31 oct 2009 | By: Laura Falcó Lara

El meteorito


Vio un fuerte destello en el cielo. La luz se acercaba a una gran velocidad. Permaneció atónito por unos instantes hasta que creyó intuir que aquello iba directo hacia su casa. ¿Sería un meteorito? Fuese lo que fuese, si caía cerca de allí podía darse por bien jodido. Pensó en cerrar las ventanas, en bajar las persianas y encerrarse en la despensa. Sólo así tendría alguna posibilidad de salir ileso. Cerró la puerta tras de si y agazapado tras las cajas de botellas y los sacos de arroz, esperó el impacto. Pasados unos minutos, a través de la ranura de la puerta pudo ver un destello casi cegador. Aterrado, cerró los ojos, contuvo la respiración y sintió como su corazón latía aceleradamente.

Habían pasado más de dos horas cuando recuperó la conciencia. Medio enterrado entre cajas, sacos de comida y cascotes, Raúl miró a su alrededor. Las paredes estaban derrumbadas y el techo brillaba por su ausencia. Magullado, se incorporó lentamente y trató de abrirse camino entre los restos del salón de su casa. Allí, al fondo, pudo ver una ráfaga de luz que asomaba de entre la tierra. Sin pensarlo, sin pararse a meditarlo, Raúl caminó hasta el lugar del impacto. El cráter era enorme y al fondo, algo aparentemente redondo, brillaba con una fuerza descomunal. Debía esperar a que se enfriara antes de tratar de acercarse a aquel cuerpo incandescente. Seguro que cualquier científico o incluso cualquier museo de ciencias naturales se frotaría las manos ante tal descubrimiento. ¿Cuánto le darían por aquel pedrusco? Después, pensó que cómo el cráter estaba dentro de sus terrenos, podría explotar el suceso. Quizás podría vallar la zona y permitir visitas guiadas. Por lo menos así pagaría la reconstrucción de su hogar. Al cabo de un rato, empezó a oscurecer y Raúl pensó en cómo pasar la noche. Revisó lo que aún quedaba en pie de su devastada casa y decidió dormir en la parte trasera que, afortunadamente aun seguía en pie.

Trató de dormir un rato, aunque la situación vivida le dificultaba conciliar el sueño. A la mañana siguiente, Raúl se levantó enérgico e ilusionado dispuesto a ver su meteorito. Llegó al borde del cráter y observó atentamente aquella enorme roca. Luego, empezó a descender con cuidado. A medida que iba bajando por la ladera del cráter hacia a aquel pedrusco, algo le decía que no debía acercarse demasiado, que podía ser peligrosos, pero la curiosidad y su imprudencia, le hicieron no seguir su primera intuición. Tocó con las palmas de sus manos atentamente el meteorito. Su textura era imperfecta, sinuosa pero muy suave. Pese a no estar incandescente, conservaba aún un cierto calor y la zona despedía un envolvente y penetrante olor a quemado. Lo cierto era que con el frío que estaba haciendo y con su casa completamente destrozada por el impacto, aquel calorcito era de agradecer. Se apoyó plácidamente sobre la roca y dejó que todo su cuerpo se templara con aquel calor tan agradable. Luego, pasados unos minutos, regresó a lo que quedaba de su hogar. Sabía que tenía que hacer algo con su casa. Subió la cuesta dispuesto a llamar a una empresa de construcción ya que, tenía claro que el seguro no iba a cubrir aquello. No podía seguir así.

Entró en su casa y al pasar frente a lo que en otros tiempos había sido el espejo de uno de sus dos baños, Raúl se quedó petrificado. Asustado, se colocó frente al espejo pero para su horror descubrió que gran parte de su cuerpo brillaba por su ausencia. Sus manos, su pecho y gran parte de su cara habían desaparecido. Se tocó frenéticamente cada parte de su cuerpo para verificar su existencia. Su cuerpo seguía ahí pero, por algún extraño motivo, no podía verlos. Nervioso y sin saber que podía hacer, se sentó durante unos segundos en la única silla que quedaba intacta en medio de su arrasado salón. ¿Y si aquello iba a más?, ¿Y si acababa por desaparecer por completo? A bien seguro que aquel maldito meteorito tenía mucho que ver con su actual estado. Se incorporó y regresó nuevamente al baño. Angustiado pudo comprobar que aquello había ido a más. Salió del baño a toda prisa para llamar al hospital más cercano. Su voz también empezaba a flaquear.

-Aquí no hay nadie. Exclamó el enfermero de la ambulancia.
-La casa, además de destruida, parece vacía. Comentó el conductor.
-Quizás ha sido una broma de mal gusto.

Si dar tiempo a que Raúl pudiese hacer nada por evitarlo, la ambulancia se fue tan rápido como había llegado.

Pasado algo más de un año, y dado el abandono de la finca, la casa fue embargada por el ayuntamiento de la zona. Nadie volvió a ver jamás a Raúl.

1 comentarios:

Peter Mathius dijo...

Pues "Pobre Chaval", Ignorado por Completo, ¡¡¡ Qué Mala Suerte !!! Espero que a mi nunca me pase una cosilla así... je,je,je

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