11 oct 2011 | By: Laura Falcó Lara

Magia Negra

15 de agosto de 1851:

Hacía más de una hora que había oscurecido. Selena miró por un instante al cielo y empezó el ritual. Trazó un triángulo con la piedra sobre el suelo, colocó los dos cirios benditos a un lado y se situó en medio del triángulo sosteniendo en su mano la varilla de nogal. Luego, con voz clara y solemne pronunció el texto:

"Emperador Lucifer, señor de todos los espíritus rebeldes, ruégote que me seas favorable en la apelación que hago a tu gran ministro Lucífago Rocafale, deseando hacer pacto con él. Ruego también al príncipe Belzebú, que me proteja en mis propósitos. ¡Oh Astarot! séame propicio y haz que en esta noche el gran Lucífago se me aparezca con forma humana y que me conceda, por medio del pacto que voy a presentarle y a firmar, todas las riquezas o bienes que necesito - ¡Oh, gran Lucífago! ruégo que abandones tu morada, allí donde estés, para venirme a hablar; si no te obligaré por fuerza del gran Dios, de su excelso Hijo y del Espíritu Santo. Obedéceme enseguida o serás eternamente torturado por la fuerza de las potentes palabras de la Gran Clavícula de Salomón; la que servía para obligar a los espíritus rebeldes a admitir su pacto. Así, pues, aparécete ya o voy a atormentarte continuamente con la fuerza de las palabras de la Clavícula : 'Agión, Tetragram, vaycheen, stimilamato y ezpares, retragammaton oryoram irion erglión existión eryona onera brasin movn messia, soler Emmanuel Sabast Adonay' yo te adoro, yo te invoco".

Sus largos cabellos color caoba empezaron a ondear como movidos por el viento. Su cuerpo, vapuleado por una fuerza sobrehumana, empezó a temblar. Entonces, una luz intensa y sobrecogedora iluminó la sala y una voz profunda, pausada y aterradora se alzó sobre ella y dijo:

-Heme aquí: ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué interrumpes mi reposo? Respóndeme.

Selena respiró hondo y aunque estaba muerta de miedo, tratando de no mostrar debilidad contestó:

-Te he hecho venir para pactar contigo. Deseo conseguir a un hombre y si no me lo concedes, te atormentaré con las potentes palabras de la Clavícula.

Tras unos instantes de un seco e inquietante silencio la voz contestó:

-No accederé a tu demanda a menos que me vendas tu alma y tu cuerpo para poder disponer de ellos dentro de veinte años y por toda la eternidad.

Entonces, Selena agarró el pergamino, escrito con su propia sangre, donde estaba el pacto que deseaba hacer y lo dejó sobre el suelo. En el se podía leer:

"Prometo al gran Lucífago recompensarle dentro de veinte años con mi cuerpo y mi alma a cambio de conseguir el amor de Yago, el hombre al que amo. En fe de lo cual he firmado. - Selena."

Tras un estruendo que hizo temblar hasta los muros la voz se pronunció:

-¡Demanda concedida!


30 de agosto de 2011:

Tomás acababa de mudarse a Bourton on the Water, uno de los más bellos pueblos de la campiña inglesa. A sus cuarenta y dos años deseaba huir de su mundo y encerrarse lejos de la gran ciudad. Hacía quince días desde que Ana, su mujer, murió y no había sido capaz ni de pisar el cementerio. Cuando ella enfermó, Tomás no estuvo a la altura. El miedo a la muerte, la tristeza y su egoísmo, no le dejaron estar ahí como debía haberlo hecho. Se sentía culpable, sentía que le había fallado cuando más le necesitaba. Huir a la campiña era quizás, nuevamente, una excusa para aislarse del mundo, para huir de sus recuerdos, de su cobardía, de su dolor. La tranquilidad, el olor a hierba fresca, el paisaje incomparable y la frescura que el río daba a aquella zona, eran difíciles de encontrar en la ciudad. Cuando vio en Internet la foto de aquella vieja mansión lo supo, esa era la casa con la que había soñado toda su vida.

-Buenos días. Dijo al entrar en la panadería del pueblo.
-Buenos días. Respondió Fannie detrás del mostrador.
-Me acabo de mudar a la zona y me preguntaba dónde podría comer algo.
-No sabía que hubiese ninguna casa a la venta. Contestó ella que a sus cincuenta y cuatro años sabía perfectamente todo lo que ocurría en aquel pequeño pueblo.
-Bueno, no es exactamente una casa, es la mansión Hampton, la que está al borde del río.

De pronto, todos los que estaban allí enmudecieron y la expresión de sus rostros se tornó extraña, llena de desconfianza y quizás hasta de un cierto temor.

-¿He dicho algo indebido?
-No…no pasa nada. Dijo Fannie tratando de recuperar la normalidad.
-¿Es que nadie le va a contar nada? Interrumpió Amanda Whitehair acercándosele.
-¿Contar? Contestó él.
-Verá, esa mansión…
-¿Qué? Dijo él con impaciencia.
-Esa mansión es vieja y existen muchas leyendas estúpidas que estas mujeres se creen a pies juntillas. No les haga caso o acabará igual de loco que ellas. Respondió John MacGregor desde el otro extremo.
-¿Leyendas? Como buen escritor me encantan ese tipo de historias.
-Pues Hampton tiene unas cuantas. Algún día con tiempo le contaré algunas. Agregó John.
-Bueno y…respecto a comer algo, ¿Qué me aconsejan?
-El Pub de Hernie está a la vuelta de la esquina, tiene un menú casero bastante asequible. Contestó Fannie con una sonrisa.

Era la primera noche en su nueva casa. El olor a humedad todavía impregnaba todas las paredes. Llevaba tanto tiempo cerrada que haría falta ventilar bien las habitaciones y darles una capa de pintura. Apagó las llamas del hogar y subió a la segunda planta dispuesto a acostarse; había sido un día muy largo. En las paredes todavía lucía algún retrato de otra época, personas que posiblemente vivieron allí. Entonces recordó la conversación de la panadería. La verdad es que podía ser interesante averiguar la historia de aquella vieja mansión, pensó. Seguro que le daba alguna idea para su nueva novela. Colocó las sábanas sobre aquel viejo camastro y se tumbó. Estaba cansado y no tardaría en dormirse.

La mañana amaneció algo lluviosa, el cielo, negro y encapotado, parecía presagiar una gran tormenta. Fue entonces cuando la vio por primera vez. Estaba frente a su casa, con la mirada perdida en el río. Era una hermosa joven de tez clara y largos cabellos tostados. Su vestimenta parecía sacada de otra época. Apoyado en el marco de la ventana la observó durante unos instantes preguntándose qué hacía aquella joven allí quieta, bajo la lluvia.

-Se va a quedar helada. Pensó para sus adentros.

Sin embargo, la joven parecía ajena a todo, ausente. La miró durante unos minutos más, embelesado por la belleza de aquella estampa. Su frondosa melena ondeaba al viento de forma rítmica y las faldas de su vestido acompañaban aquel baile de forma casi ritual. Era extraño que tras más de un cuatro de hora bajo la incesante lluvia, ella siguiese allí, inmóvil, absorta, embrujada por el ir y venir de las aguas del lago. Intrigado, Tomás decidió salir a su encuentro.

-Va a coger frío si sigue ahí. Dijo tratando de mostrarse agradable.

La chica le miró sin apenas pestañear y sin tan siquiera responderle, volvió nuevamente la vista al río.

-¿Espera a alguien? Insistió Tomás mientras su pelo cano se empapaba.
-Ya no, hace tiempo que no. Hace tiempo que él se fue. Contestó ella con un hilo de voz apenas audible.
-Debería ponerse a cubierto. Añadió él.-Si quiere, puede entrar en mi casa hasta que pase la lluvia.
Sin mediar palabra ella comenzó a andar hacia la mansión.

-Bajaré unas toallas para que pueda secarse.
-Gracias. Contestó ella mientras se sentaba frente al fuego.

Había algo inquietante en ella, algo misterioso y a la vez seductor que hacía difícil dejar de observarla. Aquella mujer poseía algo enigmático en su mirar.

-Mi nombre es Tomás. Dijo extendiendo la mano en espera de saber el nombre de ella.
-Selena. Contestó ella sin hacer ningún amago de darle la mano.

Sus ojos, grandes, brillantes, de un color miel que invitaba a perderse en ellos, parecían querer evitar a toda costa mirarle. Acostumbrado a ser él el flanco de todas las miradas, bien fuese por su profesión, o por su indiscutible atractivo físico, Tomás se sintió fascinado por aquella indiferencia.

-Puede que no sea su tipo, pero al menos podría mirarme. Dijo en tono jocoso tratando de romper aquella tensa y absurda situación.

Entonces Selena dejó de frotar su larga melena con la toalla y le miró. Tras un extraño silencio le dijo:

-Es mejor que no le mire, tan sólo puedo traerle desgracias.

Desconcertado por aquella respuestas Tomás trató de averiguar algo más sobre ella.

-¿Por qué dice eso? Preguntó intrigado.
-Yo vivía aquí ¿sabe? Aún está a tiempo, váyase. Contestó levantándose y andando dirección a la puerta.
-¿Cómo? Respondió Tomás mientras se incorporaba del sofá para seguirla.

De pronto, al girarse hacia donde estaba la joven descubrió que, como si de humo se tratase, Selena se había esfumado.

No iba a dormir en toda la noche, no tras aquello. Una mezcla de inquietud, curiosidad y desconcierto perturbaban su paz interior. ¿Quién era aquella misteriosa mujer? Aquella hermosa mujer había despertado en él una extraña fascinación que, lejos de poder explicar, le confundía y le atraía irremediablemente. Tenía que volver a verla y averiguar porqué había salido huyendo de aquella manera.

Pasaron varios días, quizás casi dos semanas hasta que Tomás la volvió a ver. Debían ser las nueve de la noche cuando la vio paseando junto al río. Nuevamente, salió a su encuentro. La noche era plácida y agradable, así que se limitaron a pasear siguiendo el cauce del río.

-¿Por qué desapareció de esa forma la otra noche?
-Era tarde. Dijo ella tratando de escurrir el bulto.
-Ya pero, no me dio ni tiempo a despedirme.
-A veces es mejor así. Respondió ella
-¿Mejor?, ¿A qué tiene tanto miedo?
-A hacerle daño.
-¿Daño?, ¿Por qué habría de hacérmelo?
-Porque siempre acabo haciendo daño a aquellos que se me acercan.
-No tema por mí, sé defenderme sólo.

Cuando quisieron darse cuenta ya eran las once de la noche y Selena le dijo que debía irse.

-¿Puedo acompañarla?
-No. Gracias. Dijo de forma cortante mientras se alejaba.

Pasó una semana y Tomás echaba de menos el volver a ver a Selena. Había algo en ella que le atraía de sobremanera. Aquella noche hacía mucho viento y los porticotes de las ventanas golpeaban las paredes sin cesar. Tomás se levantó medio dormido dispuesto a cerrarlos. Allí estaba de nuevo. Frente a la casa, inmóvil parecía estar observándole. Sin dar lugar a que pudiese desaparecer, Tomás se puso la bata, corrió escaleras abajo y abrió la puerta. Frente a él la chica, ataviada de idéntica forma que el día anterior, le miraba impasible.

-Entre, por favor. Va a resfriarse.

Ella, sin dudarlo entró en la casa. Había algo distinto en su mirada, algo seductor e inquietante, algo felino, perverso, libidinoso y casi animal que hizo que Tomás se estremeciese. Ella, de pie frente al hogar, dejó caer su vestido mostrado su terso y níveo cuerpo desnudo. La luz de las llamas se reflejaba sobre sus pechos formando sugerentes olas. Sus ojos brillaban emanando deseo, sus labios jugosos esperaban ser devorados, su cuerpo voluptuoso invitaba a abandonar la cordura. El, preso por un sentimiento incontrolable, por un impulso básico a la vez que irrefrenable, se abalanzó sobre ella besándola y recorriendo con sus manos todo su cuerpo. Se sintió embrujado, poseso, abducido por un cúmulo de sensaciones incontrolables. Luego, la agarró entre sus brazos y la subió al dormitorio.

Al amanecer, Tomás estaba exhausto, agotado. En su mente las tórridas escenas de la noche anterior se repetían una y otra vez. No recordaba haber sentido algo tan intenso, tan primitivo, tan visceral en toda su vida. De hecho, no habían intercambiado ni una sola palabra en toda la noche, era como si tan sólo hubiese habido lugar para un lenguaje carnal, lascivo, exuberante, algo que no parecía propio de un hombre, sino más bien de un animal. En cierto modo, se sentía mal, sucio; el no era así. Hacía tan sólo quince días que habían enterrado a Ana y estaba ahí, con otra, como si nada hubiese ocurrido. La culpabilidad golpeaba su cabeza con fuerza una y otra vez. Se incorporó y en ese mismo instante, ella abrió los ojos. Había algo distinto en su mirada, algo tierno e inocente que nada tenía que ver con la mirada de la noche anterior. Era como si la persona con la que se acostó fuese otra distinta a la que yacía ahora junto a él, entre las sábanas. Selena parecía desconcertada.

-¿Qué..? Preguntó tapándose con la sábana hasta la barbilla.

Tomás la miro sorprendido por su reacción.

-¿Estás bien?
-¿Qué ha pasado aquí? Preguntó ella mientras buscaba su ropa con la mirada.
-¿No te acuerdas? Preguntó él completamente descolocado por aquella pregunta.
-¡Ha vuelto a ocurrir! Exclamó ella con el rostro desencajado y rompiendo a llorar.
-No entiendo nada. Respondió Tomás.

Viendo la situación en la que la chica se encontraba, Tomás bajó al salón a por su vestido.

-Vístete y luego hablamos. Le dijo acercándole su ropa.-Te espero abajo.

Al rato Selena bajo avergonzada. No era ni tan siquiera capaz de mirar a Tomás a los ojos.

-Siento haberme comportado así. Dijo mirando al suelo.
-Ayer no parecía que sintieses nada, ¿por qué este cambio?
-Es una historia demasiado larga y poco creíble para explicártela.
-Dáme una oportunidad. Respondió él intrigado por aquella hermosa joven.

Ella le miró con los ojos todavía humedecidos y tras unos segundos se decidió a hablar.

-Ayer hizo ciento sesenta años desde que mi vida cambió para siempre.
-¿Cómo? Preguntó Tomás a quien la mera cifra le parecía absurda.
-Déjame acabar y luego si quieres me echas.
-De acuerdo. Contestó él pensando que era una perturbada.
-Hace ciento sesenta años yo vivía aquí y estaba locamente enamorada de un hombre que estaba fuera de mi alcance. El estaba casado y pertenecía a una clase social muy superior a la mía. Jamás me hubiese ni mirado a la cara.

Tomás trató de no interrumpirla aunque la premisa temporal ya le suponía un impedimento a la hora de creerla.

-Una noche, decidí que sería mío y realicé un ritual de magia negra. Al amanecer Yago se presentó en mi casa y se me declaró. Sin embargo, el precio que pagué por conseguirlo fue muy alto, demasiado. Sé que todo esto suena extraño, pero debe creerme.
-¿Cuál fue el precio? Preguntó él tratando de que terminase ya con aquella absurda historia.
-Vendí mi alma al diablo. A los veinte años a contar desde ese día, mi alma pasaría a ser suya para toda la eternidad.
-¿Y pretende que me crea todo esto?
-¡La que se acostó ayer contigo no fui yo, era él y no cesará hasta que te posea y te destruya! Ya he vivido esto antes. Contestó altamente afectada.
-He oído muchas excusas para justificar actos de los que uno no se siente muy orgulloso pero esta…esta se lleva la palma.
-Está bien, no me creas. Respondió ella.-Pero vete de esta casa, huye mientras estés a tiempo.
-¿Huir de qué?
-De mí y de este lugar. Respondió Selena mientras se iba hacia la puerta.

Aquella tarde Tomás decidió averiguar algo más acerca de Selena y de la casa. Decidido a que alguien le contase la verdad sobre aquella mansión, se acercó nuevamente a la panadería.

-Buenos días.
-Buenos días. Respondió Fannie al verle entrar.
-Necesito cierta información.
-¿Información de qué?
-Sobre mi casa.

Fannie frunció el ceño en señal de desaprobación.

-No creo que yo sea la persona más indicada...yo apenas…Respondió tratando de que Tomás dejase el tema.
-¿Conoce a una mujer castaña llamada Selena?

La expresión del rostro de Fannie la delataba, el miedo podía verse en sus pupilas.

-¡Aléjese de ella, por Dios!
-¿Quién es? Preguntó el nuevamente
-La pregunta no es quién, sino qué.
-¿Perdón?
-Selena dejó de ser quien era hace más de un siglo.
-¿No se creerá la historia que ella cuenta?
-Nadie ha podido vivir en paz en esa vieja mansión. Algunos acaban por marcharse mientras que otros…acaban por quitarse la vida.
-¿Suicidios?
-Sí, y no hablo ni de uno, ni de dos. Hace tiempo que perdí la cuenta.
-Y… ¿Qué tiene eso que ver con ella?
-Todo, Selena es el mismísimo diablo.
-¿Va a contarme la historia completa, o tengo que seguir haciéndole preguntas para sonsacarle algo?
-Está bien. Cerraré la tienda y nos tomaremos un café en la parte trasera.

Estuvieron hablando más de una hora y Fannie le contó todo lo que ella sabía: la leyenda del pacto que Selena hizo con el diablo, todas las muertes y extraños sucesos que habían ocurrido en la vieja mansión…

-Entonces, ¿Selena es un fantasma?
-Bueno, no exactamente. Según cuentan ella nunca murió, sólo que dejó de ser quien controlaba su cuerpo.
-Discrepo. Dijo Tomás recordando la extraña sensación que tuvo de haber estado con dos personas distintas a la vez y la conversación que había tenido con ella por la mañana.
-¿Cómo?
-Estoy casi convencido que Selena y lo que sea que la posee, conviven en el mismo cuerpo de forma simultánea.
-Yo de usted iría con mucho cuidado. En estos casos las apariencias no son buenas consejeras.

Estaba convencido de que Selena seguía viva en alguna parte de aquel ser y si eso era así debía haber una manera de liberarla. Por un segundo, Tomás se quedó pensativo. ¿Acaso se estaba enamorando? Hacía tanto tiempo que no sentía nada por nadie, ni tan siquiera por su mujer, que ahora, aquel hormigueo se le antojaba extraño. Entonces, pensó en acudir al párroco en busca de respuestas. ¿Quién sino la iglesia podía hablar de demonios?

Don Miguel era un hombre muy influyente dentro de la comunidad. A su avanzada edad, debía empezar a pensar en retirarse pero, su devoción hacia la gente de aquel pueblo no se lo permitía. Tomás se acercó a él y sin demasiados rodeos le preguntó si había oído hablar de Selena. El pobre hombre palideció.

-Según dictan los textos los pactos demoníacos se pueden romper pero…yo no conozco ningún caso y tampoco constan casos así en las escrituras.
-Y, ¿qué dicen exactamente los textos al respecto?
-Bien, el pacto es una renuncia a Dios para abrazar al demonio. Si teóricamente Dios es todo misericordia, puede existir el perdón y la remisión de los pecados.
-¿Y? Preguntó Tomás sin acabar de entender que significaba aquello.
-Pues que si la oveja descarriada se arrepiente de forma sincera de sus actos y renuncia al demonio en pro de Dios, existe la posibilidad de que Dios la acoja y la exculpe de sus pecados.
-Ya pero a efectos del demonio ¿qué ocurriría? Quiero decir, me imagino que no dejará que se libre tan fácilmente.
-En principio el pacto se rompería y por mucho que el mal quisiese recuperar al individuo, si la fe es fuerte, no tendría nada que hacer.
-Ya. Dijo Tomás pensativo.
-De todas formas ¿cómo piensa hablar con ella? El no va a dejar que la convenza.
-¿Qué es lo que más temen los demonios a parte de a Dios?
-Buena pregunta. Dijo el párroco mientras jugueteaba con su larga barba blanca.-Quizás al amor, a ese sentimiento puro y desinteresado que nos hace olvidarnos de nosotros mismos.
-Interesante. Apuntó Tomás.
-Se ha enamorado de ella ¿no?

Tomás bajó la mirada tratando de evitar responder, lo cierto es que tampoco tenía la certeza de qué sentía exactamente por aquella mujer.

-He visto a otros enloquecer y perecer por el amor de esa joven. Si quiere un consejo olvídese de ella y váyase de aquí. Añadió
-No puedo, no debo. Contestó él recordando que ya no podía volver a huir como había hecho con su mujer.
-Si va a intentarlo, trace una estrella de David en el suelo y luego rodéela con un círculo. Cuando crea que él no está presente en la chica, métala dentro y que sea entonces que ella ruegue por su salvación. Sólo así tendréis una oportunidad. Añadió el párroco.
-Gracias Padre.
-Suerte hijo.

Salió de la parroquia convencido de que debía ayudar a Selena. Esta vez iba a estar ahí, esta vez no iba a salir huyendo. En cierto modo, esta era su forma de resarcir el dolor que ocasionó tiempo atrás.

Aquella noche la esperó despierto. Dibujó en el suelo del salón la estrella y el círculo y esperó a que llegara el momento. Se sirvió un café y se sentó frente a la ventana observando el cauce del río. Debía ser cerca de las tres de la madrugada cuando la vio aparecer. Se incorporó y salió de la casa dispuesto a hablar con ella. Enseguida se percató que quien le miraba no era la mujer, sino el monstruo que habitaba en su interior. Sus ojos brillaban de forma extraña, sensual. Tratando de no delatarse la invitó a entrar. Un vez dentro, y siguiendo el mismo esquema que la noche anterior, la chica empezó a desnudarse tratando de despertar en Tomás sus instintos más primitivos. Entonces, Tomás la cogió de los brazos y tratando de mirarla fijamente a los ojos le dijo:

-Te quiero Selena, me estoy enamorando de ti.

Ella parecía no escucharle. De hecho, seguía contorneándose frente a él en actitud lujuriosa.

-Selena, sé que estás ahí dentro. No quiero sexo. Dijo tratando de que la verdadera Selena asomase.
-¿Acaso no quieres poseerme? Dijo aquel ser usando por fin su verdadero ser.
-No, ¡déjala en paz!, ¡abandona su cuerpo!
-Jajajaja. ¿Vas a sacarme tú? Contestó una voz oscura y profunda, una voz que para nada era la de Selena.
-Está bien. Contestó recordando que tan sólo el amor puro podía hacerla salir de aquello.- Quiero hacer un pacto contigo.
-¿Cómo? Contestó el mónstruo con tono de sorpresa.
- Mi alma por la suya.
-Emm, eso no… no es posible...no…Contestó la voz, que a juzgar por el tono, no sabía muy bien cómo actuar. Aquello no parecía estar en sus esquemas.
-La quiero y si para liberarla he de dar mi vida a cambio, ¡tómala!

Entonces, de lo más profundo de aquel cuerpo la voz de Selena brotó tratando de abrirse paso.

-¡No!, ¡No lo hagas!, ¡No merezco tu amor y menos tu alma!

Sin perder ni un segundo Tomás vio la oportunidad que buscaba y metiendo a Selena en el círculo, le dijo lo qué debía hacer.

-¡Selena, tienes que renunciar al demonio y abrazar a Dios!, ¡Pide a Dios que perdone tus pecados con todo tu corazón, sólo así podrás liberarte de él!
-¿Cómo?
-No hay tiempo para explicaciones, sólo hazme caso. Dijo Tomás sosteniéndola en el centro de la estrella, temiendo que aquel ser regresara.

Entonces, arrodillándose y con los ojos llenos de lágrimas, Selena suplicó a Dios que la liberara de aquel tormento y que la bendijese con su perdón. Mientras, Tomás podía ver en sus ojos la lucha entre ella y aquel ser que trataba de regresar a su cuerpo con todas sus fuerzas.

-Señor, he hecho daño a tanta gente que hace años que perdí la cuenta. Dijo entre sollozos. ¡Ojalá jamás hubiese hecho aquel estúpido pacto!, ¡Lo siento, me equivoqué!-Suspiro deshecha en lágrimas -¡Sé que no merezco tu perdón, pero no dejes que le pase nada a él! Suspiró tratando de salvar a Tomás de las garras de aquella bestia.

Entonces Tomás la abrazó con todas sus fuerzas, ya no tenía ninguna duda, la amaba con toda su alma y no iba a dejar que nadie le hiciera daño. En ese instante, una luz azulada iluminó la estancia y Selena se incorporó como si supiera que la estaban llamando. En sus ojos, una serenidad hasta ese momento desconocida parecía aflorar tratando de abrirse paso.

-Gracias Tomás, te lo debo todo. Dijo agarrándole de las manos. Jamás pensé que pudiese liberarme de esto. Añadió bajando la mirada con dolor.

Tomás la miró con recelo. Aquellas palabras escondían algo más que un simple agradecimiento, sonaban a una especie despedida.
-Selena, te quiero y quiero compartir mi vida conmigo. ¿Lo sabes no?
-Lo sé, yo también te quiero, pero mi tiempo aquí hace mucho que acabó.
-¿Cómo?
-Tengo exactamente ciento ochenta y dos años, no creo que te gustase demasiado mi estado real.
-Pero…Dijo con los ojos humedecidos.-Ahora no…yo…
-Me tengo que ir. Sólo te pido que me hagas un último favor.
-¿Cuál? Dijo él mientras su voz se ahogaba engullida entre lágrimas de dolor y de rabia.
-Quiero que entierres mis huesos al lado del río, frente a mi casa y que luego te marches de aquí.
-¿Marcharme?
-Hay una tumba en Londres que espera que alguien le ponga flores.

Tomás rompió a llorar como un niño al oír aquellas palabras y se abrazó a ella con todas sus fuerzas.

-Creo que antes de emprender una nueva vida, deberías despedirte de ella tal y como lo estás haciendo de mí. Añadió.
-Lo siento… ¡Dios!, ¡Lo siento tanto!...Lo hice tan mal…No estuve con ella, no pude…no soportaba verla morir. Dijo mientras las lágrimas brotaban sin cesar de sus verdes ojos.-Fui un cobarde.
-Lo sé, pero ella no te culpa por ello. Debes volver y hacer las cosas bien.

Entonces, se separó de Tomás y miró hacia el cielo. En ese instante y sin darle apenas tiempo a despedirse, el haz de luz se hizo tan intenso que tuvo que cerrar sus ojos. Cuando los abrió, Selena ya no estaba, en el suelo, sobre la estrella, tan sólo quedaban sus huesos esperando a que él los enterrara junto al río. Aquella misma noche Tomás cavó la tumba y sobre ella depositó un hermoso ramo de flores y clavó una cruz hecha con maderas del establo. En ella se podía leer:

Selena Hampton

1829-2011

“Por fin descansa en paz”

A la mañana siguiente, sin despedirse de nadie, Tomás se fue de Bourton on the Water para nunca volver.

5 comentarios:

NaNo dijo...

Interesante historia...

Anónimo dijo...

Increible historia, es excelente y lo tiene todo.

Laura Falcó Lara dijo...

Gracias por los comentarios ;-)

Unknown dijo...

me encanto la historia, aunque me ardieron los ojos acabe de leerla; creo que deberías hacer un libro de este relato tienes para mas.... dale :)

Anónimo dijo...

Chicoos! Lo primero genial el blog!! Me encanta! Mi blog se llama Liber Umbrarum.
Bueno que decirte que me gusta mucho la idea de coger un ritual de pacto con un espíritu. Rescatado de los viejos grimorios y adaptarlo a una historia con caracter propio. Te felicito. Una entrada genial.

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