difícil fue renunciar a sus orígenes, a su familia. En aquel mundo no había lugar para parientes pobres, ni para miserias. Tardó sólo dos meses en crearse una nueva vida, al personaje perfecto. Hijo de una supuesta familia aposentada, con los mejores estudios y con un curríclum impecable, Jorge Jesús podía codearse con los directivos más reconocidos, con las personas más influyentes del país. Sólo alguien así podía ascender a lo más alto.

El médico y el anestesista entraron en el quirófano. Las heridas eran graves y el dolor insoportable. Si no hubiese cogido aquella llamada mientras conducía no habría perdido el control. Mientras se preparaban para operar, Jorge siguió sumergido en sus pensamientos. Recordó entonces a Guadalupe. Nunca antes había sentido algo así por una mujer, pero su pasado la hacía inadecuada. Guadalupe venía de una familia muy humilde. De joven se quedó embarazada y decidió tener al pequeño; aunque sola. Sin estudios, se vio abocada a ganarse la vida de cualquier forma y terminó en la prostitución. Cuando él la conoció, ya no se dedicaba a eso; estaba de camarera, pero, aquel pasado, pesaba sobre él como una losa. No podía permitir que le relacionasen con alguien así. Recordó con tristeza la despedida, sabía que no iba a volver a amar de ese modo a nadie. También recordó a su madre; aquella que se desvivió por él fregando suelos y al entierro de la cual ni tan siquiera fue. Se había convertido en un hombre duro, impermeable a los sentimientos, impasible ante el dolor ajeno. No recordaba en qué momento de su existencia perdió la capacidad de querer. 

El anestesista le miró un instante y acercó la mascarilla a su rostro; sintió como perdía el conocimiento. El médico se acercó a la camilla bisturí en mano, dispuesto a intervenir.

Tenía calor, mucho calor. Sintió que su piel casi ardía. Al fondo, no muy lejos, se oían lamentos, lloros, quejidos, súplicas. Abrió los ojos lentamente, sin entender qué era lo que estaba pasando. Alrededor tan sólo había llamas y oscuridad. ¿Se estaría quemando el edificio?, pensó asustado. Se incorporó dispuesto a huir. A su paso, en el suelo, había gente herida, despedazada, sangre y vísceras. Era como si el hospital se hubiese convertido en un campo de batalla.

-          ¿Dónde estará la salida? -Se dijo tratando de escapar de aquella escena apocalíptica.

Aquellos seres, más despojos que humanos, se arrastraban buscando ayuda. Parecían haber sido destripados como si de animales se tratase. El sonido del dolor perforaba sus oídos casi hasta volverle loco. Entonces, empezó a sentirse muy mal. Era un tipo de dolor distinto, diferente a ninguno conocido. Era como si en su interior algo arañase sus entrañas. Sintió como si una bestia le estuviera mordiendo por dentro, despedazándole. Chilló con todas sus fuerzas mientras se replegaba tratando de contener aquel tormento inhumano. Mientras, su piel, parecía agrietarse, deshacerse, fundirse lentamente dejando entrever su cuerpo descarnado. Se estaba quemando vivo.

-          Doctor, parece que le estamos perdiendo. - Oyó en la lejanía.
-          ¿Se estaría muriendo? - Se preguntó asustado.
-          Doctor, el paciente no responde. -Volvió a oír.
-          ¡Un miligramo de Atropina, rápido! - Respondió el doctor

¿Acaso era aquello lo que había después de la vida? ¿Y aquellas historias de pasillos repletos de luz, de sensaciones de bienestar y paz?, ¿Dónde estaba Dios ahora? Miró a su alrededor buscando respuestas. ¿Acaso Dios se había olvidado de él? De pronto sintió como que algo, o alguien, tirase fuertemente de él, como si un golpe seco sacudiese su pecho haciéndole reaccionar y salir de aquella pesadilla.

Abrió nuevamente los ojos y miró asustado a su alrededor. Las blancas y desnudas paredes de la habitación del hospital rodeaban su cama. Todo había sido una pesadilla, pensó. Poco a poco recuperó la tranquilidad. Pasaron algunos instantes antes de que entrarse el doctor.

- Ha estado usted muy cerca de no contarlo. - Dijo este sólo entrar. 
- ¿Me inyectaron Atropina? - Preguntó el algo intranquilo.
- Sí…- dijo el doctor sorprendido. - ¿Acaso…lo pudo oír?
- Creo que sí. - Respondió Jorge Jesús que aún no tenía demasiado claro lo ocurrido.
- ¿Qué más vio? - Preguntó el doctor fascinado - ¿Vio la famosa luz?
- ¿La luz? - Respondió él todavía angustiado. - Lo que vi fue horrible. Todo estaba en llamas, repleto de dolor, oscuridad…

El doctor lo miró en silencio, sin ningún gesto de sorpresa, como si ya supiese lo que le iba a contar.

- Estoy convencido de que todo fue fruto de la anestesia. - Añadió Jorge Jesús con aquel tono autosuficiente que le caracterizaba.
- O quizás sea lo que le espera a las personas despreciables y mezquinas como usted. -Dijo el doctor saliendo de la habitación con un brillo casi diabólico en sus ojos.

Ofendido, Jorge Jesús, se arrancó el gota a gota y salió de la cama decidido a quejarse a la dirección del centro cuando otro hombre, ataviado de doctor, entró en la habitación.

- ¿Se puede saber a dónde va? Acaba de salir de una operación complicadísima.
- Ese doctor, el que acaba de salir…me ha llamado despreciable, mezquino.  -Dijo alzando la voz.
- ¿Doctor? ¿Qué doctor? Aquí no ha entrado nadie. No hay más doctor que yo. 

Ahora, Jorge Jesús Velasco sabe lo que le espera después de esta vida, lo que él se ha ganado a pulso y cada día que pasa tiene, si cabe, más miedo a morir que el anterior.

1 comentarios:

la bruixa carme dijo...

Es una buena lección de vida y una nueva alternativa. Me gusta.

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