13 ene 2012 | By: Laura Falcó Lara

Están aquí


No sabría decir en que momento empecé a notar que Jeff, ya no era exactamente Jeff. Al principio, fueron cambios pequeños, muy sutiles. Cuando llevas mucho tiempo con alguien eres casi capaz de predecir, sin apenas margen de error, sus reacciones, o respuestas ante ciertos estímulos. Conoces perfectamente sus costumbres, sus gustos, o aquellas cosas que detesta. Hay frases, actitudes, o estados de ánimos que conoces y esperas de él. Eso fue quizás, lo primero que empezó a fallar. Había momentos en que su forma de hablar, sus súbitos cambios de humor, o el cambio radical en ciertas costumbres, empezaron a ser notables.

Recuerdo como si fuera ayer, las primeras conversaciones que tuvimos a ese respecto, conversaciones en las que el negaba que le estuviese pasando nada. Luego, a medida que los días iban transcurriendo, el mismo empezó a percatarse de que algo no iba bien. Las lagunas temporales, el mal estar físico y los continuos comentarios de los que le teníamos cerca, le hicieron recapacitar. Ya no era únicamente yo, la paranoica que veía cosas extrañas en su forma de actuar, ahora éramos prácticamente todos los que le rodeábamos, los que habíamos notado el cambio. Ante tal evidencia, Jeff entró en razón y aceptó la posibilidad de consultar a un psicólogo. Para todos lo más sencillo era pensar que el estrés, el cansancio y la tensión a la que su trabajo le había sometido durante el último año, hubieran sido el detonante de esos cambios bruscos de humor. Sin embargo, tras cuatro meses de terapia su comportamiento, lejos de mejorar, empeoró. Cada día que pasaba sentía que de la persona con la que compartía mi vida, quedaban menos cosas y el psicólogo, probablemente bastante contrariado por la evolución del paciente, dictaminó que se trataba de un brote de esquizofrenia.

Aquella mañana, sentí miedo por primera vez. Abrí los ojos lentamente, como de costumbre, desperezándome durante unos minutos, cuando le vi allí, de pie, mirándome fijamente con ojos de loco, impasible, frío, ausente. Sentí como si unos ojos extraños, ajenos, desconocidos, anónimos, estuvieran escudriñando mi intimidad, recorriendo cada rincón de mi cuerpo desnudándome. Inconscientemente, agarré la manta y la subí hasta mi barbilla. Estaba atemorizada, no reconocía en Jeff al hombre con el que me casé; para mi se había convertido en un extraño, en alguien completamente desconocido que compartía mi vida. De noche, en la cama, evitaba provocar situaciones incómodas haciéndome la dormida; la idea de hacer el amor con él me sobrecogía de sobremanera.

Preocupada, aquella mañana decidí hacer lo que todos hacemos alguna vez en la vida, poner en Google lo que me estaba pasando y esperar a ver que aparecía. La respuesta no se hizo esperar, ante mis ojos aparecieron páginas y páginas enteras de gente que decía no reconocer a su familia más cercana. Lo más inquietante de todo fue comprobar que casi todas aquellas entradas eran bastante recientes y que iban en aumento. De pronto, entre aquel montón de foros repletos de padres, esposas, hermanos y maridos angustiados, algo llamó mi atención. Su Nick era Déborah72 y aunque en su perfil apenas había datos que me llevaran a saber algo sobre su identidad real, lo que comentaba en los foros, aunque fantástico, planteaba una hipótesis distinta a las demás.

“Lo que está pasando con nuestros familiares no es una enfermedad mental. Estamos frente a una usurpación de su cuerpo por parte de otro ser. Tengo pruebas de ello.”

Aquellas afirmaciones, aunque locas y extravagantes, me hicieron pensar. Lo que yo había apreciado en Jeff no era tan sólo un cambio de humor, iba mucho más allá. Tal y cómo afirmaba Déborah72, lo que estaba ocurriendo tenía más parecido con una substitución que con un mal día. Una persona podía con los años volverse más fría, más impulsiva, más cariñosa pero había cosas intrínsecas, cosas básicas que no podían, que no debían cambiar. Nerviosa, tomé una hoja de papel del escritorio y empecé a anotar aquellas cosas que a mi entender iban más allá de un mero cambio de humor.

• Ahora le gustan las fresas (no las soportaba)
• Dejó de fumar de un día para otro. Ahora no soporta el humo.
• Desde hace unos meses duerme boca arriba (ha dormido de lado toda su vida)
• No soporta tener cerca al perro, ni el perro a él, ambos se ponen muy nervioso (antes adoraba a los animales)
• De ser más bien desordenado ha pasado a ser exageradamente meticuloso.

Si miraba cada uno de aquellos cambios de forma aislada, no parecía que hubiese razones para inquietarse pero juntos…, juntos eran realmente alarmantes. Sin dudarlo, entré nuevamente en aquel foro dispuesta a contactar con Déborah72. Aunque en su perfil no había ninguna información de contacto, quizás, si le dejaba un mensaje en el foro, me contestaría.

“Necesito hablar con Déborah72. Mi marido es otra persona y necesito de tu ayuda. Gracias. Mi mail es ElisaG@hotmail.com y mi nombre Elisabeth.”

La respuesta no se hizo esperar, a la mañana siguiente tenía un mail suyo en mi buzón.

Hola Elisabeth,

Si quieres podemos vernos el lunes a las 18:00 en la entrada de la Biblioteca central. Dime cómo eres y cómo irás vestida y yo te reconoceré a ti. Pase lo que pase no dejes que tu marido intuya que sabes la verdad. No le hables de mí a nadie.

Un abrazo,

Déborah72.


Aquella mañana me levanté con un nudo en el estómago. Tenía la sensación que en cuanto conociese a Déborah72 nada volvería a ser como antes. Llegué a la puerta de la Biblioteca un cuarto de hora antes de la hora prevista. Encendí un cigarrillo y me apoyé en la balaustrada exterior. ¿Cómo sería ella? Mientras calmaba mi ansiedad a base de intensas caladas, repasé a todas las mujeres que rondaban por ahí. Pasaron algunos minutos cuando un hombre de mediana edad se acercó a donde yo estaba.

-¿Elisabeth?- Preguntó en voz baja tratando de no llamar la atención.
-Sí, soy yo.
-Hola, soy Déborah72. -Respondió para mi sorpresa. -Entremos, dentro podemos hablar con más tranquilidad.

Entramos en la gran sala y nos sentamos discretamente en un extremo.

-Pensaba que serías una mujer. -Le dije antes de que empezase a hablar.
-Es una tapadera. Nadie debe saber quién soy. Puedes llamarme Jack. -Contestó él, susurrando.- Bien, cuéntame tu caso.
-Es mi marido, Jeff. Desde hace algunos meses es otra persona, no le reconozco.
-Dime, ¿trata de seguir con su rol, o por el contrario ha intentado dejarte?
-Sigue con su rutina.
-Bien. Eso es que no sospecha nada.
-¿Nada de qué? -Pregunté nerviosa.
-Cuando se sienten descubiertos huyen.
-Pero, ¿qué está pasando?

Aquel hombre respiró hondo y tras retirarse el canoso flequillo de los ojos prosiguió con su explicación.

-Todo empezó hace tres o cuatro años. Entonces yo trabajaba para la NASA en un proyecto llamado “Futuro”. Nuestra misión era encontrar vida inteligente fuera de la tierra y por desgracia la encontramos.
-¿Cómo?, ¿Qué tiene eso que ver con Jeff?
-Todo. Verás, pecamos de ingenuos. Estábamos convencidos de que la vida extraterrestre sería parecida a la nuestra. Moléculas, átomos…pero nada que ver. No al menos la que encontramos.

Le miré expectante, inquieta, temiendo el final de aquella extraña historia.

-Era un proyecto apasionante. Todos soñábamos con encontrar vida extraterrestre y nadie pensó en que podíamos encontrar algo peligroso para nuestra continuidad. Supongo que nos falló la humildad.
-¿Peligroso?
-Ellos no tienen cuerpo, usurpan los cuerpos ajenos, se deshacen progresivamente de su propietario original y viven ahí hasta que los agotan y luego vuelven a cambiar de contenedor.
-No entiendo nada.
-Tu marido ya no existe, ya no es él, ni volverá a serlo. Aprendí eso cuando perdí a mi mujer y mi hijo.
-No,…es no es posible. ¿Cómo puede…?
-La única solución es acabar con ellos, hay cosas que no soportan, cosas que les hacen huir de los cuerpos, o que los destruye.
-Pero, es mi marido…yo…
-Lo siento. -Se limitó a decir con semblante triste. -Hay personas en las que no consiguen entrar, pero otras son perfectas para ellos. Además, tanto tú como yo no debemos ser buenos recipientes. Si lo fuéramos, y más viviendo con uno, o varios de ellos, ya estaríamos infectados.
-No te creo, ¿Por qué habría de hacerlo? No te conozco de nada, podrías ser un loco, un demente.
-Podría, pero por desgracia no lo soy.

Me incorporé de la mesa dispuesta a irme de allí. ¿Quién me aseguraba que aquel hombre estaba diciéndome la verdad? La historia que explicaba era tan sumamente increíble que parecía sacada de una novela de ciencia ficción. No quería oír nada más. Avancé hacia la salida y Jack conmigo tratando de detenerme cuando de pronto, como salidos de la nada, un par de hombres vestidos con ropa oscura se abalanzaron sobre Jack apresándolo. Antes de que pudiese decir o hacer nada, sacaron a Jack del edificio y se lo llevaron en un coche a toda prisa. Asustada, me senté por unos instantes en las escaleras de entrada al edificio. ¿Quiénes eran aquellos hombres y por qué habían apresado a Jack? Por primera vez en toda la tarde la historia de Jack cobraba sentido. Aquello sólo podía responder a un intento de alguien por ocultar la verdad. Sin embargo, si le creía, ¿cómo iba a afrontar desde aquel instante mi vida con Jeff? ¿Qué se supone que debía hacer?, ¿matarle? Y, ¿qué se suponía que debía hacer con respecto a Jack?, ¿Hacer como si no hubiese pasado nada?

Debían ser cerca de las diez de la noche cuando regresé a casa. Las horas me pasaron sin apenas darme cuenta, vagando sin rumbo fijo por la ciudad. Traté de recordar toda la conversación, buscando las claves de cómo actuar. En mi mente una frase se repetía de forma insistente “La única solución es acabar con ellos, hay cosas que no soportan, cosas que les hacen huir de los cuerpos, o que los destruyen.” ¿Cuáles serian esas cosas? Me preguntaba dándome cuenta de que había desperdiciado la oportunidad de saber más. Ahora, con muchas más dudas que antes, debía regresar a casa y aparentar normalidad.

Estaba a punto de abrir la puerta cuando oí tras ella la voz alterada de Jeff.

-¡Aléjate de mí! -Chillaba presa del nerviosismo y del pánico, mientras se oía gruñir a Byron de fondo.
-¡El perro! -Exclamé aliviada tras darme cuenta de que sí conocía algo que ese ser no soportaba.

Abrí la puerta y en ese mismo instante, tratando de recuperar la compostura, Jeff dijo en tono sereno:

-¡Aparta a ese chucho de mí! -Todavía no entiendo porqué hemos de tener perro.
-Te recuerdo que tú lo compraste. Contesté agarrándole por la correa.
-En ese caso le buscaré un nuevo hogar. Respondió él sin perder la calma.
-Byron no se va, si quieres irte tú, ya sabes dónde está la puerta. Respondí de forma enérgica.

Desde aquel instante no me separé de Byron. No sabía si Byron acabaría con aquel ser pero al menos, sabía que tenerle cerca le alejaba de mí. De todos modos, sabía que debía encontrar el modo de acabar con aquello aunque, si Jack no lo había conseguido, ¿qué probabilidades iba a tener yo? Entonces recordé algo de nuestra conversación:

“Hay personas en las que no consiguen entrar, pero otras son perfectas para ellos. De hecho, tanto tú como yo no debemos ser buenos recipientes. Si lo fuéramos, y más viendo con uno o varios de ellos, ya estaríamos infectados.”

-¿Qué podía tener yo en común con Jack?, ¿Qué me hacía distinta al resto?

Aquella semana me encerré en la biblioteca tratando de buscar algo que me diese una pista. Ya que en casa no podía investigar nada por miedo a que Jeff me descubriera, la biblioteca me pareció un buen lugar. Al principio, pensé en cosas más científicas como el grupo sanguíneo, el RH, o quizás algo relacionado con el ADN. Pero por más que buscaba y que preguntaba a entendidos en la materia, nada me daba una pista clara e incuestionable. Fue entonces, una tarde al llegar a casa, en que me di cuenta de algo, algo en lo que no había pensado con anterioridad. Había algo sutil pero común a mí y a Jack; el color de la piel. Jeff era de cabello rubio y piel clara mientras que yo y Jack éramos de piel morena y de aspecto más bien cetrino. Antes de proseguir con aquella locura debía asegurarme de que no fuesen únicamente imaginaciones mías. La mejor forma de testar aquella hipótesis era meterme de nuevo en aquellos foros y preguntar a la gente que tenía familiares afectados sobre su físico y el del enfermo en cuestión. La respuesta no se hizo esperar, enseguida descubrí que mis sospechas era más que acertadas.

A la mañana siguiente me dediqué a observar a Jeff y a analizar todo aquello que pudiese tener relación con el color de la piel. No tardé en detectar que siempre que salía de casa, apenas se exponía al sol. ¿Serían quizás fotosensibles? Era probable que la elección de la piel clara sobre la oscura no fuera más que pura deducción. Es decir, era más probable que alguien de piel oscura abusase del sol, que alguien que tuviera la piel más sensible. De hecho, de haberme escogido a mí que solía abusar de los rayos UVA y que adoraba tumbarme en la playa como un lagarto, hubiesen levantado sospechas casi de forma inmediata. Sin embargo, a nadie le extrañaría que Jeff prefiriese quedarse en casa que ir a la playa. Aquella misma tarde se me ocurrió un magnífico plan.

Hacia al menos cuatro años que no la usaba. Ahora había máquinas mucho mejores y desde que habían puesto UVA en mi gimnasio, no la había vuelto a sacar del garaje. Removí todas las cajas del trastero y por fin, cuando ya estaba a punto de darme por vencida, apareció. Llena de polvo y envuelta con una bolsa, la vieja máquina de UVA facial iba a volver a darme servicio. Debían ser cerca de las doce de la noche cuando Jeff se durmió en el sofá viendo la tele, como cada noche. Ese era el momento oportuno para experimentar. El sueño y la luz de la habitación harían que no notase para nada el infrarrojo de la máquina. La acerqué a su cara y la enchufé. No habían pasado ni cinco minutos cuando de pronto su piel empezó a ponerse muy oscura y comenzó a humear. Entonces Jeff se despertó sobresaltado.

-¡¡¡Qué…qué has hecho!!!!! -Gritaba mientras se retorcía en el suelo como un animal herido.
-No es él, no es él…-me decía insistentemente tratando de no sentir pena y enfocando el infrarrojo sobre él.

Al cabo de breves instantes Jeff, o lo que realmente fuese, murió. Le miré absorta tratando de ver en él un atisbo del que un día fuese mi marido, pero allí no había nada humano, ni tan siquiera la extraña forma de morir. El cuerpo de Jeff yacía sobre la alfombra prácticamente carbonizado.
Ahora poseía la solución, un arma fácil y efectiva pero que debía comunicar al mundo antes de que fuera demasiado tarde, antes de que alguien viniese a por mí, como lo hicieron con Jack. Sin perder tiempo colgué la noticia en todos los foros, en todas las redes sociales: Exponedlos al sol, a rayos UVA…no soportan la luz natural directa.

No sé cuantos murieron, o cuanto huyeron de nuestro planeta al verse descubiertos, pero al cabo de unas semanas todo parecía haber vuelto a la normalidad. Los mensajes de los foros fueron desapareciendo y la gente fue recuperando su vida, aunque muchos tuvimos que enterrar a algún ser querido. Sin embargo, estoy convencida que la soberbia humana, ese exceso de seguridad que lleva a muchos a creer que lo pueden controlar todo, nos llevaran tarde o temprano a una situación similar. Siempre habrá algún curioso, algún científico, algún político insensato que deseará contactar nuevamente con el exterior sin tener en cuenta que las probabilidades de que su inteligencia y sus conocimientos sean mayores que los nuestros, son enormes. Sin plantearse que los que hay ahí fuera quizás quieran conquistarnos o terminar con nuestra especie. Sin darse cuenta que a veces, es mejor pasar desapercibido.

7 comentarios:

juan dijo...

No deben preocuparse..... sabemos acabar nosotros solitos con nuestra especie..... parece ser que ya estamos camino de ello....

Laura Falcó Lara dijo...

Seguro, no nos hace falta ayuda ;-)

Mado dijo...

Ya lo decía Stephen King hace poco... Cuidadito con los contactos extraterrestres...

Anónimo dijo...

Bonita historia1!.. Lastima que no se ajuste del todo a la realidad, lo cierto es que nosotros somos los cetrinos, y por lo tanto los UV no son la solución. Buen intento!
salut i Petons...

Mar dijo...

¡Enhorabuena, Laura! Me gustan tus relatos. ¡Son espectaculares!
Un saludo.
Mar.

Laura Falcó Lara dijo...

Gracias denuevo Mar

Peter Mathius dijo...

Láura, está GENIAL, pero la verdad esque estamos Rodeados de "Mucha Inteligéncia ExtraPlanetaria"... Están ahí afuera, y al mínimo descuido... seremos completamente INVADIDOS, estupenda história, me encantó... ;-)

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