19 jul 2009 | By: Laura Falcó Lara

Himalaya


Abrió los ojos y miró a un lado y luego al otro. No veía nada, estaba tan sumamente oscuro que no era capaz ni de ver sus propias manos. Palpó a los lados tratando de tantear el terreno e intentó gatear no sin miedo a tropezarse y caer al vacío. No sabía donde estaba. Le dolía todo el cuerpo como si le hubiesen dado una monumental paliza. Entonces comenzó a recordar. Algo le había golpeado en la cabeza por detrás mientras estaba con el resto de la expedición, en mitad del Himalaya. No logró ver que o quien era, sólo recordaba haber perdido la conciencia mientras alguien tiraba de él por los pies. No recordaba nada más hasta aquel momento. Por un instante, se incorporó y pensó en chillar o llamar a voces a sus compañeros pero, el miedo a lo desconocido, no le permitía abrir la boca; no al menos hasta que supiese que estaba pasando. Volvió a agacharse y se arrastró tratando de no hacer demasiado ruido. No tenía ni idea de donde estaba pero, a juzgar por el terreno, parecía el interior de una cueva. La humedad y el frío le estaban calando hasta los huesos. Ni tan siquiera el forro polar y los guantes le protegían de aquellas temperaturas. En aquel espeso silencio, tan sólo el repetitivo ruido de las gotas de agua desprendiéndose de las estalactitas, le hacía compañía. ¿Cuántas horas debía llevar ahí dentro?, ¿Se habrían percatado sus compañeros de su ausencia o por el contrario, habrían también sido apresados? Siguió gateando a tientas sin saber si estaba avanzando en la dirección correcta o estaba adentrándose aún más en aquella caverna.

Debía llevar algo más de diez minutos de marcha cuando un ruido profundo y grotesco le paralizó. Aquel ruido tenía que haber sido producido por un ser vivo, a bien seguro que por algún animal salvaje. Sin embargo, siendo un gran conocedor de la fauna local, aquel sonido era para el inclasificable. Ninguno de los animales por el conocido era capaz de emitir con aquella potencia y en aquella frecuencia. Era un sonido ronco, profundo, desgarrado, aterrador. Por una parte, tenía incluso algo de humano pero, por otra, era tan primitivo y agresivo como el de un animal en posición de ataque.

Asustado, Miguel siguió avanzando pero ahora, con mayor premura. Aquel sonido parecía aproximarse y no presagiaba nada bueno. Por fortuna, a lo lejos, se podía divisar algo de claridad e incorporándose, Miguel empezó a correr tan rápido como sus piernas le permitían. Pero cuanto más rápido corría, más próxima sentía aquella presencia. ¿Estaría corriendo en dirección a él? Fue entonces cuando pudo empezar a ver por fin, la cueva con mayor claridad. La luz entraba por una apertura en el techo de la gruta e iluminaba la zona lo suficiente para poder al menos, ver a diez metros a la redonda. Llegó entonces a un punto de la cueva sin salida aparente y debía retroceder. Pero aquel ruido se le atojaba demasiado cercano y un miedo atroz hizo mella en él. Cuando quiso darse cuenta, frente a él una criatura monstruosa de pelaje entre gris y blanquecino le miraba fijamente. Paralizado, Miguel podía oír el latir de su corazón que parecía iba a salir despedido de su tórax en cualquier instante. Mientras, la bestia le observaba en silencio, atentamente, como esperando cualquier movimiento en falso para lanzarse directo a su cuello y destrozarlo a bocados. Sin embargo, por un segundo creyó ver un atisbo de humanidad en aquella mirada, una pizca de piedad y de bondad que no lograba descifrar.

Miguel trató de avanzar lentamente hacia el otro lado de la cueva. Debía moverse, debía tratar de escapar. En cuanto sus pies avanzaron, la bestia alzó sus brazos y lleno de furia, emitió uno de aquellos alaridos que heló por unos instantes su sangre. Era impensable moverse pero, la opción de quedarse quieto tampoco parecía demasiado apetecible. Dejó pasar unos minutos y trató de averiguar la razón de aquel comportamiento. ¿Por qué no le atacaba?, ¿Por qué tan sólo reaccionaba cuando trataba de moverse?, ¿Qué pretendía hacer con él?

Pasaron algo más de veinte minutos cuando aquel ser con un ademán casi humano se acercó a él lentamente.

- ¡Este es el fin!, pensó para sus adentros.

Pero nuevamente, estaba equivocado. Aquel ser tomó suavemente su brazo y, para la sorpresa de Miguel, le llevó atravesando la cueva hasta la salida de la misma. Miguel no alcanzaba a comprender qué era lo que estaba pasando. Ya en el exterior, aquella masa enorme de pelo cano señalo con su mano hacia arriba. Miguel giró su cabeza y miró hacía la cima de la montaña. Boquiabierto, pudo observar como un alud había engullido a su paso casi toda la parte baja de la cima y gran parte del monte donde el y sus amigos estaban. Contrariado y sorprendido, volvió nuevamente la cabeza hacia el monstruo que, sin razón aparente, había salvado su vida, pero la bestia había desaparecido. Durante algunos minutos trató de localizar a aquel extraordinario ser pero, aun y adentrándose nuevamente en cueva, fue incapaz de dar con él.

Hace diez años que Miguel, a diferencia de sus ocho compañeros de expedición al Himalaya, salvó su vida. Desde entonces, Miguel ha dedicado su vida a la investigación y búsqueda de lo que la ciencia ha denominado como “Yeti”.

1 comentarios:

Peter Mathius dijo...

Gran Bondad, la del Famoso YETI, para que luego digamos que no es humano.... Toda una gran lección de buena predisposición y buen hacer... Genial Láura, me encantó :D

Publicar un comentario