4 oct 2011 | By: Laura Falcó Lara

Piso de soltero


Por primera vez en treinta y cinco años lo tenía claro; era ella. Siempre había pensado que lo de vivir en pareja no estaba hecho para mí, pero fue conocer a Caroline y enamorarme como un tonto. Llevábamos cinco meses juntos cuando le pedí que se viniese a vivir a casa; estaba convencido que ella era la mujer perfecta.

Primera semana:

Hay que reconocer que es muy agradable el dormirse y amanecer junto a la persona que amas. Me encanta el olor de su piel y el aroma que deja en las sábanas. Además, no veas lo cómodo que es no tener que ir de caza cada fin de semana con tal de “mojar”. Ahora tengo la presa en casa a disposición. Por otro lado, Caroline se levanta cada mañana diez minutos antes para hacerme el desayuno. ¡Esto es vida! Estoy tan convencido de que he acertado con ella, que quizás me plantee pedirla en matrimonio. Da gusto ver la casa perfectamente ordena y limpia.

Mis amigos me dicen que al principio todo es maravilloso pero que luego siempre se estropea. Sé que se equivocan, con Caroline eso no va a ocurrir, estoy seguro.

Segunda semana:

¡Tanta limpieza me abruma! Esta semana ha decidido ordenar mis cosas y ya no sé dónde tengo nada. Quiere que participe más en la limpieza de la casa. Me pregunto hasta cuando podré escurrir el bulto. Sin embargo, si esto hace feliz a mi niña, merece la pena. Sigo como en una nube.

Esta mañana Caroline ha empezado a llevarse sus cosas a casa; tendré que hacerle espacio en mis armarios. Por la tarde me ha insinuado que quizás deberíamos pensar en mudarnos a una casa más grande. Sinceramente, no veo la necesidad, a mi me sobra espacio. Además, me gusta mucho mi casa. Dice que podríamos comprar un piso en una zona mejor. ¿Acaso le pasa algo a la zona donde vivo ahora?

Tercera semana:

Nunca he conocido a nadie que tenga tanta ropa. He tenido que vaciar más de la mitad de mis armarios y aún y así, sus cosas no caben.

-¡El año no tiene tantos días! Exclamo al ver el sin fin de zapatos y bolsos que tiene.

Mi baño ha sido tomado por una invasión de cremas, champús y sombras de ojos. Ya no sé dónde ha puesto mi maquinilla de afeitar. Empiezo a pensar que mi casa es pequeña para los dos. El salón aún está repleto de cajas y no hay donde poner más cosas. ¡Me dice que debería hacer limpieza y tirar cosas! ¡Que tire ella su ropa!, la respondo.

Tras discutir por el espacio de los armarios trato de reconciliarme. No hay forma, dice que no la entiendo, que no la respeto ¡esta noche no mojo!

Cuarta semana:

Hoy he regresado de trabajar y un poco más y me muero del susto. Caroline a decidido redecorar la casa. Ha pintado el salón de tonos pastel y ha puesto unas cortinas malva. ¡Es horrible! Siento que vivo en la casa de Barbie. No sé como decirle que deje la casa tal y como estaba sin ofenderla. ¿Por qué no me lo ha consultado?, ¿Qué tenían de malo las cortinas color crudo y las paredes blancas? Tampoco entiendo esa necesidad de llenar los muebles de marcos de fotos, jarros y gilipolleces varias. Odio ver los muebles repletos de cacharritos. Aunque intento evitarlo terminamos discutiendo y ella se pone a llorar desconsolada. Dice que soy un egoísta y que no la quiero; es una manipuladora. Mañana empiezo la reconquista. Hoy tampoco me como un colín.

Quinta semana:

Ya va siendo hora que recupere mis partidas de póker. He dicho a los chicos que vengan sobre las diez. Cenaremos viendo la tele y luego jugaremos unas partidillas. La verdad es que ya lo echaba de menos.

He llegado a casa y cuando le he comentado mi iniciativa a Caroline, ha enloquecido. Dice que elija, o mis amigos o ella. No entiendo el motivo de su enfado. Al final no me queda más remedio que desconvocar la reunión. Cabreado me voy de casa dando un portazo; no pienso volver hasta muy tarde. ¡Se va a enterar!
Tras dos horas de dar vueltas sin rumbo decido que ya puedo volver a casa, que seguro que Caroline estará muy preocupada. Abro la puerta y sorprendido descubro que la casa está a oscuras; Caroline se ha ido a la cama sin mí. La puerta de la habitación está cerrada con pestillo. Tendré que dormir en el sofá. ¡Mojaba más cuando estaba soltero que ahora!

Sexta semana:

Hoy han venido sus padres a comer. Ha sido una pesadilla. Su madre es enorme, tremenda; espero que la hija no se parezca a ella dentro de unos años. Además, la mujer no dejaba de hablar igual que una cotorra y de dar órdenes a todos. Su padre parece el prototipo de calzonazos que nunca le lleva la contraria a la bruja de su mujer. Tengo un terrible dolor de cabeza y no veo el instante de que se vayan. Creo que se han dado cuenta que quiero que se vayan.

Por la tarde Caroline me ha preguntado que qué me habían parecido y me temo que lo que le he dicho la ha disgustado mucho. No creo que sea tan malo el haber comparado a su madre con un Bulldog. Dice que soy un cretino y que no sabe porque sigue conmigo.
Como esto siga así me hago monja de clausura. ¡Tendré que volver a los solitarios!

Séptima semana:

Esta mañana Caroline está muy cariñosa; algo me huele mal. A media mañana me dice que deberíamos ir un paso más lejos con el fin de consolidar nuestra relación. Que esto no avanza, que se siente sola y que le falta algo. Creo que quiere que nos casemos. Voy a intentar hacerme el tonto a ver si me libro de hablar del tema; cada día lo tengo menos claro. Tras dar varios rodeos Caroline viene directa hacia mí como un Miura; la temo. Dice que tenemos que hablar. Me sirvo una cerveza y unas aceitunas; creo que lo voy a necesitar. Luego, me siento encogido en una esquina del sofá y trato de quitar importancia a la conversación bromeando sobre cualquier tontería. Entonces, sin anestesia, Caroline me suelta:

-Deberíamos tener un hijo.

Creo que me he atragantado con una aceituna, me estoy poniendo morado, me ahogo, no puedo respirar. Mientras ella me mira impaciente, esperando una respuesta.

-¿Es que no vas a decir nada? Pregunta en tono amenazante.

Toso tratando de no ahogarme, me inclino hacia delante y el hueso de la aceituna sale disparado directo hacia su ojo. Me temo que esto ya no tiene remedio.

Octava semana:

Caroline ya ha hecho las maletas. Dice que ha descubierto que lo nuestro es imposible, yo ya me di cuenta unas semanas atrás. Su orden, su limpieza, su ropa, su decoración y su hijo no son compatibles conmigo. Dice que le he arruinado la juventud, que qué sentido tiene una unión y la vida sin descendencia. A mi, sinceramente me hubiese bastado con comprar un gato. Le he preguntado si quiere que le mande las cortinas malva por SEUR y me ha tirado un cenicero a la cabeza. No sé como me pude equivocar tanto con ella. Por fin voy a recuperar mi casa, mis amigos y la libertad. La próxima vez que me enamore antes de meterla en casa, ¡me la corto!

Este relato se lo dedico a mi hermano, un soltero por convicción.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Curioso me gusta tu relato, y me encanta tu blog. Un beso enorme.

Anónimo dijo...

igual que en la vida real -__-

Anónimo dijo...

Muy buen relato laura, me gusto mucho c:

Saludos, fernanda

Lorenzo Salgado dijo...

Hace varios días que descubrí tu blog y me he enganchado. Estoy leyendo todos tus relatos y me encantan. Tienes un estilo de escritura muy agradable de leer, que facilita el seguimiento y la comprensión del relato.Dejo mi primer comentario en este relato porqué me he sentido identificado, soy otro soltero por convicción ;).

Veo que eres editora. Yo también escribo y me gustaría que visitases mi blog: "Relatos del Otro Lado" y me dieras tu opinión.

http://ventanaaotrosmundos.blogspot.com.es/

Un abrazo.

Laura Falcó Lara dijo...

Gracias Lorenzo. Pasaré por tu blog y prometo darte mi opinión.

Un abrazo.

Peter Mathius dijo...

Láura, me encantó este Relato Corto, "Tan Real como la Vida Misma", claro ejemplo de nuestro día a día :D

Anónimo dijo...

que gran verdad cuentas lo que nos sucede a muchos

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